Un capítulo de ‘Diabólico’, el libro que publica esta semana Bolchiro en el que el polémico periodista británico carga contra Bergoglio y llama a un renacimiento católico. Abiertamente homosexual dice: Eso de que se nace GAY es mentira.


13/05/2019 – Los católicos pueden ser encantadoramente susceptibles cuando se critica al papa. Como saben muy bien, el papa es sólo ‘infalible’ en un sentido técnico: en determinados momentos, en ciertas circunstancias, en declaraciones dogmáticas públicas que se aplican a toda la Iglesia. De hecho, la doctrina de la infalibilidad del papa sólo se ha invocado explícitamente una vez –en relación con la Asunción de María– desde que fue definida por primera vez en el Concilio Vaticano I en 1870. Pero hablar mal de ‘il papa’ es de mala educación. ¡Genial, en todo caso! Estos no son tiempos corrientes. Ciertamente, Francisco no es impecable, que es lo que la mayoría de la gente piensa que significa infalibidad. Sin duda es capaz de pecar (‘peccatum’). La cuestión es: ¿le quedan suficientes años de vida para todas las avemarías que le van a imponer en el confesionario?

Lo normal es que cuando los papas eligen su nuevo nombre escojan el de un pontífice anterior que admiran o cuyo trabajo quieren emular. El papa Francisco escogió un nombre completamente nuevo, un movimiento probablemente calculado para enfatizar su independencia y que otorga verosimilitud a las descripciones que le califican como inconformista. Uno se pregunta, ¿cuántos futuros papas escogerán el nombre Francisco para celebrar su legado?

Cuando Ross Douthat planteó la cuestión en ‘Atlantic’ en 2015:“¿Romperá el papa Francisco la Iglesia?”, se preguntaba en voz alta si los elementos conservadores en la Iglesia reaccionarían mal a la elección de un pontífice con el mismo nombre que el elegido por el reformista de izquierdas de su emblemática novela de 1979, ‘Vicar of Christ’. Douthat se deshacía en alabanzas a Francisco, siguiendo la costumbre de la época, impresionado por las “llamativas rupturas del protocolo papal, las intervenciones en políticas globales, las revisiones de temas morales y la mezcla de humildad pública y hábil explotación… del oficio papal”. ¿Podría Francisco, se preguntaba Douthat, desplegar las mismas tendencias activistas que su héroe de ficción?

Douthat, como otros antes que él, trataba de ser cauteloso –él es un raro ejemplo de escritor que realmente sabe una o dos cosas del cristianismo–, pero el efecto de esta inusual alabanza y atención pública fue crear una versión totalmente ficticia del papa Francisco; una que existía sólo en la imaginación de los periodistas, de un papa globalista y cerebral, deseoso de dar abiertamente la bienvenida a los gais y de satisfacer las fantasías de los católicos progresistas al no perder ocasión de hablar sobre la ‘desigualdad global’. No es difícil encontrar entre 2014 y 2016 noticias que en otras circunstancias serían sobrias, sin alabanzas, como una del Washington Post que con gran emoción le describe como “un independiente papa argentino que ama a los gais, ama a los divorciados y odia la desigualdad de ingresos”.

Los hechos de la vida de Jorge María Bergoglio muestran algo bastante diferente: chapucería intelectual, implacable arribismo, larga dedicación a hacer declaraciones públicas que esconden cambios de posición política, y deseo de poder. Para alguien que aparentemente odia a Donald Trump, Francisco comparte con el presidente de los Estados Unidos algunas de sus más chirriantes cualidades, incluyendo falta de seriedad intelectual y una inveterada afición al halago. A diferencia de sus antecesores Benedicto y Juan Pablo, no tiene nada de la afable personalidad pública del magnate inmobiliario, ni esa rara y entrañable simpatía natural. Como se muestra en sus aburridos sermones sobre desigualdad de ingresos, este es un papa que sin problemas admite que no tiene ni la más remota idea de cómo funciona la economía global.

