Frase evangélica: «Vende lo que tienes, da el dinero a los pobres… y sígueme»

1. La salud -de donde se deriva salvación- equivale, idealmente, a vida en plenitud (sin rastro de enfermedad), a integridad personal (sin secuelas de alienación) y a armonía global (en paz con todos y con Dios). Cumple todos los deseos y aspiraciones de la persona y se expresa en la esperanza de la inmortalidad. No es mera ausencia de desgracias y calamidades, sino realización plena del ser personal. Naturalmente, la salud está constantemente amenazada por la enfermedad, el hambre y, en definitiva, el pecado y la muerte. Sólo Dios es salud total, que se comunica en la historia; por eso es «bueno».

2. La salud cristiana, o salvación liberadora, abarca la totalidad de lo humano. No es la mera inmortalidad del alma ni la retribución individual en forma de «vida eterna». Es presencia ya actuante, aunque todavía no en su plenitud, del reino de Dios. Para recibir la salud de Cristo no basta con guardar los mandamientos; es preciso, además, despojarse de las riquezas y entrar en la comunidad de discípulos.

3. Evidentemente, la riqueza es un obstáculo considerable para entrar en el reino de Dios o para seguir a Jesús, porque falsifica la relación con Dios y con los hermanos. En cambio, la riqueza de los pobres está en el seguimiento de Jesús, en la fraternidad y en el reino. Se plantea esta cuestión evangélica: «¿Quién podrá salvarse?». La salvación es irrupción de Dios en la persona humana, que acepta y cree sin aferrarse al dinero o a la autosuficiencia.  La recompensa de los discípulos que lo han dejado todo es consecuencia del seguimiento:  formar parte de la comunidad eclesial ahora, y de la definitiva en la plenitud de los tiempos.  Lo que parece «primero» es lo «último», y viceversa.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué nos aferramos tanto a las riquezas? 
¿Qué salvación es la que pretendemos?