Jesús no ha creado un grupo patriarcal de presbíteros varones, sino un movimiento de liberación igualitaria


El orden nacional de la comunidad israelita estaba presidido por sacerdotes (del templo), ancianos o presbíteros y escribas, todos varones, garantes de la legalidad y portadores del poder establecido.  Ciertamente, varió su función a través de los siglos,  en la federación de tribus antiguas, en la monarquía, tras el exilio y, finalmente con el rabinismo (a partir del II d.C.). La autoridad estaba formada, según eso, por tres estamentos, todos de varones:

  • Presbíteros “nobles”.  Eran la gerousía (en latín senado), formada por aquellos que, en función de su edad y dignidad (=nobleza, riqueza), dirigen de un modo colegiado la vida del pueblo, normalmente unidos a los sacerdotes (cf. 1 Mac 14, 2; cf. 3 Mac 6, 1; Jud 4, 8).
  • Sacerdotes, autoridad “sacral”. Formaban la tribu o genealogía de los sacerdotes superiores (sacoquitas) y de los levitas inferiores. Eran portadores y representantes del poder “sacrificial”, encargado de vincular a los hombres y mujeres con Dios. Pero ellos, en sí mismos, eran sólo barones.  Éstos, sacerdotes  y presbíteros, formaban así la autoridad natural del judaísmo naciente-
  • Tercer poder, los escribas/rabinos.  Empiezan a destacar desde el establecimaiento de la “ley sagrada”. Son los juristas (letrados, abogados) que interpretan la Ley. Están al servicio de presbíteros y sacerdotes, pero, en algún sentido, llegan a superarles y así toman el poder desde el establecimiento del judaísmo rabínico de la Misná y del Talmud (que se estableció como “religión de ley pueblo”, desde el siglo II-III d.C. hasta la actualidad).

    Esta es la tríada normal (sacerdotes, ancianos, escribas) que, según el Nuevo Testamento, forman el Sanedrín o gran consejo, vinculado a los poderes sacrales, dinástico-familiares y legales del pueblo.

    Dentro del Sanedrín, los presbíteros eran representantes de la tradición, memoria colectiva o razón anamnética que se codifica en la historia y se expresa la continuidad de la vida nacional. Con ellos están los sacerdotes y escribas, formando así os tres poderes establecidos. Significativamente, el movimiento de Jesús ha superado el orden presbiteral y sacerdotal de la tradición (avalada por jueces y juristas o escribas), poniéndose en su lugar la autoridad carismática  de un Dios que se expresa a través de las comunidad, partiendo de los más pobres, pequeños y excluidos.

    Por eso, como he mostrado en mi libro sobre el mensaje de Jesús en su movimiento  no caben presbíteros y padres de familia en cuanto tales, pues ellos representan la autoridad de una tradición que excluye a muchos pobres y de una jerarquía que se impone sobre el resto del pueblo en contra de lo establecido en la comunidad de Qumran.

    Tradición, sacerdotes…

      Pues bien, en contra de eso, el movimiento de Jesús es fuertemente subversivo, como indicarán tres pasajes: uno relaciona con las purezas, otro con la muerte de Jesús, otro con el orden comunitario.

     Los fariseos y algunos escribas procedentes de Jerusalén se acercaron a Jesús y observaron que algunos de sus discípulos comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavárselas… y le preguntaron:- ¿Por qué tus discípulos rompen la tradición de los ancianos, comiendo el pan con mano impura? (Mc 7, 1-5).

                 El texto recoge una disputa de la iglesia, que se enfrenta por normas de pureza con fariseos del entorno (Galilea) y escribas representantes de Jerusalén Ellos, guardianes de la identidad sacral del pueblo, apelan a la tradición de los presbíteros o ancianos, que forma una valla de seguridad (cf. Abot 3, 13), un muro de pureza, que se expresan en la comunidad de mesa, donde los judíos limpios cultivan su elección consumiendo ante Dios (como en el templo) los puros alimentos que Dios ha ofrecido a su pueblo[2].

     El Hijo del hombre será rechazado por los ancianos, sacerdotes y escribas… Pues bien, en contra del orden de autoridad de Qumrán y del judaísmo en su conjunto, Jesús aparece como un condenado por la autoridad.

    Y empezó a enseñarles que el Hijo del hombre debía padecer mucho, que sería rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y escribas; que lo matarían, y a los tres días resucitaría (Mc 8, 31).


