KAIRÓS QUEBEC

Salir al encuentro del Québec que se fue más allá de la religión

Tenía mucho interés por conocer Quebec. Sabía yo que allí se ha vivido una experiencia religiosa colectiva de dimensión prácticamente nacional. El ultracatólico Quebec, ha abandonado masivamente el catolicismo, o la religión hablando más genéricamente, de un modo tan intenso y rápido como quizá no haya sucedido en ninguna otra región del planeta.

Nací en la católica España, vecina de la «Hija Mayor de la Iglesia», la Católica Francia, cuya influencia religiosa se dejaba notar los tiempos de mi infancia (la congregación religiosa que dirigía mi colegio, La Salle, provenía de la Iglesia de Francia y seguía en parte con la mirada puesta en ella). Al conocer y estudiar ahora y la tradición religiosa del Quebec, notaba yo un sentimiento interior de simpatía, una especie de sintonía genético-espiritual con las formas religiosas y espirituales de este pueblo de Quebec, diferente culturalmente, pero hermano y hasta gemelo en la entrega a la fe católica. Me sentí profundamente identificado con Quebec.

Quedé sin embargo sobrecogido al comprobar efectiva y afectivamente lo que informativamente ya sabía. Esta sociedad hermana, a la que me unían lazos y sintonías espirituales tan profundos, formada por hombres y mujeres de cuya bondad y buenos sentimientos yo no podía dudar, me sorprendía ahora con la negación y el olvido del catolicismo. Un gobierno aconfesional, laico, escrupulosamente laico. Una sociedad sin referencias religiosas. Un gobierno radicalmente separado de la Iglesia. Una educación no religiosa, toda ella pasada a manos laicas. Una inmensa cantidad de templos –los bellísimos templos quebequenses, edificios exentos, con estilo tradicional, de piedra la mayor parte de las veces, con pórticos, torres, rosetones, vidrieras…– sin uso religioso, reconvertidos en museos, salas públicas, restaurantes, grandes almacenes, o estación de bomberos…

Estuve en templos reconvertidos, y rememoré en mi fantasía la imagen de aquellos edificios en ebullición religiosa de cofradías, hermandades, celebraciones, actos devocionales, organizaciones caritativas, piadosas, educativas, recreativas… Sentí allí vivas todas aquellas imágenes de las fotografías de la abundante bibliográfica histórica que testimonia la vida religiosa de aquella pujante sociedad católica de la primera mitad del siglo XX. Estuve en algún colegio donde me aseguraron que los niños y niñas que hoy lo frecuentan se quedan mudos cuando se les pregunta quién es aquella figura de María siendo coronada por Pío XII al consagrar al mundo a su Inmaculado Corazón (y cuando se les explica responden: «¿la virgen?, ¿qué virgen?, ¿virgen?, ¿y por qué virgen?»). La Notre Dame omnipresente en la toponimia de todo Quebec, ya es una desconocida para los niños/as quebequenses de sus colegios, incapaces de dar razón de ella o de reconocerla siquiera icónicamente. Conocí a religiosos/as de Quebec, miembros de una vida religiosa pujante hace 50 años, que «exportaba» misioneros a todas las latitudes del mundo, que tenía «provincias» de más de un millar religiosos/as… y que hoy día cuentan menos de 200, ahora ancianos, enfermos y sin relevo juvenil a la vista. Encontré la Casa Madre de las Religiosas de la Providencia, otrora emporio de servicios sociales y religiosos para la ciudad de Montreal, hoy reducida a una agrupación de comunidades religiosas de diferentes institutos, conviviendo todas en un mismo edificio de 15 plantas para hacer frente mejor a los gastos de la atención de salud geriátrica.

No pude dejar de preguntar a cuantos quebequenses nativos se me pusieron a tiro: ¿qué ha pasado en Quebec? ¿Qué ha sido la Révolution tranquille? ¿Cómo han vivido los quebequenses este abandono del cristianismo? ¿Ha sido realmente un «abandono»? ¿Es que no se sienten ahora cristianos?

