Dios entregó a Jesús a una mujer. Ella fue su pediatra, su sicóloga, su catequista. Ella le enseñó a tratar con Iahvé y a tratar con los hombres. Aquel niño no nació con ciencia infusa. Era un niño normal. Su madre fue quien moldeó su crecer. La importancia de las madres en el desarrollo de los hijos no puede sustituirse por la sociedad. Si fallan las madres, será muy difícil que los hombres crezcan y que haya hombres que “salven”.

Dos mil años después, y las religiones, las más retrasadas y las más cultas, siguen sin aceptar el papel de la mujer en la misión de salvar.

Quizá lo más difícil que tenga el creyente hoy sea saber leer y comprender la Biblia. Desde la primera página del Génesis, el Templo sospecha siempre de la mujer

Por supuesto que María fue la Madre de Jesús. José fue su padre. Por supuesto que fue Dios quien dirigió todo aquel importante y oculto acontecimiento histórico. Por supuesto que aquel niño venía para enderezar los caminos de los hombres que no conducían al Padre. Por supuesto que sin Jesús la obra del Padre iba al fracaso. La humanidad necesitaba una operación dirigida por el Espíritu de Dios. Y comenzó por escoger una familia, una madre y un niño.

Jesús es un hombre que se cansa, que llora ante el dolor humano, que se estremece ante el hambre, que se cuida de su madre, que habla con la mujer, amigo de la mujer.

¿No será conveniente la vuelta de la mujer?

Siempre se fomentó la ilusión de una presencia visible y milagrosa de Dios, de sus santos, y sobre todo, de María la madre de Jesús. La edad media está llena de apariciones y milagros de circo. Cada vez comprendemos mejor que ese no es ese el modo de actuar de Dios. El cristianismo tiene como fin crear hermanos.

Pero quizá las iglesias se dedicaron a crear santos. Y a veces, los santos no aceptan al hombre ni a la mujer. Ni son hermanos. Los hombres y mujeres de cualquier raza, de cualquier país podrán entrar en el aprisco del Padre. Solo tienen que parecerse a él.

Queda claro que el “lenguaje” de Dios no entra dentro de nuestro idioma. Queda claro que los caminos de Dios no coinciden con los nuestros. Queda claro que Dios no habla latín, ni italiano, ni chino. Queda claro que el “misterio” de Dios no es la asunción, ni lo trinitario, ni lo hipostático, ni de transustanciación. Queda claro que la teología si es para aprender de Dios, habrá que repasarla en Nazaret, con la mujer de aldea desposada con un hombre, llamado José. Parece que ni Jerusalén ni su Templo se enteran de lo que ocurre en las aldeas: El mensaje de Dios no es a ningún sacerdote. María es una “virgen” fiel a Dios (En el A.T. la “adultera” o “prostituida” son la imagen del pueblo extraviado). María es la imagen de absoluta fidelidad. Maria representa los “pobres de Israel” marginados en la sociedad judía.

Algo tiene la presencia de Dios entre nosotros que no solo trae paz, alegría. Con mucha frecuencia trae turbación. La sintió Maria, la sufrió fuertemente Jesús, la sentirá su iglesia y cada uno de nosotros. Somos demasiados frágiles como para soportar con serenidad la presencia de Dios. Decimos con frecuencia y no sin verdad, que María actúa como Madre de la iglesia de Jesús. También vale aplicar a la iglesia, lo que se dice a María.

¡Tiempos de dudas y temblor para la iglesia católica!

“No temas”.

Luis Alemán Mur