El Papa emérito, acusado de encubrimiento en cuatro casos de abusos

Ratzinger se retracta y reconoce que sí estuvo en la reunión para admitir a un cura pederasta en Múnich


¿Encubrió Joseph Ratzinger a un cura pederasta en Munich?

24.01.2022 | RD/Efe

Cuatro días después de que se publicara el informe sobre los abusos en la diócesis de Múnich, que lo involucra en al menos cuatro casos de encubrimiento, el papa emérito Benedicto XVI se ha retractado de declaraciones centrales para el informe sobre el encubrimiento de abusos sexuales en la Iglesia católica en Alemania que fue presentado la semana pasada.

Ahora, Joseph Ratzinger reconoce que sí estuvo presente en una reunión del obispado de Múnich y Freising en enero de 1980 en la que se trató el traslado de un sacerdote acusado de abusos a menores, según informó hoy la Agencia Católica de Noticias (KNA).

No obstante, Ratzinger, a la sazón arzobispo de Múnich, aseguró que en aquella sesión no se habló de que el sacerdote en cuestión desempeñara labores pastorales, sino solamente de “hacer posible que contara con alojamiento en Múnich durante su tratamiento terapéutico”.
El sacerdote, identificado por los medios alemanes como Peter H., volvió a cometer abusos en la archidiócesis de Múnich, lo que llevó a que fuera trasladado de nuevo.

Faltó a la verdad: lo dicen las actas

Según un demoledor informe elaborado por un despacho de abogados a petición de la Iglesia católica en Alemania y que vio la luz la semana pasada, es “muy probable” que Ratzinger estuviera al corriente de ese caso y de otros tres similares y no actuase al respecto.

Además, según el informe, Ratzinger faltó a la verdad al afirmar en su posicionamiento que no estaba presente en la reunión de enero de 1980, ya que según las actas intervino en ella y no figuraba como ausente.

De acuerdo con las declaraciones del papa emérito citadas por KNA, ello se debe a “un error sin mala intención” que ocurrió durante el proceso de redacción de su posicionamiento frente a las alegaciones, un texto de 82 páginas.

El secretario privado de Ratzinger, Georg Gänswein, agregó que más adelante el papa emérito presentará una reacción más elaborada ante el informe, pero que por el momento la lectura del documento le llena de “vergüenza y dolor “.

“Que asuma su responsabilidad”

En los últimos días se han sucedido las críticas al comportamiento del papa emérito, que el pasado viernes fue tildado de “desastroso” por el presidente de la Conferencia Episcopal alemana, Georg Bätzing.

El obispo de Aquisgrán, Helmut Dieser, reclamó en su sermón de este domingo que Ratzinger asuma la responsabilidad que le corresponde.


No puede ser que los responsables se escabullan con referencias a que no sabían nada o a que entonces había otra situación u otros procedimientos,” afirmó.

“Porque ése es el motivo por el que entonces no se detuvo a los perpetradores y se siguió abusando de niños,” agregó, según declaraciones citadas por la cadena pública ARD.


Ratzinger, una pieza más del sistema

¿Debería reconocer su culpa y cerrarse

las puertas de la historia y de los altares?

“¿Será capaz de llegar a ese extremo de entrega y de generosidad con la institución a la que tanto ama?”

23.01.2022 José Manuel Vidal

Joseph Ratzinger fue una pieza, una pieza más en el sistema eclesiástico generalizado de inacción y encubrimiento implícito y explícito de los clérigos abusadores. Desde su más tierna infancia de seminarista y, después, en su juventud de cura, el prometedor teólogo alemán formó siempre parte del amplio funcionariado eclesiástico, que se rige por unas normas estrictas y que sólo permite discrepantes moderados. A los radicales, los escupe fuera y los estigmatiza, llamándoles herejes.

El joven Ratzinger se alineó, durante el Concilio, con el ala más liberal de la Iglesia, llamado como perito y asesor del progresista cardenal Frings, arzobispo de Colonia. En esa época estaba a partir un piñón con su amigo el también teólogo Hans Küng. Pero, mientras éste se mantuvo toda su vida fiel a los grandes principios conciliares, Ratzinger pronto comenzó a cambiar de dirección y, por una mezcla de miedo al futuro de la iglesia ante los tumultos del mayo del 68 y de convicción personal, cambió la chaqueta y se alineó con el sector más conservador.

