Pasado el susto y la alegría, me atrevo a reconsiderar.

Entre gentes de fe católica imperaba el agotamiento, la desidia. Han sido muchos años de desolación. Hoy se analiza el tiempo pasado con más claridad y despego. Desde que el Concilio Vaticano II pasó a manos de Pablo VI totalmente hipotecado a una curia recalcitrante, la ciudad del Vaticano como Estado y como centro eclesial ha ido de mal en peor. Las dudas y cobardías de Montini paralizaron el ímpetu del concilio. Hace años que el hedor del Vaticano se ha vuelto insoportable. La muerte de aquel papa Luciano ofrece dudas sólo a los muy devotos o ingenuos. Los muertos no se callan.

El torbellino de Wojtyla, a toro pasado, se asemejó no poco a un circo mundial no ambulante sino volante. Con Wojtyla se impuso la Iglesia imperial. Consiguió grandes triunfos internacionales. Contribuyó a modificar el mapamundi político.

Como su inclinación ideológica y espiritual era manejar y moverse con las masas, tuvo que buscar sus juventudes. (¿Qué hace un emperador sin masas que vitoreen?). Prescindió de las órdenes religiosas, franciscanos, dominicos, carmelitas, jesuitas. Alguna de ellas fue pisoteada. Así, sin paliativos, pisoteada y humillada. Él disfrutaba con sus manadas de kikos, legionarios, opusdeistas que eran los que llenaban plazas y las arcas del Vaticano. Al final, dejó las arcas podridas, manchadas de sangre y a la Iglesia en manos del opus, legionarios, kikos y una corte de institutos de nuevo diseño.

Tuvo la suerte (¡!) de padecer un atentado, y entró en la leyenda. Es evidente que fue un emperador con fe. Lo cual no es fácil en la Curia Pontificia. Permaneció en el trono hasta el final, no por permanecer en la cruz como ha dicho insidiosamente su secretario. Fue más bien tozudez sin ningún fundamento teológico. Tenía que morir ante la TV. Fue la muerte de un emperador, no la muerte de un Pedro. La barca la había cambiado por un Boeing 747.

Lo de Benedicto XVI ha sido un fracaso. Da la impresión de que en su reinado, el único que ha encontrado a Dios ha sido Ratzinger. No sabía ni abrir los brazos. Su rostro no estaba hecho para sonreír. El inquisidor y perseguidor de herejías al final ha conseguido inspirar lástima. Si “un pastor debe oler a oveja”, Ratzinger no fue nunca pastor. Lo único que ha hecho bien ha sido irse. Y no ha sido poco.

El Papa Francisco, hasta ahora no ha hecho otra cosa que romper moldes. Con sus gestos ha dejado claro que su estilo queda lejos del emperador Wojtyla y del teólogo Ratzinger. Nos tiene a todos expectantes si encontrará las tijeras y el hacha de podar. Como pastor deberá oler a oveja. Como cabeza de la Iglesia, en las circunstancias actuales, tendrá que oler a lejía. Continuaremos.

Luis Alemán Mur