“Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar”

Jesús fue judío. Un judío de los que tenían fe en Iahvé, que no eran todos. Su familia era pobre y humilde. Un ambiente en el que se rezaba. Siguió como discípulo a Juan el profeta. La fe en Dios había sido el eje fundamental y único de su vida. Cuando mataron a Juan asumió la responsabilidad de ser el mensajero del nuevo reino de Dios.

Un hombre con fe necesita orar. Al menos, guardar silencio para sentirse mirado por Dios.

Dicen los teólogos y el catecismo que la fe es un don de Dios. Don es regalo. No “producimos” la fe. La recibimos. Y hace falta fe para injertar a Dios en nuestra vida. Y una vez que tenemos fe, la fe necesita cuidados para hacerse fuerte y crecer. Porque se puede perder.

La fe no es el último escalón de la razón. Se puede ser inteligente y “razonable” y no tener fe. Es más, se puede ser “buena persona” y no tener fe. Se puede pertenecer a la Iglesia y no tener fe. Se puede ser Cardenal sin fe. Se podría ser sucesor de Pedro y haber perdido la fe o no haberla tenido nunca. La historia enseña más teología que los manuales de las facultades teológicas. Personalmente, creo que mi fe se la debo más a mi madre que la facultad de teología. Y mi madre tuvo que decir aquello de “Dios mío ¿por qué me has abandonado? El cruel silencio de su Dios fue muy amargo.

El reverso de Dios no es un infierno. Es la Nada. A Unamuno que vivió en un catolicismo muy presionado por el infierno lo prefería a la Nada. La Nada es un vacío que a muchos aterroriza.

La Nada absoluta es como ese contenedor post mortem en el que acaba una vida vivida sin el contorno de Dios. Visto así es más difícil creer en la Nada que creer en Dios. La Nada es como la última estación del aburrimiento. El aburrimiento es a veces como una antesala de la Nada. Con el peso de los años llego a pensar que todo lo que sea vivir, o estuvo conectado con Dios o carece de sentido.

El problema es que la conexión con Dios no se ve fácil. No se ve ni se toca ni se oye a Dios. El cristianismo nos trajo una solución: poner a los demás en el lugar de Dios “tuve hambre y me diste de comer”

Si la oración y el silencio nos llevan a los demás, ese puede ser el camino para huir de todo aburrimiento, superar la Nada y de vivir en el ámbito de Dios.

Luis Alemán Mur