Sacramento es una palabra rara. No es fea. Sería curioso saber qué entiende cada uno de nosotros por sacramento. Sería divertido conocer qué dice cada párroco sobre qué es sacramento.

La ciencia eclesiástica se dedicó, durante mucho tiempo, a organizar las verdades de la fe. Analizó cada concepto, los estructuró de acuerdo a las categorías aristotélicas. Cinceló, descuartizó cada vocablo. Lo cual sería lógico y hasta conveniente. Pero se pasó. Y se quedó con la criatura en las manos. Lo congeló todo para evitar la intromisión de independientes, profetas y gentes de mal vivir.

Después vino la comercialización y distribución del producto debido a la masificación del evangelio. Todo había que distribuirlo con el sello de garantía de origen. Para eso estaban las sumas teológicas, los catecismos y demás rituales. Un cura, para “decir la misa” (“¡decir misa!”: terrible deformación), debería tener en cuenta más de cinco mil prescripciones si quería hacerlo bien y no cometer pecado grave. Como es lógico, esto lo desconocían todos, salvo aquellos muy especialistas en la materia.

Un gesto tan humano y tan bello como el sentarse a una mesa y compartir el pan en memoria del Señor se transforma en rito cada vez más ininteligible. Se creó una lengua propia para el clero – que no era precisamente el latín de Cicerón -, y se utilizan unos ropajes, reliquias de un pasado imperial, sin ningún sentido. Y nada de lo que allí se hacía, y en parte se sigue haciendo, tiene parecido alguno con una comida entre amigos o hermanos.

Desapareció el símbolo. Aquí no hay nada que signifique nada. Aquí hay que explicarlo todo: el significante y el significado. Lo que queda está más cerca de una brujería que de la Cena de Jerusalén. Botica de píldoras sobrenaturales.

Si entra un “pagano” en una Iglesia católica, la dificultad no está en explicarle lo que es la comida del Señor. La dificultad empieza por hacerle ver que aquello es una comida y que aquello blanco, redondo y casi transparente es un trozo de pan.

De una realidad bella se ha llegado a un producto químico, matando toda poesía, toda la fuerza del simbolismo, todo el calor humano del encuentro y por tanto de la cercanía del Señor.

Ya nos hemos acostumbrado. Pero es necesario un esfuerzo de honradez para confesar abiertamente que en los bautizos, en los confesionarios, en las extremaunciones, confirmaciones, etc. sobreabundan el ritualismo ininteligible, la brujería y el paganismo.

¿De verdad que le interesa acercarse a comprender algo de lo que realmente es un sacramento? Puede que le ayude pensar esto:

Sacramento.

Toda realidad creada es como una transparencia de Dios, como una huella del Creador.

Para el que vive el mundo de la fe, toda realidad creada, todo acontecer es, o puede ser, un sacramento. Es decir: una realidad visible–cosa o acontecimiento – que acerca al Dios que no se ve. Dios que se hace presente y actúa en el hombre a través de las cosas y a través de la historia. Dios no es un Mago ni un Brujo. Ni un remiendo.

Miras el mar y con su inmensidad y su oleaje, te lleva o te trae a Dios. Fijas tu mirada en una flor y, con tu fe, se transparenta Dios. Te sientas a comer con tus amigos o familia y tu fe hace presente a Dios. Das tu mano a un enemigo y ese gesto te trae a Dios. Y un beso, y el mirar las estrellas, y un cáncer, y la muerte de tu madre o incluso tu propia muerte son aconteceres tras los que Dios actúa.

El cristiano, con su fe, es un místico que va de encuentro en encuentro con Dios. Y ve ángeles que cantan cuando nace un niño, y sabe que Dios, el Padre, está, en silencio, en cualquier calvario. Encontrarse con Dios en las cosas y en la historia, eso es sacramento.

El sacramento por antonomasia, la realidad humana que “transluce” y “produce” de forma completa la presencia de Dios entre los hombres fue y es Jesús. De manera única e irrepetible.

Y todo ser humano que siga sus pasos. Y toda comunidad humana que viva de manera semejante a como vivió Jesús es una realidad sacramental que transparenta a Dios y hace presente a Dios entre los hombres.

Luis Alemán Mur