Mi buen amigo Jesús, todo verdad: eso es lo más difícil para seguirte.

No es que tú conocieras todas las verdades.

No sabías que la Tierra era redonda ni que era tan grande.

Había muchas cosas que tú no conocías.

No fuiste un genio de la ciencia.

Se que sabías leer y poco más.

De física, nada.

El sol te hizo sudar, pero nunca supiste de qué estaba hecho el sol.

Bebías agua. Tenías sed, pero no sabías la fórmula del agua.

Te equivocaste, amigo, en tantas cosas…

Pensabas que el final de todo era inminente.

Creías, como todos, en ángeles y demonios.

Formabas parte de un Reino distinto; que, al final, triunfaría.

Y tu Padre no te daría con un canto en los dientes cuando tú le pidieras pan.

Te equivocaste, amigo: pediste no beber el cáliz y te ahogaste en él. No hubo legiones de ángeles.

No eras tan listo como creyeron las masas y los tuyos.

Ante tu final de desastre, apareció lo que eras: uno como los demás, tan ignorante, tan iluso, tan solo, tan utópico.

Sin embargo, amigo, mi buen amigo Jesús, sí veo en ti algo que no veo ni he visto en nadie más. Eres verdad. Te repugnaba la mentira, la doblez. Tal como eras por dentro aparecías por fuera. Nunca te presentaste maquillado.

No sabías hacer teatro. Te equivocaste, pero no te engañaste a ti mismo. Metiste a los tuyos en un lío, pero no los engañaste.

Fuiste veraz contigo, con los tuyos y con tu Padre.

Te fallaron los tuyos, y en el momento supremo, te falló tu Padre: te dejó ser hombre, sólo hombre…hasta el final

Siempre nos dolió mucho esa muerte tan vulgar. Pero te seguimos

Desde el principio costó mucho tragarse la vulgaridad de tu humanidad: Uno igual a todos en todo, pero sin maldad. Pero eso no gustó ni a tus primeros seguidores. Por eso te hicieron nacer en un pueblo bonito, histórico y cuna de David. Te llevaron confetis de estrellas, y coros de ángeles. Y a la cruz barata, cruel y vulgar llevaron a tu madre y pusieron en tu boca ensangrentada la mística de unas palabras que seguramente no dijiste.

La divinidad no podía nacer en un pueblo de nombre desconocido. Ni podías morir sin la presencia de tu madre. La historia se lo podría echar en cara como le echaron en cara a tus amigos su cobardía.

Pienso que el verdadero entierro no te lo hizo José de Arimatea. El entierro comenzó después.

Fue lento, poco a poco. Tardó siglos. La última paletada y la lápida de mármol la colocaron antes de la Edad Media. El epitafio decía: Aquí yace, Yesuá de Nazaret, bueno y poeta. Amó al pueblo y creyó en Dios. Descanse en Paz.

Y empezamos a seguir con un equipaje más pesado que una túnica, un bastón y una sandalia.

Luis Alemán Mur