    Jesús ha ofrecido comunión (familia) a excluidos o marginados del orden nacional (pecadores y mancos, leprosos y hambrientos). Es normal que los representantes de ese orden le rechacen. Ha renunciado a la violencia externa y al hacerlo queda en manos de la violencia del sistema de ancianos, sacerdotes y escribas, que son el Sanedrín del pueblo. Los ancianos van primero: son portadores de la autoridad genealógica, defensores de la tradición nacional, encabezando el proceso contra Jesús, a quien conciben como peligroso (cf. Dt 13). Significativamente, Mc 15, 1 (al principio del proceso) pone primero a los sacerdotes, pues tienen poder sacral de condenar, de manera que ancianos y escriban vienen en segundo momento.

    Sea como fuere (estén primero los ancianos o estén primero los sacerdotes), Jesús se ha levantado contra un poder genealógico entendido de forma sacral, no para buscar mayor pureza (como en Qumrán), sino para abrir la casa de Dios (de lo humano) a los excluidos de la buena sociedad. Como hemos visto ya (cf. Mc 3, 31-35; 10, 28-30), Jesús ha roto los esquemas de dominación de la sociedad jerárquica de su entorno, creando una fraternidad igualitaria y abierta, sin ancianos garantes de una tradición establecida, que margina o rechaza a los impuros y pobres.

    No haya entre vosotros rabinos, padres, dirigentes…

    En este contexto quiero presentar un texto tardío de la tradición anti-jerárquica de Mateo, que recrea la enseñanza básica de la historia de Jesús. Parece que algunos desean “sentarse” en una cátedra de autoridad doctrinal (sinagogas) y social (banquetes), haciéndose llamar rabinos (maestros, grandes) y convirtiendo el mesianismo en medio de imposición y triunfo propio. Así ratifica Mateo la enseñanza de Jesús:

  1. Pero vosotros no os dejéis llamar Rabí; porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos.
  2. Y no llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.
  3. Ni dejéis que os llamen Dirigentes, porque uno es vuestro Dirigente, el Cristo (Mt 23, 8-10).

                Mt 23 8-10 ofrece la justificación teológica de la fraternidad anti- jerárquica  del movimiento de Jesúsque define, en clave negativa, las relaciones de servicio dentro de la iglesia: no hay en ella lugar para rabinos, padres o dirigentes:

     – Sin rabinos. El judaísmo posterior de la federación de sinagogas, que está emergiendo ya, se constituye en torno al rabinato: los maestros que recrean la tradición se van alzando como autoridad suprema, siendo así reconocidos (ratificados) por la Misná. La autoridad rabínica posee el “saber” legal, en línea de hermenéutica textual y de fidelidad a las tradiciones que conforman la identidad del pueblo.

    El nuevo judaísmo rabíno, posterior a Jesús, será una  federación será sinagogas, reunidas en torno a rabinos, empeñados en fijar las normas de vida del pueblo. No habrá en el judaísmo nada semejante a unos obispos con autoridad sacramental o a unos señores temporales que han surgido y triunfado a veces en la comunidad cristiana. Humanamente, los rabinos han expresado una autoridad ejemplar, en diálogo y respeto, en sencillez y estudio, entre las diversas escuelas que asumen la tradición nacional. A pesar de eso, Jesús no ha querido que su iglelsia tenga una autoridad rabínica (3].

     Jesús no quiere en su iglesia padres… La ausencia de “padre -patriarca” (poder) en la tierra , permite descubrir mejor al Padre del cielo. Diciendo no llaméis a nadie padre, Mateo supone que algunos lo hacen: que ha surgido en la iglesia una tendencia a la sacralización jerárquica (el padre está junto al rabino y dirigente). Pues bien, él se opone de forma tajante, recuperando la mejor tradición de Jesús, no para negar al padre, sino para recrear su figura.

