También al Papa le está llegando la hora de ’emeritarse'”

En la antesala de un nuevo cónclave


Y no me refiero aquí y ahora al cónclave -“junta o reunión de Cardenales”- cuya celebración “sinodal” está prevista para finales del próximo mes de agosto. Mi referencia se centra en exclusiva en la posibilidad de ir ya pensando, activando y actualizando cuanto haga falta, para el nombramiento-designación-elección de un nuevo papa para la Iglesia.

Con el “placet” ardorosamente fervoroso de unos, y el “displacet” –”mostrar oposición o rechazo”- de otros, el hecho constatado y creciente es que se crea y re-crea la necesidad de una convocatoria cardenalicia para que a un nuevo obispo de Roma se le facilite en santa proporción recorrer con mayor aceleración, prisas y profundidad los caminos de renovación-reforma iniciados por Francisco, con cierta timidez, según el parecer de muchos y en conformidad con las demandas de los tiempos nuevos.

Nueve años son hoy muchos años en la configuración y en el esquema de la vida, también religiosa y, por supuesto, ejerciéndola con los correspondientes atuendos y ornamentos pontificios, tanto litúrgicos como canónicos. Conceptos tales como el de la “perennidad” para unos y “eternidad” para otros, tienen multitud de lecturas, tanto para los jóvenes como para los mayores, con versiones no todas ellas coincidentes, sino todo lo contrario.

¿Y por qué los papas han de seguir siendo “elegidos” con los procedimientos, normas y cánones tradicionales al uso? ¿Acaso tienen estos procedimientos  carácter dogmático o semi- dogmático y no les serán posibles cambios, aún radicales, y no solo los  de corte y adorno  puramente estéticos?

Son preguntas que conscientemente se formulan ya multitud de teólogos y teólogas, con su correspondiente eco informativo, e iniciativas por parte del pueblo de Dios, presente el Espíritu Santo, aunque sus “administradores” oficiales intenten callar o suplantar su VOZ, al presentir que sus terrenales intereses personales o los de su grupo, no son coincidentes   con los celestiales, propios y específicos de la Iglesia, por “Nuestra”, por “Santa” y por “Madre”.

Lo de que tengan que ser solo los Cardenales quienes intervengan en la elección, y además que por eso pueda apropiarse la institución eclesiástica la calificación de “democrática”, es mentita falaz y rechazable. ¿Quién seleccionó antes al colegio cardenalicio, si no el propio papa, libre e independientemente en este caso, y con la seguridad de que  de entre ellos habría desurgir en su día su sucesor en tan sagrada misión y ministerio?

La elección papal con exclusiva intervención del Colegio Cardenalicio no es hoy de recibo. No encaja en los procedimientos al uso en los estamentos políticos, empresariales, sociales y en general, que rigen y se imponen en la convivencia cívica y ciudadana que, por otra parte, hasta llegan a ser recomendados “religiosamente” por ellos en la catequesis, Cartas Pastorales, homilías y encíclicas…(Lo de que la Iglesia no es, de por sí, una “democracia” sino una “teocracia”, lo dejamos como tema de discusión y de ocio para tertulias clericales)´

¿Qué experiencia pastoral define a los “Eminentísimos y Reverendísimos Purpurados Cardenales de la Iglesia? ¿Qué méritos movilizaron los sentimientos y determinaciones del papa para designarlos? ¿Fueron siempre, o casi siempre, “copiados” de los Evangelios, o lo fueron por imposiciones hasta de carácter político o protocolario, sin descartar “agradecimientos” de tipo, personal o institucional?

¿Qué decisiones, por muy eclesiásticas que sean, y como tales, pueden adoptarse y tomarse hoy con ausencia absoluta de mujeres y para más “inri”, desafección y profanación, aduciendo argumentos bíblicos interpretados “al gusto del consumidor”? Qué son, o serían los Cardenales sin las “Cardenalas”? ¿Es que sin la mujer, o  con la mujer “mal-tratada”, por la Iglesia, es y puede existir la Iglesia como tal y como fuera inspirada por Jesús?

¿Cómo calificar de “preparado para regir la Iglesia en su día”, un Cardenal cuya vida apenas si fue vivida por él mismo en sus palacios, apartado de las demás personas, -con excepción de algún “devoto” pederasta, “en el mejor de los mundos”, revestidos de pies a cabeza de ornamentos sagrados, de color en su tonalidad precisamente “púrpura cardenalicio”, con “capas magnas” de media docena de metros de largo, y sin más disfrute de la vida  que la que proporcionan los “títulos” y el trato hueco, ritual e hipócrita de quienes aspiran, y hacen “méritos” para serlo aún día?

Con silla de ruedas o sin ella, el mismo papa Francisco sigue apostando por su continuidad en la sede pontificia. Esto no obstante, también a él le está llegando la hora de “emeritarse” por lo que, lo queramos o no, “el cónclave -o conclave- llama ya a la puerta”.