El premio le llegó de inmediato. Pablo VI, el Papa del Concilio, estaba asustado del devenir eclesiástico y llegó a decir que “el humo de Satanás” había entrado en la Iglesia. Por eso, a la hora de buscar un arzobispo para Munich pensó inmediatamente en Ratzinger y le nombró primero arzobispo, el 24 de marzo de 1977, y sólo unos meses después, el 27 de junio, le concedió el máximo galardón eclesiástico de la púrpura cardenalicia. El otrora teólogo rebelde entraba en las filas prietas del sistema en cuerpo y alma.

En Munich, donde sólo estuvo cuatro años y 8 meses, tuvo que pasar de las musas teológicas al teatro pastoral directo. Y allí se encontró entre otros problemas, con el fenómeno de los curas abusadores. ¿Y qué hizo el joven arzobispo? Lo que tenía que hacer, lo que hacían todos sus colegas, lo que mandaban las leyes no escritas, la costumbre y la prudencia: desdeñar a las víctimas, mirar para otro lado, tapar a los pederastas (tras alguna llamada al orden) y cambiarlos de lugar. Porque la máxima vigente era que “los trapos sucios se levan en casa” y que “hay que evitar por todos los medios el escándalo de los inocentes” (no de las víctimas, sino de que la gente se entere) y proteger la buena fama de la institución por encima de todo y de todos.

La Iglesia siempre tuvo muy claro que tenía que transigir con los pecados sexuales de su clero, disculparlos y disimularlos, siempre que se mantuviesen en secreto y, por lo tanto, no provocasen escándalo público. A las víctimas se las culpabilizaba o, en caso de que amenazasen con hacer mucho ruido, se les tapaba la boca con dinero.

¿Y los curas victimarios? Se les reprendía, lógicamente, se les hacía prometer que iban a cambiar de vida y, a lo sumo, se les trasladaba de parroquia y, en casos muy sonados, se les mandaba a misiones (especialmente a Latinoamérica). Más o menos lo mismo que se solía hacer con los que mantenían relaciones sexuales consentidas pero siempre ocultas con mujeres o con hombres.

El funcionamiento del sistema lo explica perfectamente este caso. “Le felicito por no haber denunciado a un sacerdote [pederasta] a las autoridades civiles. Ha actuado usted bien”. Eso escribía en 2001 el cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos, entonces prefecto de la Congregación del Clero, en una carta dirigida al obispo de la diócesis francesa de Bayeux-Lysieux, monseñor Pican, en la que le felicitaba por haberse negado a entregar a los tribunales civiles a un cura acusado de abusos sexuales a menores y haber sido condenado por ello a tres meses de cárcel.

“Me alegro de tener un hermano en el episcopado que, a los ojos de la historia y de todos los otros obispos del mundo, ha preferido la prisión antes que denunciar a su hijo sacerdote”. Porque “un padre nunca denuncia a sus propios hijos”, concluía Castrillón, jefe de todos los curas del mundo.

En su época de arzobispo de Munich, Ratzinger comulga a fondo con esta misma mentalidad. Como lo hicieron todos sus predecesores y sus sucesores. De hecho, la información del Informe sobre los Abusos de Múnich se centra principalmente en los obispos diocesanos que aún viven: el Papa emérito Benedicto XVI, el cardenal Friedrich Wetter y el actual arzobispo, el cardenal Reinhard Marx. Pero el estudio se remonta a 1945 y, por lo tanto, abarca también los mandatos de los cardenales Michael von Faulhaber, Joseph Wendel y Julius Döpfner.

Pues bien, todos ellos, tanto los vivos como los difuntos, tanto los más progresistas como los más conservadores, respetaron y cumplieron a rajatabla el sistema establecido: insensibilidad total hacia las víctimas y generosidad y gracia con los victimarios.