Los periodistas que odiaban a Benedicto XVI –no sabían bien por qué, pero habían oído que era conservador, por lo que hacían todo lo posible por conseguir fotos que le dieran un aspecto siniestro y en general hacían patente su desacuerdo con él– pensaron que iban a tener un papa al estilo Obama, un papa Francisco ‘esperanza-y-cambio’. No se daban cuenta de que se le describe mejor como clintoniano, del tipo culto a la personalidad que exige lealtad y obediencia absoluta. Por encima de todo, Francisco es un político dispuesto a hacer compromisos morales bastante chocantes con tal de preservar su poder. Una manera fiable de entender a Francisco y su carrera de cargos eclesiásticos hasta ser elegido papa son las deudas que tiene con los cardenales europeos que le eligieron, algunos de los cuales son los hombres más teológicamente izquierdistas de la Iglesia, como el inglés Cormac Murphy O’Connor y el alemán Walter Kasper.

A Walter Kasper se le recuerda como el cardenal que fue devuelto a casa inmediatamente después de aterrizar en el Reino Unido con el papa en 2010, por calificar a Inglaterra como “un país del tercer mundo”, refiriéndose al parecer a su multiculturalismo. Como es típico de la élite de izquierda progresista a la que pertenece, Walter Kasper es esnob, racista y mentiroso; pero más importante, es un hipócrita. Una vez negó que se refiriera despectivamente a las opiniones de los dirigentes eclesiásticos africanos con la palabra ‘tabú’ y que despreciara sus puntos de vista como irrelevantes, a pesar del hecho indiscutible de que África es el futuro de la Iglesia Católica, mientras que en la Alemania de Kasper, el catolicismo ha prácticamente desaparecido. Pero Kasper tuvo que reconocer que había mentido después de que se diera a conocer la grabación en la que decía exactamente lo que el corresponsal en el Vaticano Edward Pentin había informado.

El equilibrio de poder en la Iglesia ha cambiado radicalmente desde que Francisco asumió el cargo. Se han promovido personalidades menores por tener la adecuada actitud progresista, y humillado, y en al menos un caso, degradado, a tradicionalistas y conservadores altamente respetados. El pacto electoral por el que O’Connor, Kasper, Godfried Danneels y Karl Lehmann formaron el Equipo Francisco para conseguir que Bergoglio fuera elegido está explícitamente prohibido en la constitución que rige la elección papal, pero nadie intervino para detenerlo. Seguramente nadie lo vio venir.

Como ya he comentado antes, editores de revistas católicas me dicen que hay un revivir intensamente conservador y tradicionalista entre los católicos de la generación del milenio que están en contra de la balbuceante incontinencia emocional de los viejos izquierdistas que dirigen la mayoría de las diócesis. Una de las cosas más preocupantes del sector más a la izquierda del colegio cardenalicio es lo poco que reflexionan sobre Dios. Estos viejos hippies se han tragado el anzuelo, el sedal y el plomo de las políticas identitarias para todos los gustos, y de ahí la adopción por la Iglesia del activismo social de la extrema izquierda. Pero de lo que los cardenales no se dan cuenta, o no les importa, es que la visión del mundo progresista que ellos consienten mina su propia autoridad espiritual. En cuanto Francisco fue nombrado, los cuatro ancianos cardenales del Equipo Francisco maquinan por una agresiva liberalización de la Iglesia, por la que los feligreses no muestran ningún entusiasmo. Incluso a los votantes de izquierda no les gustan los excesos políticamente correctos de las élites. La liberalización del cristianismo hasta hacerlo básicamente indistinguible de la sociedad secular es uno de los factores del declive en la asistencia a la iglesia, ‘y todo el mundo lo sabe’.

*La editorial Bolchiro publica la versión española de ‘Diabólico’, de Milo Yiannopoulos, del que aquí adelantamos algunas páginas.