Quería saber la explicación, las razones, la vivencia que ha experimentado esta sociedad cuando ha decidido autotransformarse de un modo tan radical. Una mezcla de curiosidad apasionada, simpatía profunda, interés propio, presentimiento de coincidencia… se agolpaban en mis preguntas. Por los días que tuve a mi disposición, me convertí en lector asiduo –de hasta ocho horas diarias– de La Grande Bibliotèque y de la biblioteca de la Universidad McGill. Rastreé por aquellas incontables estanterías todo libro o documento que hablara de la Révolution tranquille (RT). Busqué sobre todo la posición de los teólogos canadienses, y quebequense en concreto.

Fue una sorpresa tremenda –incredulidad, decepción– no encontrar respuesta de los teólogos/as a estas mis preguntas. Prácticamente no hay bibliografía sobre la RT desde el aspecto religioso. La RT es considerada sobre todo un fenómeno cultural y político, histórico y sociológico: la evolución de una sociedad que toma conciencia de sí misma, y de su dependencia radical de la religión y de la Iglesia, y decide, tranquilamente, transformarse, dotarse un nuevo contrato social: secular, democrático, aconfesional, plural… Todo este proceso está muy bien documentado y estudiado. Pero parecería que no ocurrió nada religioso relevante durante ese período histórico. Ningún teólogo/a quebequense ni canadiense parece haber estudiado de modo relevante, individualmente o en alguna iniciativa colectiva (congreso, proyecto teológico), la dimensión religiosa de la RT, su significado, para Quebec, para la Iglesia Católica y para el mundo.

¿Qué han vivido esos millones de creyentes quebequenses que antes abarrotaban fervorosos los templos, y hoy los han abandonado y reconvertido; que antes ponían sus niños/as desde la más tierna infancia en manos de la Iglesia, y hoy los educan en colegios laicos manteniéndolos ajenos a las tradiciones católicas…? Qué han vivido todas estas personas en el interior de su corazón, ahí donde vivieron siempre la fe? ¿Y qué sienten, que dicen hoy de sí mismos, de su fe, de su antigua conciencia de ser Iglesia? ¿Es seguro que ya no se sienten nada de esto?

Me estoy preguntando por el significado teológico y religioso de lo que quizá ha sido la trasformación religiosa más radical y masiva de una sociedad en los tiempos históricos conocidos, el abandono de una religión por parte de una sociedad, de un modo masivo, macizo, contundente… y tranquilo, es decir, sereno, consciente, convencido, sin dubitaciones. Fenómenos semejantes, aunque menores, se han dado en sociedades europeas, pero la experiencia religiosa quebequense de la RT destaca por su carácter límpido, contundente, y para mí, emblemático. Me parece un verdadero «lugar teológico». ¿Nadie la quiere estudiar?

La jerarquía eclesiástica… no sabe/no contesta. No dice nada. Después de la RT, simplemente se ha recluido en lo eclesiástico, y ha abandonado aquellas actitudes de control social que la caracterizaron secularmente. Los obispos y los sacerdotes saben que ya no pueden ni pensar en ejercer liderazgo social institucional. Ya no es posible pasar por las casas y los hogares para recoger el diezmo y controlar/animar la formación de familias numerosas, ya que la educación ha sido enteramente retirada de las manos de la Iglesia. Saben que ya no cuentan con aquella fuerte base social tradicional de las parroquias y los templos. Pero no han abordado ni quieren abordar la elaboración de una respuesta al mayor fenómeno de transformación religiosa vivido en toda la historia por su pueblo de Quebec. Sencillamente miran para otro lado. No quieren saber. Uno percibe que la Iglesia jerárquica quebequense piensa más o menos esto: «Tal vez no ha pasado nada, quizá cualquier día los alejados recapacitarán y volverán; mientras, los podemos seguir esperando, llevando en nuestros templos nuestra vida cristiana de siempre. Es como si nada hubiera cambiado: podemos seguir caminando sobre las mismas vías de vida cristiana sobre las que discurría el cristianismo de Quebec que acabó prácticamente por desaparecer; no había en aquella vida cristiana ningún error; el error ha sido de los que han abandonado; nosotros estamos en la verdad y no tenemos nada que replantearnos…».

