Salió fuerza de él

Jesús adoptó ante las mujeres una postura tan sorprendente que desconcertó, incluso, a sus mismos discípulos.

En aquella sociedad judía donde el varón daba gracias a Dios cada día por no haber nacido mujer, no era fácil entender la nueva postura de Jesús, acogiendo sin discriminaciones a hombres y mujeres en la nueva comunidad. Si algo se desprende con claridad de actitud es que, para él, hombres y mujeres tienen igual dignidad personal, sin que la mujer tenga que ser objeto del dominio del varón. Sin embargo, los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que se siguen de la actitud del Maestro.

R. Laurentin ha llegado a decir que se trata de «una revolución ignorada» por la Iglesia. Por lo general, los varones seguimos sospechando de todo movimiento feminista y reaccionamos secretamente contra cualquier planteamiento que pueda poner en peligro nuestra situación privilegiada sobre la mujer.

En una Iglesia, dirigida por varones, no hemos sido capaces de descubrir todo el pecado que se encierra en el dominio que los hombres ejercemos, de muchas maneras, sobre las mujeres. Y lo cierto es que apenas se escuchan desde el interior de la Iglesia voces que, en nombre de Cristo, urjan a los varones a una profunda conversión.

Para justificar nuestra supremacía masculina hemos ido consolidando un presupuesto secreto pero enormemente eficaz: «los varones son los únicos que realmente importan, mientras que las mujeres existen únicamente por referencia a ellos» (M. French). Los creyentes hemos de tomar conciencia de que el actual dominio de los varones sobre las mujeres no es «algo natural», sino una estructura y un comportamiento profundamente viciados por el egoísmo y la imposición injusta de nuestro poder.

¿Es posible superar este dominio masculino? La revolución urgida por Jesús no se realiza despertando la agresividad mutua ni promoviendo entre los sexos una guerra que acarrearía nuevos riesgos para nuestra supervivencia humana. Jesús llama a «una revolución de las conciencias» que nos haga vivir de otra manera las relaciones que nos unen a unos con otros.

Las diferencias entre los sexos, además de su función en el origen de una nueva vida, han de ser encaminadas hacia la cooperación, el apoyo y el crecimiento mutuos. Los varones hemos de escuchar con mucha más lucidez y sinceridad la interpelación de aquel de quien, según el relato evangélico, «salió fuerza» para curar a la mujer.