Domingo 1º de Adviento – Ciclo B

Marcos 13,33-37:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»

Palabra del Señor

“Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento”.

Jesús terminó su trabajo por Galilea con una sensación de fracaso. El reino que anunciaba no llegó. Los pueblos que había recorrido por Galilea, siguieron su vida normal. Se equivocó al interpretar los tiempos del Padre. Se fue a Judea para dar la batalla final y enfrentarse a los auténticos responsables de la inmovilidad del pueblo. Siempre se sintió llamado a anunciar la llegada del nuevo reino que anunciaba. Pero al final cayó en el error de haber calculado los tiempos del “dueño de la casa”:·

“vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento”

No se trata, por tanto del advenimiento glorioso de Jesús al final de los tiempos. Jesús no se consideró nunca a sí mismo el dueño de la casa. “La casa” siempre fue la casa del Padre. Jesús vivió volcado con sus obras y sus palabras en el plan de Dios. Pero no en el cuándo sería la hora.

“Velad, no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos”.

A Jesús, el dueño de la casa no lo encontró dormido. Estaba en una noche agotadora. Oraba hasta sudar sangre, desconcertado, luchando por su fe que no comprendía. Su Padre era muy difícil de comprender y de aceptar.

“Al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer”

Las cuatro velas en las que se dividía la noche.

“Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!”

Quizás conozcamos a más de uno entre simples fieles, mujeres u hombres sacerdotes, obispos, cardenales o papas a los que al volver el dueño de la casa, los encuentre sin fe.

Luis Alemán Mur