Los cristianos progresistas… están muy ocupados con las cuestiones de justicia y solidaridad. El mundo actual es bien injusto, y necesita un compromiso inclaudicable por la liberación. Son cristianos –católicos y protestantes– que, abiertos a la ola de renovación modernizante de los años 60 (el Vaticano II entre los católicos, la Conferencia de Upsala y/o el Consejo Mundial de Iglesias entre los protestantes), asumieron el paradigma de la liberación en los años 70: una visión del mundo crítica con la injusticia y los mecanismos internacionales de opresión de los países ricos sobre el tercer mundo, un sistema opresivo mundial en el que Canadá ocupa una destacada posición. Los cristianos canadienses progresistas aparecen como menos «religiosistas», menos eclesiásticos, pero mucho más activos y militantes, centrados en la transformación de la sociedad canadiense e internacional respecto del sistema neoliberal global.

Pero, ¿y de la debacle estadística de la religiosidad canadiense, del abandono de millones de cristianos, de los templos vacíos y las nuevas generaciones alejadas de las iglesias… qué piensan, cómo lo interpretan? Tal vez aquí coinciden de hecho con la jerarquía eclesiástica: «no saben/no contestan»; no les interesa el tema; tienen muchas cosas por arreglar en el mundo, antes que ocuparse de elaboraciones teológicas. No es que piensen –como los obispos– que no ha pasado nada, y que cualquier día la révolution religieuse tranquille vaya a revertir, o que los quebequenses que abandonaron la religión tal vez algún día vayan a regresar al regazo eclesial… pero tampoco les importa; se han desresponsabilizado; no es su problema. Su problema no es la Iglesia, ni la religión ni la fe, sino el hambre, la injusticia en el mundo, y actualmente, también los desastres ecológicos que la sociedad canadiense causa en todo el planeta a través de sus compañías mineras extractivistas transnacionales, por ejemplo, o la defensa de la Causa indígena, y otros muchos ámbitos en los que realizan una benemérita y necesaria actividad. En definitiva, los cristianos progresistas de hecho miran también para otro lado, como la jerarquía eclesiástica: no tienen una palabra sobre la tremenda metamorfosis religiosa que su sociedad ha experimentado con la Révolution tranquille.

Pero, ¿y la teología, la teología quebequense, o la teología de Canadá? Me refiero a la teología en sentido amplio, incluyendo a los cristianos laicos pensantes, a las comunidades cristianas conscientes, a los religiosos/as y agentes de pastoral proféticos… Pues, sin que haya podido hacer un examen exhaustivo de la producción teológica, por lo que se ve –y sobre todo por lo que no se ve, por lo que se echa de menos, por las ausencias– se puede decir que la teología quebequense tampoco da cuenta de lo vivido, ni da razón de una esperanza que responda a la debacle sufrida.

Apenas se ha estudiado qué es lo que ha pasado durante la RT en la dimensión religiosa profunda, en la conciencia religiosa social, en la conciencia de los cristianos que han abandonado, los motivos por los que han rechazado la tradición cristiana, la vivencia de conciencia de esos millones de ex-cristianos de hecho, de los que no sabemos cómo se sienten actualmente, y a los que nadie tampoco les da ni les pide la palabra. Todo ocurre como si aquí hubiera acabado una era geológica, o hubiera sobrevenido una glaciación, y no tuviera sentido hacer preguntas sobre una obviedad que resultaría tabú cuestionar.

