Desde pequeños, a los cristianos en las clases de catecismo tenían como primer objetivo demostrarnos no solo la existencia sino la evidencia de que Dios existe. Un Dios bueno, justo que premiaba a buenos y castigaba a malos. Esta ha sido la base de la fe cristiana. El cielo y el infierno cierran el circuito de la fe en Dios.

Ya a mis años, al final de todo, puedo manifestar, con claridad y paz, que este Dios aprendido no me ha servido de mucho. Lo considero, entre otras cosas, muy aburrido, poco productivo y digno de ser olvidado.

A mí no me ha valido el Dios del catecismo. A estas horas de mi vida, alguien me ha ido llevando al encuentro de un Dios que ama y que me quiere. Así comienza mi credo “siento que Dios me ama”. Tan sencillo como eso. No sé si creó el mundo. Es que no lo discuto. Este Dios, pienso que tiene algo que ver con el reino del que hablaba y anunciaba Jesús.

Si no has amado nunca no puedes sentir el amor de Dios

“pues el que no ama a su hermano, que ha visto, no puede amar a Dios que no ha visto” (Jn1, 8-20)

¿Es Dios el problema?

Claro, si yo digo que Dios no es lo importante, que lo importante es el hombre se me pueden echar encima multitud de piadosos creyentes. Y sin embargo, lo afirmo: en esta era – kairos – lo importante es el hombre. ¡Hasta Dios lo sabe! ¡Hasta Dios ha salido de su eternidad. Se ha hecho tiempo, se ha hecho historia, se ha hecho carne para conseguir el objetivo! Que una creatura, inteligente y libre llegue a parecerse a Dios tanto como para llamarle Padre.

El objetivo es el hombre. Para eso trabaja Dios. Por eso se implica personalmente con Jesús, en la masa humana. Esa es la única razón de ser de la Iglesia. La Iglesia de los cristianos no tiene como objetivo el culto al Altísimo, su objetivo es que la empresa de Dios – la creación – produzca beneficios de humanidad.

En la historia de los hombres proliferaron siempre las religiones dedicadas a aplacar a los dioses, a dar culto a la divinidad, a someterse a los designios ocultos de un poder supremo, a tener a Dios o los dioses contentos, a construir templos y altares a todo dios que apareciese en el mapa.

Desde Jesús, cuando llegó la plenitud de los tiempos, hubo un cambio de agujas. Él, su Padre, y los que quieran seguirle, todos en busca de los cojos, los ciegos, los paralíticos, los encarcelados, los contrahechos, los esclavizados por cualquier ideología. ¡A desatar ataduras, a liberar lenguas trabadas, a dejar vivir, a dejar crecer! Porque sólo a partir de la libertad se puede construir un hombre pleno y un hijo del Padre común.

El hombre es el objetivo. Y hasta Dios está al servicio de ese objetivo. Eso es cristianismo.

Y es muy sangrante la situación, porque la vida de una persona, en su biografía completa, es amargura o triunfo sin sentido cuando se le cierra el tragaluz hacia el algo más, a la transcendencia, es decir a Dios. Dios, a pesar de su negra historia plagada de agujeros negros, escrita por todas las religiones, es clave de bóveda que da sentido al universo, abre una esperanza a la angustia del yo, y es una salida final de la historia. Dios salva, no oscurece el horizonte. Todo resulta más absurdo aún, sin Dios.

Luis Alemán Mur