Frase evangélica: «No desprecian a un profeta más que en su tierra»

1. El Concilio afirmó que «la negación de Dios o de la religión no constituye, como en  épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta no raras  veces como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo» (GS 7). En  realidad, más que oposición a la fe, se manifiesta en ciertos ambientes un desafecto; en  lugar de ateísmo o agnosticismo, se extiende una cierta increencia. En otros ámbitos donde  predomina la religiosidad popular, la fe se mezcla con elementos mágicos no cristianos; se  produce entonces un sincretismo en las creencias. No se atisba suficientemente al Dios de  Jesús, ni a Jesús el Cristo, ni el Evangelio del Señor.

2. Sus paisanos no sólo «desconfían» de Jesús, sino que se mofan de él denominándole,  en tono despectivo, «el hijo de María», sin paternidad conocida. Lo toman por un ser  insignificante, sin pasado ni futuro. Sencillamente, se muestran «faltos de fe». No creen ni  en la «sabiduría» de Jesús ni en sus «obras». Están decepcionados de su «enseñanza»,  pues no es Jesús el líder nacionalista capaz de arrojar a los romanos para implantar el reino  de Israel. La imagen de Jesús no encaja en los esquemas preconcebidos de los «judíos».

3. Las actitudes frente al hecho religioso cristiano y la vida evangélica de los creyentes  son a veces semejantes a las actitudes negativas de los compatriotas de Jesús. La fe se  considera una neurosis, el seguimiento de Cristo es cosa de alienados, y la sabiduría  evangélica equivale a pura necedad. Algunos desean un Dios controlable; admiten sólo la  imagen que se han hecho de Dios, pero no a Dios. Otros se aferran a un cristianismo  basado únicamente en los milagros.

4. Reconocen a Jesús los que escuchan sus palabras y las ponen en práctica. Para esto  último es necesario ir al «pueblo», defender como «profetas» la vida más amenazada y  soportar pacientemente posibles «desprecios». La salvación no viene del dinero, el poder y  las armas, sino de la «sabiduría» evangélica del pobre de Yavé.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Somos personas de fe?

¿Qué valor real damos a la vida cristiana?