Las cosas comienzan a cambiar para Ratzinger, cuando, el 25 de noviembre de 1981, Juan Pablo II le nombra prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es decir su mano derecha teológica, el hombre que le iba a permitir encontrar bases teológicas y doctrinales sólidas para imponer a la Iglesia mundial el llamado “modelo polaco”: cierre ideológico, involución doctrinal, congelación de los principios fundantes del Concilio Vaticano II, ostracismo para los prelados más abiertos, condena de los teólogos progresistas y conversión de la Iglesia en un poder fáctico, capaz de hacer frente al comunismo e incluso de derrumbar el Muro de Berlín.

Aunque dedicado a justificar el modelo wojtyliano, el cardenal Ratzinger comenzó a palidecer al abordar, en su nuevo puesto, sobre todo el dossier de los “delicta graviora”, que son, entre otros, los que cometen los clérigos, cuando abusan de menores, y que están reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Es tal la podredumbre con la que se encuentra que ya manda poner al día estos delitos y recrudecer las penas.

Era la época en que llegaban a Roma denuncias contra un gran depredador: Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, protegido por Juan Pablo II, que llegó a llamarlo “apóstol de la juventud”. ¿Llegaba esa información incriminadora a Juan Pablo II o se quedaba en los despachos de los secretarios: el secretario personal Dziwisz y el Secretario de Estado, cardenal Sodano? ¿Lo sabía el entonces prefecto de Doctrina de la Fe, cardenal Ratzinger, pero no podía hacer nada?

De hecho, una vez que Ratzinger se convierte en Benedicto XVI y sucede al Papa Wojtyla, está ya convencido de que el sistema generalizado de encubrimiento es no sólo un pecado, sino un enorme perjuicio para la institución. Y, por eso, pronto se convierte en el “barrendero de Dios”.

De hecho, el Papa alemán se presenta con este programa. Los cardenales lo eligieron, tras afirmar en la misa solemne previa al cónclave que los dos grandes peligros de la Iglesia eran el relativismo y la “suciedad” de la propia institución, que conocía mejor que nadie. Por sus manos de guardián de la ortodoxia pasaron durante décadas los casos más sangrantes y dolorosos del peor pecado que pueden cometer los eclesiásticos: el escándalo de los inocentes. Para ellos, el propio Cristo dice que “más les valiera atarse una piedra al cuello y arrojarse al fondo del mar” (Mt. 18,6).

El ‘policía’ del Papa Wojtyla convertido en dueño de las llaves de Pedro se encontró con una barca en peor estado de lo que él mismo creía. La pederastia era un misil en plena línea de flotación de la credibilidad de la institución, que vive precisamente de eso: de generar confianza en la gente, que le entrega a sus hijos desde la más tierna infancia. Una confianza hecha añicos por curas sin escrúpulos, personificados en el icono de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, uno de los nuevos grupos restauracionistas mimados por Roma, porque le aportaban vocaciones y dinero fácil.

Benedicto apartó a Maciel de la dirección de los Legionarios, lo suspendió a divinis y le impuso una vida de retiro y penitencia, pero no lo procesó ni lo llevó ante los tribunales canónicos, como exigían las normas de la Iglesia. y puso a la congregación bajo supervisor vaticana, camino de la refundación.

La limpieza no era nada fácil y, en la Curia, le pusieron todo tipo de trabas y zancadillas. El sistema de encubrimiento y de complicidad con los abusadores estaba incrustado en el alma de la institución. Benedicto tuvo que echar a obispos y mandar inspectores a varias iglesias nacionales. Pero la tarea era tan ingente que, al final, Ratzinger se vio sin fuerzas para culminar la tarea y efectuó su gesto más revolucionario: la renuncia al pontificado.

Pero, como nadie puede enterrar su pasado en vida, la memoria de los años de Munich, en los que, como todos los demás, comulgaba con el sistema del encubrimiento, le persigue. Ante las acusaciones de encubrimiento (bien documentadas) sólo le cabe reconocer sus errores, pedir perdón y resarcir a las víctimas de todas las maneras todavía posibles. ¿Lo hará o se encastillará en la negación numantina de responsabilidades? Si asumiese su culpa, podría convertirse en un ejemplo vivo y práctico para todos los demás obispos encubridores del mundo. Si no lo hace, estaría dando munición a los que siguen resistiéndose a la tolerancia cero y al resarcimiento pleno de las víctimas, que preconiza el Papa Francisco.

