El colectivo episcopal demanda urgente y profunda reforma. Sobre todo evangélica

 

Es un hecho constatado que en los últimos tiempos no hay un día en que representantes -uno o más- del episcopado, no acaparen los titulares de los medios de comunicación social en su plural variedad de versiones, con noticias de interés general, sean creyentes increyentes o “neutros”. Obispos, arzobispos, “Primados”, cardenales, curas, frailes, monjes y monjas, tanto personalmente como por sus obras, instituciones, palabras o palabrerías, se convierten en habituales noticias. Las noticias “episcopales” suscitan a su vez, comentarios, editoriales y otros reportajes, además de alimentar y nutrir los temas de consumo televisivo, con inclusión de los suscitados en las tertulias de café, de familiares y amigos.

Y es que, de una u otra manera, queriéndolo o sin querer, donde hay, o pudo haber, un obispo, hay noticia. Porque esté, no esté, hable o no hable y diga lo que diga, con mención preferente para el tono siempre cualificadamente pontifical y semi dogmático, y leído porque así se nota menos qué es lo piensa de verdad, convencidos no pocos oyentes de que ni él mismo se cree lo que dice, cocinado por sus amanuenses remunerados para eso., sin tiempo ni siquiera para leer antes el texto y hacerlo suyo ¿Usted, amigo, no le redactó a algún obispo homilías, discursos, conferencias o artículos para periódicos o revistas? ¿Cuánto le pagaron por tal menester?

Como colectivo, el del episcopado español es -sigue siendo- manifiestamente mejorable. Pese a que se comentó y se lamentó en toda la Cristiandad que el Concilio Vaticano II les cogió a todos ellos, junto con sus teólogos y consultores- , “con el pie cambiado”, las “cosas” siguen exactamente lo mismo. El proscrito periodo post- conciliar de Juan Palo II y de Benedicto XVI, recolocó a los obispos a sus hornacinas tridentinas de sus ritos y cánones y las citas de algunas de las directrices vaticanas, les sirvieron tan solo de adorno del texto, en el que siguen adoctrinando al personal desde la lejanía reverencial de sus respectivas cátedras, término que es el que le confiere nombre y actividad a la “catedral”, es decir, a su ministerio u oficio.

El colectivo episcopal demanda urgente, seria y profunda reforma. Sobre todo, evangélica. No es la más importante la canónica, ni la litúrgica. Es la pastoral, la bíblica, al dictado del Vaticano II y a la luz de la fe, de la esperanza y de la caridad administrada por el papa Francisco. La mediocridad del episcopologio es tan notoria, que los “pastoreados” y “pastoreables” son ya los primeros en proclamarlo y, a veces, en denunciar determinados comportamientos ante las correspondientes autoridades civiles en general, sin exclusión de las puramente laborales.

Desde constatación tan patente, no es de extrañar que hasta vaya creciendo el número de los que creen que “en tiempos de don Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios”, los obispos “nombrados” por él con el asesoramiento de su Ministro de Asuntos Exteriores don Alberto Martín-Artajo y del embajador en la SS. don Fernando María Castiella, cristianos de “pro”, eran mejores y tanto o más católicos, apostólicos y romanos que son, o pueden ser, los de ahora, por la procedencia de la escuela del Cardenal don Ángel Herrera Oria, que fuera fundador de “El Debate”

Los obispos actuales de España son lo que son, entre otras razones, porque no hay otros candidatos. El post Concilio, durante el paréntesis pontifical aludido, no permitió otro tipo de curas y frailes distintos a los del concilio de Trento. Fomentó el carrerismo clerical de modo absolutamente escandaloso y absorbente. Nada o casi nada al laicado. Nada a la mujer. Ella no existe en la Iglesia. Solo es “pecado”. Por sí, para el hombre y más si este es célibe o está “consagrado”. El sacerdocio es “cosa de hombres”. Es mandamiento supremo de nuestra Santa Madre la Iglesia y si alguien no lo cree, o plantea el problema de otra manera, sería condenado a perpetuidad por blasfemo o hereje.

Y así, con la familia avecindada en el palacio, con báculos, mitras, anillos, entre nubes de incienso, largas colas de capas “magnas” –”magnísimas”- , ancestrales títulos y colorines festivos enjoyados de frivolidades “eminenciadas”, sobre todo de en los Purpurados Cardenales, antes y después de haber sido reconocidos como “Príncipes de sangre real”, así “concordado” nada menos que por un señor de nombre Benito y de apellido Mussolini, de infeliz recordación en la nómina de los dictadores de la historia universal.

Acerca de los mismos “currículum” en los que actualmente destacan como notas determinante de su “episcopalidad”, los estudios y la estancia “profesional” en Roma, llegará un día en que exactamente tal condición se torne en obstáculo que le impida ser y ejercer de obispo. “Educarse” para obispos en Roma, con los ejemplos curiales que se perciben en la mayoría de los dicasterios, unos ya públicos y otros a punto de serlo, podría ser, un impedimento para que se llegara a “tomar posesión” de ninguna sede -cátedra- episcopal.
De los pecados de la Curia tiene el papa Francisco veraz referencia, y apenas si se ahorra descalificaciones y condenas contra algunos de los implicados en sus redes pecadoras.