Hablan dos teólogos

A, Torres Queiruga L. Alemán Mur

“El cambio socio-cultural obliga a repensar los temas teológicos”

Un teólogo Andrés T. Queiruga:

La Comisión para la Doctrina de la fe de la Conferencia Episcopal Española publicó una notificación muy crítica sobre algunas obras de Andrés Torres Queiruga. No se atreve a llamarle hereje, ni le condena de lleno, pero dice que su doctrina no responde a la tradición de la Iglesia y tiene, al menos, siete importantes “distorsiones” en el ámbito de la fe.
(Xabier Pikaza).

En una entrevista a la revista italiana Settimana
(Francesco Strazzari, en Settimananews.it,) el prestigioso teólogo gallego Andrés Torres Queiruga, insiste en que Francisco “está potenciando el papel de los teólogos” para que actualicen la fe.

Los teólogos hoy: de la persecución y condena de los tiempos de Ratzinger como prefecto de Congregación para la Doctrina de la Fe y posteriormente Papa, al ‘espíritu’ de Francisco.

¿Cambia la forma de hacer teología con los diversos Papas?

Propiamente, no debería cambiar, pues el magisterio pastoral respeta la autonomía del magisterio teológico. Tienen funciones distintas y complementarias. Pero la verdad es que el clima eclesial, que depende mucho del primero, influye en los teólogos. Sobre todo, abriendo un clima de mayor libertad y, seguramente, también de ánimo y esperanza. Es lo que está sucediendo con la actitud consecuente del papa pastoral que es Francisco: realizando con vigor evangélico su papel de pastor, está potenciando el papel de los teólogos en su tarea de la actualizar la comprensión de la fe.

Otro teólogo, Luis Alemán Mur:

Dogma e Historia.

Hasta hace muy poco, sólo unas cuantas décadas, se vivía en un esquema de ideas seguras, conseguidas, verdades definitivas. En casi todas las materias: filosóficas, científicas y, por supuesto, teológicas. La fijeza en las verdades, en las ideas era como un distintivo de madurez. Tanto más perfecta una sociedad cuanto más fijo y sólido era su esquema ideológico. Entendiendo siempre lo “sólido” en el sentido de inmutable. Por eso, la Iglesia Católica era, para muchos, un ejemplo a seguir.

Ya algunos pensadores teólogos, a principio y mediados de siglo lo avisaron: el encuentro de la teología con la historia producirá una gran conmoción. Y para algunos, ya estamos inmersos en esa gran conmoción:

“Hoy vivimos una historización radical de toda realidad. Nada queda al margen de este proceso de transformación; lo que ayer era tenido por verdad inmutable o tradición irreformable, hoy ya apenas cuenta. Lo de hoy, mañana quizá haya ya envejecido.

La Iglesia, el Magisterio, los dogmas aparecían hasta ahora como la roca firme e inamovible en medio de borrascas tempestuosas de la historia. Muchos creían encontrar aquí, en la Iglesia, un último apoyo en medio de la confusión creada por ideologías pasajeras.

Sin embargo, muchos creyentes responsables, con gran preocupación, verifican hoy que la discusión se ha apoderado también de todos los ámbitos eclesiales: posiciones y opiniones, en cuya defensa lucharon en otro tiempo siguiendo fielmente las exhortaciones de la Iglesia, hoy, esas opiniones y esas posiciones son cuestionadas o abandonadas por esta misma Iglesia.

La razón hemos de buscarla en que la Iglesia y sus profesiones fundamentales de fe habían tomado sus formas del mundo de la Antigüedad. Las filosofías platónica, aristotélica y estoica determinaban hasta ahora el pensamiento de la Iglesia.

Esta ideología antigua se basaba en la imagen de un cosmos estático, de esencias, regido por leyes eternas.

Según la mentalidad moderna, las cosas se comportan de un modo opuesto: todo orden no es más que un momento dentro de una historia, que lo relativiza de un modo nuevo y continuo. La realidad no tiene ahora una historia, sino que en lo más profundo es historia”.

Este párrafo tan largo no es mío. No me hubiera atrevido a escribirlo. Es de un señor que se llama Walter Kasper. Cuando escribía esto era profesor de teología dogmática en la Universidad de Münster. Hoy es Cardenal Arzobispo de no sé dónde. Dicen que, en sus nuevas circunstancias, hoy no escribiría así.

Sigo yo. Por supuesto que historicidad no es igual a relativismo total. Por supuesto que el ser historia, y por tanto intrínsecamente cambiante, no nos lleva al escepticismo total: nuestra misma experiencia personal nos ayuda a comprender que a pesar de que todo cambia, y en ese todo entramos nosotros mismos, siempre queda algo que, aunque cambiado, sigue siendo el mismo. Ejemplo: nosotros. ¡Cuán distintos somos ahora a lo que éramos hace veinte años! Somos los mismos, pero qué distintos. No sólo ha cambiado nuestro cuerpo, han cambiado nuestras ideas, o han madurado, o ha cambiado nuestra actitud ante ellas. Pero, a pesar de tanto cambio, seguimos siendo nosotros. Y tenemos esa experiencia: ¡tan cambiados. Pero los mismos!

Y esto es tan así, que si alguien no cambia, a pesar de lo densa que es la vida, a veces decimos: ¡qué terco es ese tío, con todo lo que la vida le ha enseñado, y no le ha servido de nada! El que no cambia sufre ya una necrosis celular o mental.

Y ahora las preguntas:

¿Puede el hombre concebir ideas absolutas?

¿Puede el hombre producir verdades absolutas?

¿Puede el hombre encontrar palabras y formas gramaticales que sirvan para siempre?

¿Puede el hombre formular un dogma que goce de valor eterno en su contenido y en su formulación verbal?

Píenselo, por favor, y si encuentra una respuesta, dígamela después de la publicidad.