Eso, sí, al confesar y pedir perdón por sus actitudes, el Papa emérito mancharía su figura en la Historia y se cerraría el paso a la gloria de la santidad (como casi todos los últimos Papas). Un sacrificio máximo por el bien de la Iglesia. ¿Será capaz de llegar a ese extremo de entrega y de generosidad con la institución a la que tanto ama? Si fue capaz de renunciar, también podría asumir este último gran servicio a la Iglesia.

Lo haga o no, la repercusión del caso en el próximo cónclave es evidente: Los cardenales sólo podrán elegir como próximo Papa al que esté limpio de polvo y paja en este ámbito. Con lo cual el espectro de los eventuales candidatos se circunscribe a los cardenales curiales (sin responsabilidad directa en la pastoral) o en los purpurados elegidos en los últimos años, en los que el sistema ya está virando hacia la tolerancia cero. El próximo Papa tendrá que ser un hombre de manos limpias. Sólo así la Iglesia recuperará su credibilidad tan dañada. Pero, para eso, Benedicto XVI tiene que sacrificarse.


¿Podría condenar un Papa a otro por su inacción ante los abusos?

Pederastia (y encubrimiento) en la Iglesia católica: Wojtyla, Ratzinger… ¿quién está libre de pecado?

22.01.2022 Jesús Bastante

“El mayor problema de la Iglesia en este tema es… que no se libra nadie. Nadie”. Con la voz temblorosa, un funcionario vaticano admite a RD que el informe elaborado por un equipo independiente de abogados y que ha destapado la implicación del Papa emérito, Benedicto XVI, en el encubrimiento de al menos cuatro casos de abusos sexuales a menores, no ha sido recibido con sorpresa en los muros de la Santa Sede.

Y es que el “largo camino hacia el abismo”, como ha definido la Iglesia alemana los resultados del informe –uno más, frente a la enésima negativa del episcopado español– que destapa medio millar de casos de abusos en las últimas décadas en la diócesis que dirigió Joseph Ratzinger antes de ser nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es “una nueva muestra de que prácticamente todos los obispos que tuvieron responsabilidades pastorales hasta hace una década, de uno u otro modo, no hicieron lo suficiente para amparar a las víctimas“, y sí para proteger al sacerdote o religioso implicado.

El ‘apóstol de la juventud’ que resultó un depredador

¿Nadie está libre de pecado? Muy pocos, sostienen fuentes vaticanas, que subrayan que el problema no viene tanto de la pederastia en sí, cuanto de la dinámica de encubrimiento que se suscitó en la institución durante décadas, y que tuvo en Juan Pablo II a su máximo exponente. Un Wojtyla que, durante años, no hizo caso a las denuncias de abusos contra algunos de los líderes de la restauración conservadora tras la apertura del Concilio Vaticano II y que amparó a pederastas tan famosos como el fundador de la Legión de Cristo, Marcial Maciel, al que llegó a llamar “apóstol de la juventud”.

Y es que, pese a que las acusaciones en su contra llegaron a Roma ya en 1988 (anteriormente, en 1954, siendo Papa Pío XII, ya habían aparecido denuncias, que finalmente cayeron en el olvido), Juan Pablo II no quiso abrir expediente alguno contra Maciel. Hoy, ambos han fallecido: el fundador de la Legión, como el mayor depredador de menores de la historia reciente de la Iglesia; el Papa polaco, como santo universal.

El caso de Maciel no fue el único. El líder del Sodalicio, Luis Figari, también campó a sus anchas durante años, como lo hizo Theodore McCarrick, uno de los cardenales más poderosos de Estados Unidos y al que Francisco arrebató la púrpura y hoy está siendo juzgado por tribunales norteamericanos.

Los Legionarios de Cristo tardaron más de tres décadas en reconocer los abusos de su fundador, protegido como en el caso de McCarrick por Juan Pablo II y su fiel secretario Estanislao Dzwisz, que hace pocos meses fue absuelto en una investigación sobre abusos en Polonia que amenazaba con implicar al propio Papa polaco.

La contrapartida, en ambos casos, era evidente: una fuerte financiación proveniente de México y Estados Unidos, y nuevas vocaciones sacerdotales para el proyecto de involución en la Iglesia católica. Roma cumplió, ninguno pisó la cárcel.

