Dicen los que saben que en el microscopio se descubren las formulas de comportamiento del Universo. Y lo que se descubre en el macromundo del Universo lo comprobamos en el micromundo del laboratorio. El átomo es un Universo en miniatura.

Israel era un minipueblo a escala de laboratorio. Allí nació y murió el llamado Jesús de Nazaret. Del que sabemos de su muerte mucho más que de su nacimiento.

En su muerte no hubo poesía. Ni regalos ni canciones de ángeles ni pastores. Su asesinato fue producto de un golpe organizado desde el poder del Templo, que compró traidores, manipuló grupos de agitadores con consigna de defender Templo, Nación y su Iahvé.

Al Gólgota no acudió Iahvé. El ajusticiado lo llamó a gritos. Pero Dios no se presentó. No quiso intervenir. Aquello era cosa de hombres. En aquel trozo de la historia, en aquella pequeña tierra conviene confrontar la teología.

Hacia el siglo IV., la devoción de la incipiente Cristiandad “descubrió la santa cruz”. Y esa cristiandad metió a Dios en la escena del Gólgota. No sólo como protagonista, sino como acreedor, y urdidor del golpe. A base de misticismos, los nuevos jefes y escribas le dieron la vuelta a la historia. Se lavaron las manos a lo Poncio, y se construyó una teología sobre aquella monstruosidad. Había sido diseñada no por el Templo sino por el mismo Dios. Exigencia divina para condonar una deuda de la humanidad atea o pecadora. ¡El pueblo era el culpable! ¡El asesino! Con sus (nuestros) pecados había (habíamos) crucificado al Hijo de Dios.

Y detrás de las nubes negras de aquel viernes. Callado, con frialdad nunca explicada, esperaba Dios para satisfacer su honor y dignidad ofendida.

Con la presencia de Dios aumenta el horror. Se recurre al ¡misterio! Cuando Dios está por medio, si algo no cuadra, se invoca al misterio

Sacralizar el Gólgota es, en primer término, una traición a lo histórico. En segundo término, se falsifica la imagen de Dios. En tercer término, espiritualiza falsamente el papel de Jesús en la historia. Y finalmente, pierde el apaleado hombre. El anuncio de una “nueva buena” queda en la oscuridad del misterio.

Es muy distinto considerar el Gólgota como el escenario de la salvación post mortem del hombre, a mirarlo como la escena del crimen perpetrado por los poderosos contra un “profeta” (enviado por Dios) que intentaba liberar al hombre enredado y esclavizado en las trampas del poder religioso-político.

No estamos capacitados para meter, tan fácilmente, a Dios en la historia. Sacralizar, nos conduce, a veces, a desfigurar a Dios, y a inventar historias. Dios no es un “elemento” o un “personaje” más con el que maniobrar. Aunque nos venga bien manejar la Historia para cuadrar nuestros errores y nuestras mentiras.

Como creyente aprendo cada día más, que no me puedo entender a mí mismo, ni entender la historia, sin Dios. Pero cada vez me repugna más aprovecharme de Dios para explicar mis pobrezas o imbecilidades.

Lo que sí queda claro es que si eliges seguir a Jesús, o haces lo que él hacía, seguro que el poder te incordia, te calla o te crucifica. Los poderosos siguen crucificando. A trocitos o de golpe.

Quizás seamos igual de canallas al meter a Dios en nuestra Historia grande y en nuestras pequeñas historias, como inútiles al querer echarlo fuera.

Luis Alemán Mur