SIN PRISA


Nadie nos enseña a ser viejo. Llegamos a la vejez enseñados de muchas cosas. Con experiencias e historias a reventar.

La vejez llega de pronto. De pronto porque aunque su llegada sea lenta, la negamos o tratamos de maquillar. Hasta que la realidad se impone. Y resulta que nadie nos enseñó a ser viejos. No existen folletos con instrucciones. Sí con moralinas. Resulta que la ciencia y la experiencia acumulada no nos sirven.

Hay que aprender a ser viejos. Y se aprenden cosas bellas. Por ejemplo, se aprende el error de las falsas prisas. Normalmente se vive con prisa. Yo he llegado a la edad de hoy, cansado de correr como la ardilla de Tomás de Iriarte

Tantas idas

y venidas,

tantas vueltas

y revueltas

(quiero, amiga,

que me digas),

¿son de alguna utilidad?

No ha sido la deducción lógica, sino el cuerpo quien me impone el nuevo ritmo. Y descubro que la vida es más bella y profunda sin prisas. No se domina el paisaje desde la ventanilla de un coche a cien por hora. Cualquier calle de cualquier ciudad está reventando de humanidad y belleza, si caminamos por ella despacio.

Me gusta volver a pasar por los barrios y calles de la ciudad en la que he vivido, por la que caminé con prisa. Siempre fui de prisa. Sacar una familia adelante con angustias, prisas y miedos es un mal vivir.

Por eso valoro la vejez. Me siento feliz, mientras camino despacio, escribiendo, por dentro, la biblia de mi historia. La Sagrada Biblia se escribió de recuerdos. Algunos volvieron a recorrer la historia y, sin prisas, descubrían a Iahvé en las calles, barrios, pueblos, desiertos en los que el pueblo sufrió, gozó, desertó y rezó. Y resultó que estos escritores descubrieron que Iahvé caminó con ellos.

Luis Alemán Mur