El cardenal Law, refugiado en el Vaticano

Otros casos, como el de Fernando Karadima, uno de los formadores de buena parte del episcopado chileno, y abusador impune durante años, terminaron por juzgarse. La mayoría no corrieron con tanta suerte. Cuando en 2002 estalló el escándalo por la investigación del Boston Globe, que reveló miles de casos de pederastia y que llevó a la bancarrota a media iglesia católica de Estados Unidos, el cardenal de Boston, Bernard Law, dimitió de su cargo pero, en lugar de afrontar sus responsabilidades, viajó a Roma… y nunca regresó. La Santa Sede, primero con Juan Pablo II y después con Benedicto XVI, denegó las peticiones de extradición de la justicia norteamericana, y acabó muriendo entre los muros vaticanos.

De hecho, Law vivió a sus anchas hasta que el 14 de marzo de 2013, al día siguiente de ser elegido Papa, Francisco se lo encontró en la basílica de Santa María la Mayor, adonde había acudido a rendir pleitesía a la patrona de Roma. El cardenal tenía allí su residencia desde que Juan Pablo II lo nombrara, en 2004, arcipreste de uno de los templos más importantes (y más ricos) de la Ciudad Eterna. Al ver al cardenal Law, a Bergoglio se le desencajó la cara y se alejó inmediatamente de él. “No quiero que siga frecuentando esta Basílica”, le espetó el argentino.

Fuentes vaticanas defienden que Francisco está decidido a acabar con el flagelo de la pederastia, pero la dinámica del encubrimiento parece mucho más difícil de erradicar en una institución acostumbrada a lavar los trapos sucios en casa, y a acusar a las víctimas, y a los medios que destapan el horror de los abusos, de “falta de prudencia”. No es una cosa del pasado, sino una afirmación del cardenal de Valencia, Antonio Cañizares, el viernes pasado, a cuenta del informe entregado por El País al Papa y al cardenal Omella.

¿Un Papa condenaría a otro Papa?

Con todo, nunca hasta la fecha una acusación, con pruebas, había llegado tan lejos. Ni más ni menos que contra Joseph Ratzinger, quien fuera Papa de 2005 hasta su renuncia, en 2013. Un Benedicto XVI que sí comenzó a investigar los abusos de Maciel, que abrió la puerta a los cambios en la legislación que Francisco está intentando culminar, pero que no supo, o no quiso, actuar con la dureza con la que ahora (por convicción o por la fuerza de los hechos) está haciéndolo el pontífice argentino.

La razón, tal vez, pudiera estar en lo ocurrido entre 1977 y 1982, cuando Ratzinger ejerció como arzobispo de Múnich. Según la investigación independiente, el hoy emérito sabía de la existencia de casos de abusos sexuales a jóvenes y menores cometidos por miembros de la Iglesia católica alemana cuando sucedían y tuvo, en al menos cuatro de ellos, una conducta reprochable. Entre ellos, el caso del sacerdote Peter H., quien en 1980 fue trasladado del obispado de Essen al de Múnich tras haber sido acusado de pedófilo y que en su nuevo destino siguió cometiendo abusos.

Aunque el secretario de Ratzinger ha negado las acusaciones, y el Papa emérito ha entregado una respuesta de 82 folios a los investigadores, éstos no dan credibilidad a la versión de Benedicto XVI. El Vaticano, que ha mostrado su “vergüenza” ante los datos presentados, se ha comprometido a dar una respuesta una vez lea el documento. Pero la siguiente pregunta se antoja imposible de responder: ¿qué hará Francisco si se demuestra, como parece, que su antecesor encubrió a curas pederastas?

¿Se atreverá Bergoglio a condenar al Papa emérito? Una decisión así, apuntan en la Curia vaticana, sería muy difícil de tomar, pues pondría en cuestión la infalibilidad papal. “Y, sobre todo, porque parte de la Iglesia no entendería que un Papa condenara a otro”, nos cuentan. Y añaden: “Si de verdad nadie se libra… ¿alguien podría sacar algún dossier similar sobre Bergoglio?”. La pregunta, otra vez, se queda sin respuesta.