ENTREVISTA A UNO DE LOS ENEMIGOS DE FRANCISCO

Milo Yiannopoulos: “El Papa es 100% cómplice de los abusos a menores”

BENJAMÍN G. ROSADO

En su nueva obra, ‘Diabólico’, carga contra la “mafia lavanda del Vaticano”, a la que acusa de encubrir abusos a menores

Milo Yiannopoulos es un bloguero, periodista, orador y escritor polemista británico que, hasta febrero de 2017, se desempeñaba como Redactor jefe del medio ultraderechista Breitbart News.

Cuenta Milo Yiannopoulos (Inglaterra, 1984) que en la tarde en que Notre Dame era pasto de las llamas vio al diablo bailando entre lenguas de fuego. «Las catedrales no arden porque sí. Alguien nos está mandando un mensaje muy claro», afirmó el considerado azote de la corrección política. El mismo que tuiteó que «el feminismo es un cáncer», el que pidió a Trump «deportar a los gordos» y que reconoció que «no haría tan buenas mamadas» de no ser por el padre Michael. Aquella evocación de sus años de adolescencia en un coro religioso de Kent le salió cara.

La ultraderecha le dio la espalda, y hasta Trump se vio obligado a negarle la entrada a la Conferencia de Acción Política Conservadora. «Los medios hicieron creer a la gente que yo era partidario de la pedofilia por bromear sobre mi propia experiencia», se defiende el carismático paladín del chovinismo occidental. «Querían que llorara y pataleara pero les di lo que mejor sé hacer». Esto es: risa y guerra, una divisa tomada de un pasaje de Chesterton que aplica a todos sus discursos y apariciones, ya se trate de desmantelar las reivindicaciones del orgullo en calidad de icono gay o de cuestionar las consignas del Black Lives Matter como pareja de un hombre de raza negra. Ahora Milo, que se define como «fervoroso cristiano y pecador ocasional», vuelve al ataque con Diabólico
(Ed. Bolchiro), una furibunda diatriba contra el Papa Francisco, al que acusa de connivencia con la llamada «mafia lavanda», el lobby más poderoso de la Iglesia.

PREGUNTA.- ¿Fue la reciente cumbre vaticana sobre pedofilia otra oportunidad perdida?

RESPUESTA.– La Iglesia no necesita cumbres sino un cambio de rumbo radical que la purgue del afeminado, del débil, del deshonesto y del hipócrita. Hay que volver a la ideología de la masculinidad, al catolicismo fuerte que reconoce las aportaciones iguales pero diferentes de hombres mujeres. Hay que luchar por los valores esenciales de nuestra fe y civilización. No hay tiempo para más intrigas palaciegas.

P.- ¿Por qué cree que el Papa es cómplice de abusos a menores?

R.- Por la sencilla razón de que fue elegido por la mafia lavanda que controla el Vaticano y ha contraído deudas con los cardenales más teológicamente izquierdistas, como Cormac Murphy O’Connor y Walter Kasper. Conocía los abusos sexuales contra seminaristas por parte del antiguo cardenal Theodore McCarrick, a quien rehabilitó a pesar de que Benedicto XVI le había sancionado. En su libro Sobre el cielo y la tierra aseguraba que los sacerdotes de su diócesis nunca incurrieron en abusos sexuales. Sin embargo, por esa misma época encargó un informe para desacreditar a las víctimas. Por lo tanto, el Papa no sólo es cómplice sino también culpable de haber consentido de manera activa que se produjeran abusos a menores.

P.- Su libro da credibilidad a la carta abierta de Carlo Maria Viganò, el «arzobispo resentido» de VatiLeaks. ¿Se han convertido los abusos en el arma arrojadiza del ala conservadora del Vaticano?

