Repetir los ritos. Repetir los textos bíblicos. Repetir y repetir cumplir la ley de cualquier canon moral de cualquier religión, aunque sea la católica, es simplemente repetir la historia.

 

Y la historia no ha sido, en ninguna sociedad libre, una fábrica de muñecos. La historia fue siempre y debe seguir siendo la gran maestra y formadora de seres humanos.

 

La historia es, por definición, evolución. Los pesimistas identifican la evolución no como crecimiento sino camino hacia la muerte. Lo humano se ha fraguado, o se sigue fraguando en una historia que se mide en cientos, miles o millones de años. Nuestras raíces provienen de la vida animal. No convendría olvidar nunca de dónde venimos. Seremos o no hijos de Dios. Pero lo constatable es que nuestra historia humana es evolución de la animalidad. Y eso es bello. Aunque nos de miedo.

 

No es posible hablar de vida y de muerte sin hablar de Dios. Es difícil comprender y aceptar al Jesús de la historia. Difícil porque en su historia se manifiesta el enigmático pensamiento de Dios.

He afirmado que la cruz no es un “santo sacrificio” exigido por el Padre, sino una canallada organizada por los poderosos para eliminar de la sociedad a Jesús por intentar la liberación de los oprimidos. He defendido mi visión sobre la eucaristía cristiana: que no es la de un altar sobre el que se ofrece a Jesús como víctima para conseguir el perdón y asistencia de Dios Padre.

 

Otro tema diferente, pero evidentemente vinculado a la cruz, es el sufrimiento. El sufrimiento es una realidad evidente en la vida humana. Ante la presencia de Dios Padre.

 

El sufrimiento va pegado a la vida de cualquier hombre. Por lo visto, desde el vientre de su madre. Nace llorando. Llora al crecer. Llora envuelto en mimos o en desgracias. Llora pegado a una teta seca, comido por moscas; o a un biberón exquisito. El mundo, incluso el sideral, está lleno de crecimiento y de muerte, de amor y de egoísmo, de primeros y últimos días.

 

Luis Alemán Mur