La gente híbrida vive el Evangelio tan de verdad, que llega a hacerse natural en ellas


Cuando llegué al noviciado, la maestra era una anciana que llevaba un montón de años en el cargo y que tenía fama de santa. Yo no se lo notaba y además no me resultaba nada simpática y decía cosas que me parecían raras  pero, como venía hecha a la idea de que todo lo del convento iba a ser raro, no me suponía demasiado problema. Una de sus frases favoritas era: “Hermanas, pónganse en altura” y, aunque de momento no entendía a qué se refería, luego fui atando cabos y comprendiendo que eso de la “altura” venía a ser lo mismo que “ser sobrenatural”, o sea lo contrario de “natural”.  Esto último que a mí me sonaba en principio a algo bueno, en seguida vi que estaba fatal y fui completando mi aprendizaje de ese dialecto con frases que las novicias más fervorosas usaban para pedir perdón en público: “Me acuso de haberme dejado llevar por la naturaleza”. Con el tiempo vi que las novicias más “sobrenaturales” terminaban por irse a su casa y concluí que aquella altura a la que se habían subido podía convertirse en peligrosa. Porque en cambio, las más corrientitas, normales y ¡ay! más naturales, allí seguíamos contra viento y marea y terminábamos por hacer los votos y perseverando que era la meta suprema.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces y a estas alturas de la vida y después de haber tenido la suerte de conocer a muchas personas,  he llegado a la conclusión de que me quedo con las híbridas (adjetivo que, según Wikipedia, viene del latín hybrida “mestizo” y califica   “al producto de elementos de distinta naturaleza”) . La gente híbrida que conozco, no es que tenga un poquito de sobrenatural y otro de natural, sino que son personas que viven el Evangelio tan de verdad,  que ha llegado a hacerse natural en ellas y el reaccionar según Jesús no les es algo superpuesto ni forzado, sino que fluye de una manera serena. No dudo de que detrás está el dejar atrás sus propios gustos e inclinaciones,  pero con una sencillez tan libre de aspavientos, que  recuerdan a esas parejas de patinadores  que se deslizan sobre el hielo con armonía, aunque conseguirlo les haya costado muchas horas de ensayo y de batacazos.

“Tan humano solo podía ser Dios mismo” afirma el teólogo Leonardo Boff de Jesús y creo que está en relación con lo que decía san Juan de la Cruz: “Abajéme tanto, tanto, subí tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance”. Quizá sea ese el secreto de un seguimiento híbrido:  el que coinciden misteriosamente en él  la bajura de quien se sabe  pobre y poca cosa, con la altura que no se detiene hasta encontrar esa caza a la que busca dar alcance.