R.- No dudo que la carta de Viganò tenga intenciones políticas, pero lo importante es lo que cuenta: que una camarilla de izquierdistas con gran peso en la jerarquía eclesiástica se ha dedicado a encubrir crímenes cometidos por hombres gais al servicio de otros gais. Lo que deberíamos preguntarnos es por qué los medios sólo se escandalizan por la pederastia cuando es cometida por conservadores, lo que da pie a una perezosa vuelta al MeToo y las maldades del patriarcado. Cuando saltó el escándalo, el New York Times se dedicó a maquillar la gravedad del asunto con titulares anodinos. ¿Por qué? Porque los malos de esta película son gais de izquierdas que se han dedicado a sermonear sobre el cambio climático y la acogida de inmigrantes. Lo mismo ha pasado con Hollywood, donde los abusos de gais a menores se han silenciado, gracias en parte a todos esos hombres que se declaran abiertamente feministas. Para cuando se descubra el pastel, los violadores ya estarán muertos.

P.- ¿Por qué la erradicación del celibato no es la solución?

R.- Porque avivaría el fuego. El sacerdocio debe ser la respuesta a una llamada, no una entrada gratuita y de por vida a una sauna gay. Los seminarios no pueden convertirse en burdeles con un cartel de «se buscan pervertidos» en la entrada. Hay que pensar también que la crisis de la Iglesia tiene origen en el movimiento liberalizador que se inició con el Concilio Vaticano II, que cambió el latín de los servicios religiosos por casullas arcoíris y música de guitarra. El Dios que promueve el Papa no es misericordioso sino indulgente. Por eso lo que hay que prohibir no es el celibato sino la entrada de sacerdotes gais a la Iglesia.

P.- Uno de los capítulos del libro se titula El Papa debe morir…

R.- Pero no como alguno se piensa [risas]. Lo que vengo a decir en ese capítulo es que Francisco no está capacitado para liderar la Iglesia. Como padre de todos los católicos estás obligado a asestar a un puñetazo en la cara a quien se atreva a toquetear a tus hijos. Sin embargo, no debe irse. Dos dimisiones seguidas pondrían en duda la infalibilidad papal y degradarían su poder al de un primer ministro expuesto a guerras políticas. Francisco debe terminar su mandato. Sólo espero que no dure demasiado, pues la actual crisis de la Iglesia Católica ha demostrado ser mucho más grave y seria que la Reforma protestante. En mi opinión, solo un Papa negro venido de África podrá acabar con la corrupción moral del Vaticano.

P.- «Es el momento de hacerse católico», clama en su libro. «Recuperemos Constantinopla», reza uno de sus memes. ¿Una vuelta a las cruzadas?

R.- Mi libro no es una llamada al enfrentamiento entre religiones, sino una invitación a la defensa virtuosa y desacomplejada de la familia, la Iglesia, la patria y la civilización. Mucha gente no es consciente de la deuda de nuestra cultura con el cristianismo, que entre otras cosas provocó el declive de la violencia que Steven Pinker atribuye incorrectamente a la Ilustración. Sí es cierto que la identidad occidental es producto de la agresión islámica. Pero eso no quiere decir que la cristiandad promueva la violencia.

P.- ¿Sigue en contacto con Donald Trump y Steve Bannon?

R. –La última vez que hablé con Trump fue hace un año. Con Bannon tengo más contacto y le admiro en la distancia. Es un hombre muy temido por las élites. Si ustedes le dejan, conseguirá salvar Europa y alejarla de todos sus peligros.

P.- ¿Es por eso qué pidió asilo en Estados Unidos?

R.- Sé que se han planeado ataques contra mí y no me sentía seguro en Inglaterra. Sobre todo después de que saliera a la luz el escándalo del caso Rotherham. Durante 16 años clanes mafiosos de origen paquistaní abusaron de casi dos mil niñas. Las autoridades lo sabían pero no hicieron nada, no fuera a ser que alguien los acusara de racismo. ¿Qué puedo esperar yo, un católico deslenguado, conservador y homosexual, que defiende la libertad de expresión y critica abiertamente el islam?

Los tres principales enemigos de Francisco:

  • Steve Bannon.
  • Cardenal Raymond Burke.
  • Milo Yiannopoulos.