El Papa de la sonrisa, beatificado 44 años después de su muerte

 El papa Juan Pablo I en el balcón de la basílica de San Pedro el día de su elección. 

El Papa proclama beato a Juan Pablo I, el pontífice que murió tras sólo 33 días de pontificado

Su muerte fue objeto de numerosas teorías, como que fue envenenado. El proceso de beatificación lo ha desmontado y afirma que se trató de un infarto.

4 septiembre, 2022 Cristina Cabrejas

El papa Francisco ha proclamado beato en una ceremonia en la plaza de San Pedro a Juan Pablo I, el pontífice que murió tras sólo 33 días de pontificado, cuya muerte fue objeto de numerosas teorías y que la investigación en el proceso de beatificación ha probado a desmontar asegurando que se trató de un infarto.

Para la beatificación de Albino Luciani se aprobó el milagro a través de su intercesión de Candela Giarda, una chica de Paraná (Argentina) que en 2011 cuando tenía 11 años se encontraba al borde de la muerte por “encefalopatía inflamatoria aguda severa, enfermedad epiléptica refractaria maligna y shock séptico”. Su madre Roxana Sosa rezó al pontífice fallecido como le indicó un sacerdote argentino y al día siguiente ya fue mejorando.

Candela y su madre Roxana iban a estar presentes en Roma para agradecer al papa Juan Pablo II por “su segunda vida” pero no pudo viajar al haberse roto un pie.

El Papa de la sonrisa, como se le conoció, fue elegido el 26 de agosto de 1978 y se le encontró muerto en su cama en la mañana del 29 de septiembre a los 65 años lo que hizo de su pontificado en uno de los más breves de la Historia y también se convirtió en el último italiano hasta ahora.

“Un pastor humilde”

“Hermanos, hermanas, el nuevo beato vivió de este modo: con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo. Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica sólo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio yo en el centro y buscar la propia gloria”, dijo el Papa Francisco en su homilía durante la beatificación.

Francisco destacó que el nuevo beato “por el contrario, siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde. Se consideraba a sí mismo como el polvo sobre el cual Dios se había dignado escribir y por eso, decía: “¡El Señor nos ha recomendado tanto que seamos humildes! Aun si habéis hecho cosas grandes, decid: siervos inútiles somos”.

“Con su sonrisa, el papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, sereno y sonriente, que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado”, añadió el Papa.

Un proceso que restituye la verdad

Durante estos años se han escritos numerosos libros sobre la pésima comunicación sobre su muerte que dieron lugar a numerosas teorías y leyendas y diferentes hipótesis como la de que fue envenenado para evitar su lucha contra la corrupción financiera.

La vicepostuladora Stefania Falasca, que ha dedicado más de seis años en reunir la documentación, aseguró que todos los informes médicos, toda la documentación clínica y los historiales prueban que se trató de una muerte inesperada debida a un infarto y que no se consideró necesaria una autopsia porque nada indicaba que no fuera una muerte natural y que el proceso “restituye una verdad histórica”

Sor Margherita, de 81 años, la única monja viva de las que se ocupaban al Papa, explicó a los medios vaticanos “el gran dolor” que le provocó la última visión de Luciani: “Tumbado en la cama, con las luces encendidas y una hoja de papel entre los dedos, lentes y sonriendo”.

“El infarto fue fulminante”, recuerda sor Margherita, que ante el por qué tanta especulación sobre una muerte respondió: “¡Ah, bueno, porque siempre está la mano del diablo!”.

El sexto Papa beato

La ceremonia que se celebró bajo una fuerte tormenta fue presidida por el papa pero la misa la celebró Marcelo Semeraro, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, debido a los problemas de movilidad de Francisco. Comenzó con la biografía y petición por parte de Renato Marangoni, obispo de Belluno-Feltre, lugar natal de Luciani, de inscribir a Juan Pablo I en el libro de los beatos.

Francisco aceptó la petición y agregó que “Juan Pablo I, Papa, en adelante se le llame beato y que se le celebre cada año en los lugares y según la establecido por ley, el 26 de agosto”.