También pues la teología parecería estar de ojos cerrados, no queriendo mirar, mirando para otro lado –el social, donde las respuestas y las prácticas sociales requeridas parecen estar más o menos claras–. No conozco iniciativas o instituciones teológicas quebequenses, pero si existen, ellas serían las máximas responsables de esta «ausencia» teológica, de esta supuesta dimisión de los teólogos/as. Después de ellas, serían las llamadas agencias internacionales, como Développment et Paix y organismos como Kairós, que tanta incidencia y poder ejercen en la orientación de otras teologías.

Me pregunto, y pregunto públicamente, si, antes de que sea tarde, Quebec va a dejar de mirar hacia otro lado y va a volver la mirada hacia sí mismo, hacia ese formidable fenómeno de transformación religiosa de dimensiones inéditas, epocales, en la historia religiosa del cristianismo, y va a reconocer con honestidad su importancia, sin callar resignadamente ante la «descristianización» de toda una sociedad.

Hay otros/as –muy pocos, es verdad– que sin desatender las urgencias liberadoras de lucha contra la opresión y la injusticia, se preguntan qué es lo que ha pasado, y por qué, y qué es lo que viene después, sin esperar sentados a que la situación tal vez vuelva sobre sus pasos. En América Latina no pocos teólogos/as nos preguntamos si esto que ha sucedido en Quebec, y en Europa, acontecerá también en América Latina –algunos sostienen que en realidad YA está sucediendo–. Una palabra de la teología quebequense nos podría resultar muy iluminadora.

Algunos análisis teológicos interpretan que la debacle religiosa de estas sociedades que eran tan profunda y sinceramente cristianas, no se debe a la mala voluntad de nadie, ni a la infidelidad de los cristianos, como suelen pensar las jerarquías eclesiásticas con una interpretación culpabilizante; esos grupos teológicos interpretan más bien que este fenómeno masivo e incontenible de metamorfosis religiosa es cultural y epocal, responde a una transformación evolutiva de la humanidad, y que acabará abarcándola en totalidad más pronto que tarde.

Todo ocurre como si estuviéramos en un nuevo tiempo axial, como el que ya conocemos que se dio, que produjo aquella transformación de conciencia religiosa de la que en realidad todavía estamos viviendo en la actualidad. El Titánic sigue hundiéndose, desapercibida pero aceleradamente, y todo indica que se abre la nueva etapa de una religiosidad (o pos-religiosidad, o religiosidad pos-religional… no importa el nombre) tan diferente, que no pocos la confundirán como a-religiosidad o ateísmo.

Desorganizadamente, los botes salvavidas del Titánic se lanzan mar adentro, porque la aventura de la vida continúa. Puede ser muy caritativo permanecer en la popa acompañando la orquesta que consuela a quienes ya no se sienten con fuerzas para embarcarse de nuevo. Pero no es de justicia descalificar y abandonar a los que se vieron obligados a abandonar el barco, a buscar una nueva orientación en su vida, un nuevo sentido humano y religioso, y una nueva espiritualidad.

La teología al menos está en la obligación de agarrar el toro por los cuernos, y afrontar las preguntas que la sociedad y las Iglesias quebequenses no ha afrontado: ¿cómo entender lo que ha pasado a la religiosidad cristiana en la debacle religiosa registrada durante la RT? ¿Qué es lo que ha fallado? ¿Se acabó el cristianismo en el nuevo Quebec? ¿Qué queda del cristianismo en los «ex-cristianos» que tuvieron que abandonar la Iglesia en la crisis de la RT? ¿Por dónde sigue el camino de la fe cristiana después del hundimiento del Titánic de la sociedad quebequense cristiana? ¿Qué podemos decir a todos aquellos «antiguos» cristianos? ¿Puede una teología contentarse con las perspectivas liberadoras y de justicia (la segunda Ilustración al fin y al cabo) desatendiendo las perspectivas «posmodernas» (llamémoslas así) por su notoria mayor dificultad de afrontamiento?