         Ciertamente, el nombre “padre” tienen un origen familiar, social, mundano, pero en su plenitud sólo se puede atribuir a Dios impidiendo así toda sacralización jerárquica. Al reservar para Dios ese nombre, Mateo sigue el mejor judaísmo: Dios Padre abre un hueco de silencio y misterio, ocupando el lugar que era propio de Yahvé, tal forma que nadie puede llamarse ni ser padre en la comunidad cristiana. Desaparecen las mediaciones patriarcales, el poder de los presbíteros y emerge sólo Dios, unificando en su amor a los hermanos[4]

    – El término empleado aquí (kathêgêtês) es cercano al de maestro, lo mismo que rabino: Mt 23, 10 repetiría con una palabra más griega (de la tradición helenista) lo que 23, 8 había dicho en forma judía (no llaméis a nadie rabino…). Pero el matiz es distinto: este dirigente (kathêgêtês) no es simplemente un “grande” (rabí) que sabe, sino alguien que guía a los demás en los caminos de la vida, pudiendo convertirse así en iniciador jerárquico, alguien que muy pronto quiere elevarse sobre los demás (cf. 23, 11-12). Pues bien, Mateo reacciona duramente: Jesús no necesita dirigentes de ese tipo.

     Las tres advertencias centrales del evangelio de mateo entienden en forma quiástica (circular): la primera (sobre el rabino) y la tercera (sobre el kathêgêtês) resultan paralelas; en el centro queda la referencia al padre, que puede verse como principio de todo lo que sigue: el grande entre vosotros sea vuestro servidor… (Mt 23, 11). En contra de la tendencia normal de este mundo, Jesús no ha creado una comunidad de rabinos y sabios, sino de iguales; nadie en ella es director o guía, intermediario o broker de los otros, pues todos son hermanos y tienen acceso directo a Dios Padre y al Cristo Rabi Kathêgêtês[5].

     Autoridad (no mando) de mujeres: más allá del patriarcado.

      El evangelio iguala a varones mujeres, superando la autoridad del género: Jesús no ha creado un grupo patriarcal de presbíteros varones, ni un sistema autoritario, fundado en escribas o padres, sino un movimiento de liberación igualitaria, abierto a los excluidos y expulsados de la sociedad.

     – La mujer judía era ante todo madre, desde el principio de la historia de Israel. Los creadores de la restauración quisieron que las esposas (y madres) de los israelitas fueran judías, para garantizar la pureza nacional, rechazando los matrimonios mixtos (con mujeres extranjeras) en tiempos de Esdras y Nehemías (cf. Neh 10, 31)). Las mujeres importan al servicio de la vida y están especialmente vinculadas a los ciclos de menstruación y maternidad, bajo la autoridad de los varones.

    – La mujer del evangelio es ante todo persona. Jesús no ha creado un grupo elitista de discípulos varones, en línea militar o rabínica, sacerdotal o patriarcalista: todos los elementos de su discipulado pueden aplicarse por igual a varones y mujeres, superando las normas de pureza sacral que distinguían a unos de las otras. Varones y mujeres aparecen como seres libres, sin prioridad de un sexo sobre el otro.

          El movimiento de liberación mesiánica de Jesús ha superado las estructuras donde el padre-patriarca varón se elevaba son su autoridad de género sobre la familia, pues sólo así puede crearse una familia de hermanos y hermanas en corro, alrededor de Jesús, para escuchar, dialogar y cumplir juntos la voluntad de Dios (Mc 3,31-35). Aquí se sitúa la inversión del evangelio: el orden viejo ratificaba el poder del padre sobre el hijo, del varón sobre la mujer, del rico sobre el pobre, del sano sobre el enfermo etc; en contra de eso, Jesús ha ofrecido de manera provocadora el don del reino a enfermos, expulsados, niños, pobres… En esa “buena” compañía se sitúan las mujeres, no como “necesitadas” (menores) a las que debe amarse y ayudarse en forma concesiva, sino como personas, en igualdad de género, destinatarias y portadoras de la palabra:

     – Mujeres en el movimiento de Jesús: Le acompañan y siguen . Muchos rabinos pensaban que eran incapaces de acoger y comprender la Ley, y el dato resulta comprensible, pues no tenían tiempo ni ocasión para la escuela. Pero Jesús no ha creado una escuela elitista, sino un movimiento de humanidad mesiánica, abierto por igual para mujeres y varones. Por eso, ellas pueden seguirle con pleno derecho en el grupo (cf. Mc 15, 40-41; Lc 8, 13).

    – Varones y mujeres (cf. publicanos y prostitutas: Mt 21,31) se encuentran igualmente necesitados… y son igualmente portadores de autoridad mesiánica. Unos y otras parecían obligados a vender su honestidad económica (varones) o su cuerpo (mujeres) al servicio de una sociedad que les oprime y utiliza para luego despreciarles. Pues bien, Jesús les ha unido en un mismo camino de gracia, desde un Dios que perdona y acoge a todos los humanos.

