Siglos. Repito siglos, esperando que la institución eclesial católica se convierta, y ahora ante un síntoma de renovación, se rasgan las vestiduras no solo cristianos viejos sino ateos nuevos.

Bajo estas vestiduras rasgadas se descubren conceptos diferentes de iglesias. La iglesia cristiana fue inicialmente una semilla sembrada por el maestro de Galilea. Ni él mismo tuvo un concepto desarrollado de la iglesia de su Padre. Parece que ni él mismo se consideró fundador ni propietario de una iglesia. Él dejó enterrada la semilla y el encargo de que fueran por todo el mundo anunciando que estaba cerca el reino de su Padre, y que comenzaba una nueva Era para los hombres. No parece que Jesús tuviera en mente una cristiandad con templos, sacerdotes, funcionarios, jefes, y ni siquiera una dogmática y moral católicas cerradas. Sí parece que murió con algunos principios muy claros:

“En esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis los unos a otros como yo os he amado”.

“Esa es la Nueva Alianza: “Mi vida y mi muerte es vuestra nueva Ley.

Esa nueva alianza está sellada con mi sangre

Sentaros a comer en una misma mesa y recordad mi vida cada vez que comáis el pan y bebáis el vino.

Yo seguiré con vosotros hasta el final de los tiempos. No tengáis miedo

Después. Muy poco después de la muerte de Jesús, vino la cristiandad con sus dogmas y catedrales. Volvieron los sacrificios y los altares y los palacios y el Antiguo Testamento con su Torá y sus hijos de Aarón, con sus ritos convertidos en sacramentos, no solo como fuente de vida, sino como instrumentos poderosos para dominar el mundo. Volvieron los Pontífices con vestimentas regías. Se multiplicaron sus propiedades y su inmenso poderío. Ningún imperio se ha asimilado ni de lejos al poder de la gloriosa Cristiandad. Tanto poder emborrachó el “reinado del Padre”. Roma y el Vaticano han sido históricamente la sede del Reino: La Santa Sede.

Le llegó al viejo Benedicto un informe de 600 páginas que detallaba la corrupción y la desvergüenza almacenada en esa Santa Sede. ¡El viejo no pudo más! Renunció y convocó un cónclave. Vino de lejos Bergoglio. Se puso de nombre Francisco. En el balcón del gran Palacio se puso de rodillas ante la masa de fieles y pidió que rogaran al Padre por él. Y abandonó el Palacio infectado. Y por lo visto no quiere volver.

Algunos siguen soñando con los teatros litúrgicos, Johann Sebastián Bach, el latín y los inciensos. Han confundido el reino de Dios con los solemnes ceremoniales. Hay ateos que quieren disfrutar, para su muerte de una gran ceremonia de difuntos. Pero antes de morir, reniegan del papa Francisco. Reniegan de su forma de actuar. No creen en la iglesia de Jesús. Sueñan con la Cristiandad.

Luis Alemán Mur