Después fue llevada al altar la reliquia de Juan Pablo I que en este caso fue algo inédito porque consiste en una nota escrita en papel blanco de 1956 por Luciani que consistía en “un esquema de reflexión espiritual sobre las tres virtudes teologales -la fe, la esperanza y la caridad” que se encontraba entre sus apuntes.

Juan Pablo I será el sexto papa del siglo XX incluido en el libro de los beatos mientras que para ser canonizado, proclamado santo, se necesitará que se apruebe un nuevo milagro.

Ya han sido canonizados cuatro papas del último siglo: Pío X (1903-1914), Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978) y Juan Pablo II (1978-2005). El Papa Francisco canonizó personalmente a Juan XXIII y a Juan Pablo II en 2014, antes de beatificar a Pablo VI en el mismo año y luego canonizarlo en 2018.

  La carta-reliquia de Albino Luciani 

Juan Pablo I: un cristiano convertido en Papa que nos recuerda la esencia del Evangelio

04.09.2022 | Editorial Vatican News

 

El 8 de febrero de 1970, en su primera homilía como Patriarca de Venecia en la Basílica de San Marcos, Albino Luciani repitió las palabras que había dicho once años antes a los fieles de Vittorio Veneto cuando se convirtió en su obispo: “Dios, algunas cosas grandes, a veces ama escribirlas no en el bronce o en el mármol, sino en el polvo, de modo que si la escritura permanece, no descompuesta o dispersada por el viento, es evidente que el mérito es totalmente y sólo de Dios. Yo soy el polvo: el cargo de Patriarca y la diócesis de Venecia son las grandes cosas unidas al polvo; si algún bien saldrá de esta unión, está claro que todo será mérito de la misericordia del Señor’. En estas palabras, “soy polvo”, está el gran secreto de la vida cristiana que Albino Luciani testimonió a lo largo de su existencia.

La santidad de Juan Pablo I –un cristiano que se convirtió en Papa el 26 de agosto de 1978 y que hoy, 44 años después, se convierte en beato- es la sencilla historia de un hombre que en cada paso de su vida confió en Dios y se encomendó a Él. Y esta confianza prosperó en la conciencia de su propia pequeñez.

“Sin mí no podéis hacer nada”, dijo Jesús a sus amigos. “¡Apártate de mí, Satanás!”, le ordenó el Nazareno a Pedro, después de que éste le reprochara haber preanunciado su pasión y muerte. Se trata de dos valiosas indicaciones, que Albino siguió durante toda su existencia. La gracia de reconocerse pecador, necesitado de todo; la gracia de no contar con las propias fuerzas, con la propia habilidad, con las propias estrategias, sino con la ayuda y la presencia de ese Otro, han permitido al sacerdote, al obispo y al Papa dar testimonio del rostro de una Iglesia serena y confiada.

Una Iglesia que vive el Evangelio en la vida cotidiana y que no necesita fuegos artificiales para demostrar que existe. Una Iglesia capaz de llevar cercanía, consuelo y esperanza a todos, empezando por los más pequeños, los más pobres, los excluidos y los impresentables

“Por la medida de la humildad conocemos nuestro progreso espiritual”, decía San Francisco de Sales, el santo favorito de Luciani. Para él, un hombre de gran cultura y preparación capaz de hablar de forma sencilla y coloquial, haciéndose entender por todos, era así. El reconocimiento de los altares para este hijo de la Iglesia veneciana, ajeno a cualquier protagonismo, que nunca había aspirado a cargos destacados y que, antes de ser elegido casi por unanimidad en el cónclave, meditaba marcharse como misionero a África una vez cumplida la edad canónica de renuncia a Venecia, es un signo de esperanza para todos.

Porque, como ha reiterado la vicepostuladora de la causa de canonización, Stefania Falasca, no es el Papa ni su pontificado lo que hay que beatificar, sino un cristiano que se adhirió al Evangelio con todo su ser, reconociéndose como “polvo”. Un cristiano que rezando cada día: ‘Señor, tómame como soy y hazme como quieres que sea’, se convirtió en el instrumento a través del cual el Dios de la misericordia escribió páginas hermosas y hoy más relevantes que nunca, para la Iglesia y para el mundo.