                 Jesús no es un reformador social, que quiere cambiar algo las cosas, sino un profeta escatológico: no quiere remendar con paño nuevo el viejo manto israelita, ni echar su vino nuevo en odres viejos, sino ofrecer a todos su mensaje de nuevo nacimiento (cf. Mc 2, 18-22), en actitud creadora. No distingue a varones de mujeres: no exalta a unos para oprimir a las otras, sino que acoge por igual a todos, ofreciéndoles la misma Palabra personal de Reino. Un día, le pidieron que decida, conforme a Ley, quién sería tras la muerte el propietario de una mujer que tuvo siete maridos. Jesús responde diciendo que el reino es libertad y las mujeres no se pueden tomar como un objeto poseída por varones: así quedan liberadas del dominio de los hombres, para ser simplemente personas con ellos, “como los ángeles del cielo (cf. Mc 12, 18-27).

               Conforme a los testimonio más antiguos sobre Jesús (Pablo en Gal 3, 28 y en todo el evangelio de Marcos) Jesús ha superado el dominio del varón sobre la mujer, abriendo un camino de reino donde cada uno (varón o mujer) vale por sí mismo y puede vincularse libremente con los otros. Sólo en este fondo se puede hablar de eunucos en sentido positivo (Mt 19,12): de personas que rompen por el reino la estructura de poder patriarcalista; esa forma de posible renuncia al matrimonio iguala en libertad a varones y mujeres; ya no están determinados por el sexo, ni obligados a casarse por naturaleza, sino que pueden escoger en libertad. Libres son varón y mujer para el celibato o matrimonio, en igualdad personal. Todo intento de legislar de nuevo sobre esos temas desde imperativos patriarcales (de autoridad social o prestigio de sexo) va contra el evangelio, como supone Mt 19,1-12 par. Ya no existe desigualdad entre varones y mujeres, ni primacía de unos sobre otros. Por eso, lo mejor del evangelio sobre las mujeres es que apenas trate de ellas.

     – Jesús no ha distinguido funciones de varones y mujeres, de manera que todo lo que dice y hace vale para unos y otras. Los textos moralistas de aquel tiempo (como los códigos domésticos de Col 3,18-4,1; Ef 5,22-6,9; 1 Ped 3,1-7 etc) contienen mandatos distintos para varones y mujeres. Pero el evangelio no ofrece una moral para mujeres, ni canta su alabanza en bellos textos, pues su mensaje es simplemente humano en contra del “bello” tratado de mujeres (Nashim) de la Misná

    – Nada hay en el Sermón de la Montaña sobre varones y mujeres, pues todo se dirige a las personas en cuanto tales. El mensaje del Reino (gratuidad y perdón, amor y no-juicio, bienaventuranza y entrega mutua) suscita una humanidad (nueva creación), donde no se oponen varones y mujeres, desde sus funciones sociales o sacrales, sino que se vinculan como personas ante Dios y para el reino[6].

                Esta actitud de Jesús con las mujeres ha sido y sigue siendo sorprendente, de manera que resulta lógico (pero funesto) que la iglesia posterior se haya sentido “obligada” a desandar el evangelio, buscando nuevamente diferencias sacrales de varones y mujeres, re-asumiendo y ratificando el patriarcalismo del ambiente. El mensaje de Jesús y la experiencia pascual ha dejado los caminos abiertos, para el despliegue de un movimiento mesiánico igualitario, sin diferencia de sexos ni jerarquías ministeriales. Pero la iglesia en general se ha sentido incapaz de mantenerse a ese nivel y a re-inventado nuevas jerarquía que, de un modo normal, han sido asumidas por varones, de manera que las mujeres han quedado otra vez subordinadas.

    No se trata de establecer pequeñas diferencias, de estudiar pasajes por aislado, de apelar a tradiciones que aparecen ya en la misma escuela de Pablo, sobre todo en los códigos domésticos, que sancionan una visión jerárquica y masculina del movimiento de Jesús. No se trata ni siquiera de tomar de un modo literal textos aislados de la tradición de Jesús, pues, necesariamente, él respira el patriarcalismo del ambiente. Lo que importa es volver a la raíz del evangelio, al lugar donde Jesús ofrece por igual palabra y pan, palabra y dignidad a varones y mujeres.

