Dice González Faus que ha llegado la era del “homo mentiens” (hombre mentiroso). Es la era post homo sapiens. Es decir en la evolución de la especie. Los antropólogos hablan del “homo erectus”, “homo habilis”, “homo sapiens”… Y parece que ahora llegamos al “homo mentiens”.

 

Si esto es así, la sociedad humana es un universo de la mentira. Debajo de las relaciones de unos con otros, ya sean amigos, miembros de una misma familia, enamorados o comerciantes, gobernantes y gobernados hay una tela de araña invisible construida con los hilos de la mentira. Nada es lo que parece. Nada es lo que dice ser. Y de tal forma que la náusea vital que le persigue es producto de la mentira que fabrica y el hambre de verdad al que no puede renunciar. Y si ya no lleva esa hambre de verdad es que ya lo humano ha desaparecido.

 

González Faus centra su reflexión en el mentir: “Vengan pues publicistas, políticos y medios de comunicación y sigan mintiéndonos sin rebozo. Lo necesitamos. Y además así abrimos camino a una nueva etapa de la evolución. Bienvenido sea el homo mentiens”

 

Pero González Faus sabe como pocos que la raíz del mentir arranca en el mentirse. El arma más destructiva con la que cuenta el hombre es su capacidad de autoengaño.

 

La tienen el hombre y la mujer. Sean creyentes, pasotas o ateos.

La tienen el Papa y el filósofo. El político y el policía municipal. La madre y el hijo. El pecador y el santo. El amo y el esclavo. El inteligente y el ignorante. El maestro y el discípulo. El oriental y el occidental. El blanco y el negro.

 

Y no hay plenitud humana mientras opere el autoengaño.

 

Cuando se engaña a los demás, interviene la conciencia de estar mintiendo. Se detecta la mentira.

 

En el autoengaño no es todo reflejamente consciente. Se introduce un mecanismo sibilino, en el cual el que engaña y el engañado soy yo. Yo me dejo engañar por mí mismo, y ahí está el quid de la cuestión: sé que me estoy engañando al mismo tiempo que intento negar mi engaño. En ese regate ultra secreto y ultra mío, me juego la verdad conmigo mismo. Si vence mi automentira, pierdo la verdad.

 

Este poder de autoengañarse tiene que ver con una de las frases más enigmáticas del evangelio. Según Marcos, dice Jesús:” Os aseguro que todo se os perdonará a los hombres, las ofensas, los insultos, por muchos que sean; pero quien insulte al Espíritu Santo no tiene perdón jamás; es reo de una ofensa definitiva.”

 

Cuando una persona, por los intereses que sean, no reconoce una verdad que está viendo. Es decir, tenemos el poder de rechazar una verdad que vemos como tal si no nos conviene. Eso no tiene perdón, o lo que es igual, no tiene arreglo. Es terrible. Pero, también es admirable el poder del ser humano: el de elaborar verdades a su medida.

 

Por mi parte pienso que la capacidad de autoengañarse termina cuando morimos. El que crea lo contrario se está autoengañando.

 

 

Luis Alemán Mur