    Por eso hemos dicho y repetimos que las funciones de varones y mujeres son inseparables. A Jesús no le ha importado la fecundidad de la mujer (en ningún momento ha exaltado sus valores como madre), ni ha cantado su virginidad de un modo sacral o idealista; tampoco se ha ocupado en regular sus ciclos de pureza o de impureza, ni la ha encerrado en casa, ni la ha puesto al servicio del hogar, sino que la ha entendido y tratado de manera radical como personal.

    Por eso, a partir del evangelio no se puede hablar de ninguna distinción de fe o mensaje (de seguimiento o vida comunitaria) entre el varón y la mujer. Ambos emergen como iguales desde Dios y para el reino. Todo intento de crear dos moralidades (una de varones, otra de mujeres) o dos tipos de acción comunitaria (en predicación o servicio), justificando la superioridad del varón o reservando para él funciones especiales de tipo sacral, cuyo acceso está vedado a las mujeres, resulta contrario al evangelio: es un retorno a etapas anteriores al Sermón de la Montaña. Ni el varón es autoridad como varón, ni la mujer como mujer, sino que ambos se vinculan en autoridad y servicio, gracia y entrega de la vida, como indicará el tema que sigue.

    Esta es la revelación de la no diferencia, que el evangelio presente de forma callada, sin grandes proclamas exteriores, que corren el riesgo de volverse retóricas. Jesús no ha formulado en esta campo ley alguna: no ha criticado a otros sabios, ni ha discutido con maestros de doctrinas diferentes, sino que ha hecho algo mucho más sencillo e importante: ha empezado a predicar y comportarse como si no hubiera diferencia entre varones y mujeres. Todo lo que dice y hace, lo pueden comprender y asumir por igual varones y mujeres. Ha prescindido de genealogías patriarcales, más aún, ha rechazado la figura del padre como autoridad comunitaria, pues en ella sólo hay lugar para hermanos, hermanas y madres (con hijos), como han indicado de formas convergentes Mc 3, 31-35 y 10, 28-30. Siguiendo en esa línea, se ha levantado contra las funciones del rabinos-padres-dirigentes (cf. Mt 23, 8-10), no dejando que ellas resurgir dentro de la iglesia. Por eso, todo intento de refundar las tares y funciones de la iglesia sobre el “poder” o distinción de los varones resulta regresión contraria al evangelio.

     Sin duda, alguien podría preguntar: ¿Por qué, si es tan claro, no lo han visto los dirigentes antiguos de la iglesia? ¿por qué han establecido relativamente pronto jerarquías de tipo masculino? La respuesta la irá dando la tercera parte de este libro, pero ella puede adelantarse desde ahora: Jesús ha suscitado un movimiento mesiánico, igualitario, dirigido hacia los últimos del mundo (pobres, excluidos, impuros); él no ha querido organizar sus estructuras e instituciones. Pues bien, de una manera lógica (pero triste), cuando su movimiento de ha institucionalizado ha debido adoptar los esquemas sociales del entorno, que no estaban maduros para la igualad del evangelio. Es normal que la iglesia haya vuelto marginar a la mujer, suscitando ministerio jerárquicos, sacrales, de varones. Hoy, tras 2000 años de distancia, podemos entender y cumplir mejor, en este campo, la intención fundamental de Jesús, en la línea de lo indicado por Jn 14, 12: “haréis cosas incluso mayores de la que Jesús pudo hacer en su tiempo”[7].

    NOTAS

    [1] Parece que sólo 1QM 13, 1 habla de “ancianos” como autoridad en Qumrán, pero el término debe entenderse como referencia a los jefes de familia, más que a los miembros de mayor edad.

    [2] Sólo cuando se supera esta visión sacral de la autoridad paterna se puede descubrir el valor de los padres (y de todos los ancianos) en cuanto necesitados, como supone Mc 7, 8-13 par, en el mismo contexto anterior. El evangelio nos sitúa, de esa forma, ante unos padres que “dejan de mandar” y ante unos hijos que descubren a Dios precisamente en los  padres y/o ancianos que, en cuanto necesitados, tienen más autoridad que el mismo templo. En otras palabras, los mismos padres/ancianos que dejan de ser autoridad por su (carencia de) poder se convierten en autoridad suprema en cuanto expresión de la fragilidad de la vida.

    [3] Jesús rechaza el rabinato pues no quiere que la iglesia sea sociedad de sabios, dirigida por expertos escribas, controlada por maestros con conocimiento superior. En ese fondo añade “pues todos vosotros sois hermanos”. El dominio de los sabios rompe la fraternidad; el poder de los escribas hace al resto de los fieles “siervos”. Sólo Jesús es maestro verdadero y su enseñanza se identifica con el don de su vida. Todo intento de imponer en la iglesia una casta de escribas destruye el evangelio. No hay iglesia docente y discente, maestros y auditores, pues todos son hermanos.

    [4] Yahvé es para los judíos el Nombre indecible, absoluta soberanía y trascendencia de Dios, de tal forma que nadie puede llevar (ni pronunciar) su nombre sobre el mundo. Para los seguidores de Jesús, el Nombre Dios es Padre; por eso, le conocen y pueden nombrarle… Pero, elevado así, al nivel de la pura gratuidad, ese nombre y función se convierte en autoridad suprema, de manera que nadie puede utilizarlo ya sobre la tierra. Los cristianos han descubierto y venerado de tal forma el misterio del Padre sobre el cielo, descubriéndose ellos hijos (libres), que no pueden ya inclinarse ante ningún “padre” del mundo. Lógicamente, todo proceso de jerarquización (sacralización)  termina siendo anticristiano.

    [5]La comunidad de Mateo se vincula así a la del  Discípulo amado, que dirá: “habéis recibido el Krisma (=unción, Espíritu Santo) de manera que no tenéis necesidad de que nadie os enseñe” (1 Jn 2, 27). Mateo y Juan saben que el verdadero Maestro y guía de la comunidad es Cristo, impidiendo así toda jerarquización eclesial. La crítica anti-patriarcal del evangelio no es negación del valor o función del padre y madre en este mundo, sino todo lo contrario: ellos deben realizar, con la ayuda del evangelio, una función paterna que resulta esencial para los hijos, como suponen aquellos pasajes donde un padre o madre pide ayuda a Jesús para que vida su hijo/a: Jairo (en Mc 5, 21-43), la madre siro-fenicia (Mc 7, 24-30), el padre del epiléptico (Mc 9, 14-29). Pablo será fiel al camino de Jesús:  como veremos, en su comunidad hay apóstoles, profetas y maestros  (1 Cor 12-14), pero no jerarcas propiamente dichos. De todas formas, algunos sucesores de Pablo (como muestran las pastorales) han reintroducido un “patriarcalismo del amor”, a través de la figura y función de los presbíteros. Ese proceso de aceptación de padres-presbíteros responde a la dinámica social del contexto, pero corre el riesgo de  oponerse a la novedad de Jesús. Hoy, a comienzos del siglo XXI, nos hallamos en un momento clave de superación del patriarcalismo, y la iglesia, heredera de Jesús, puede y debe actuar de un modo imaginativo y creador, siguiendo a su maestro.

    [6]Hay un “pensamiento”  que se empeña en destacar la doble naturaleza humana, distinguiendo varón y mujer, como seres  esencialmente distintos, de manera que la gracia de Jesús vendría a sancionar y ratificar sobrenaturalmente su distinción. Sin duda, el evangelio asume la diferencia de sexo y género, pero  la realidad  más honda del humano (varón o mujer) se define ya a nivel de gracia y persona, sin que pueda distinguirse varones y mujeres.

    [7] La iglesia no ha olvidado nunca sus orígenes mesiánicos: ha sabido que Jesús desborda la distinción personal (sacral) de varones y mujeres, haciendo a todos capaces de escuchar su  palabra y responder con amor a su mensaje. Ella ha seguido sabiendo que Jesús curaba de igual modo a varones y mujeres, ofreciéndoles un mismo camino de reino. Por eso, tenemos que distinguir entre su intuición básica de Jesús y la configuración sociológica de la iglesia, que asumió los esquemas del entorno social, pagano y judío. Dentro de la Pablo ha concedido la misma importancia y función a varones y mujeres, en perspectiva ministerial  y personal (desde ese fondo ha de entenderse su valoración de la virginidad). Pero la tradición paulina (pastorales) ha retomado la tradición patriarcalista,  situando a la mujer bajo el control social y religioso de los varones Actualmente, por fidelidad al evangelio, debemos superar de un modo radical la tradición patriarcal: la intuición básica de Jesús no ha configurado todavía una  comunidad de iguales, donde se supere en amor creador la división de varón-mujer, gentil-judío, esclavo-libre, como reza Gal 3, 28.   Es como si el evangelio no hubiera podido penetrar en las relaciones de género, encerrándose de nuevo en claves patriarcalistas.