Quiero creer que la teología quebequense, ayudada por las otras fuerzas eclesiales y sociales corresponsables ya citadas, asumirán ese desafío aún pendiente. Muy sinceramente les hago este llamado que también yo he sentido con todo mi corazón.

KAIRÓS QUEBEC

Salir al encuentro del Quebec que se fue más allá de la religion

José María VIGIL

https://eatwot.academia.edu/JoséMaríaVIGIL

Panamá

El hecho a que nos referimos

Nos referimos a la Révolution tranquille (RT) de Quebec, Canadá. Se trata de un fenómeno mayor, de dimensiones que alcanzan a toda una sociedad, como la quebequense. Se puede decir que en el Quebec actual, durante el proceso que se ha dado en llamar de la RT, un 70 u 80% de la población se ha apartado de las Iglesias.

No se trata de un hecho simplemente local, idiosincrático, propio de la cultura local o de un evento coyuntural casual,

sino que puede ser visto como enmarcado en la gran onda de la secularización de la sociedad occidental. Puede ser considerado como un caso concreto, ejemplar, del crecimiento del sector poblacional de los no religiosamente afiliados, que ha venido a ser el tercer sector religioso poblacional en el mundo por magnitud demográfica.

Es el caso de cómo una sociedad cultural y estructuralmente cristiana, en el curso de unas pocas décadas, se desprende, consciente y convencidamente, de su religión, y la separa de sus mecanismos de reproducción cultural. Y es el caso de cómo una institución religiosa se ve despojada de los privilegios sociales que durante siglos disfrutó, reducida en su clero y sus religiosos, desestimada por la juventud, y mermada poblacionalmente hasta extremos que la aproximan a la extinción. En 1992 el Rapport Larochelle concluía que, à moins d’inventer une nouvelle approche pastoral, l’Église de Québec est avouée à disparaître complètement
Traducción : «Si no se inventa una nueva aproximación, una nueva mirada pastoral, la Iglesia de Québec está condenada a desaparecer completamente »l(Larochelle, 1992, 248-249; Ferretti, 1999, 154).

Se puede decir que el caso es un novum históricum (novedad histórica), en cuanto que no conocíamos en la historia casos tan profundos de reversión religiosa de una sociedad como conjunto (BAUM, 2014, 38).

El caso de Quebec es uno de los más claros (por fácilmente delimitable) y limpios (sin contaminación por factores extraños, como el anticlericalismo derivado de la guerra civil en el caso de España, o de la tradición laica republicana en el caso de Francia) que muestran que el cristianismo occidental se está enfrentando a un fenómeno de transformación religiosa que lo aproxima a un posible colapso, colapso que en Quebec ya se puede dar de alguna manera por realizado.

VER. El hecho social, político y cultural

La RT no fue fruto de la exaltación de movimientos rebeldes ciegamente apasionados, como tantas revoluciones lo han sido en la historia. Révolution tranquile (RT) (la Revolución tranquila) no es una contradictio in términis (contradaicción en los términos », pero es, cuando menos, una paradoja. La RT, a pesar de su rapidez, tiene el mérito de haber sido una transformación social democrática, consciente, debatida y muy participada: una revolución democrática.

La RT ha sido en primer lugar un fenómeno social, político y cultural, y así ha sido experimentada y estudiada. Son escasísimos los estudios que la han enfocado como un proceso también religioso.

Esquemáticamente, podríamos decir que por la RT la sociedad canadiense ha pretendido:

– dotarse de una política laica, liberada de la tutela eclesiástica (Priests driven province), llamaron a la Belle Province de Quebec) y del clericalismo.

– la emancipación de la mujer frente a la tutela masculina, su liberación de la confinación que sufría dentro del mundo del hogar y del cuidado, sin participación en la sociedad ni en la política.

– la liberación de la opinión pública respecto de su relación hasta entonces vinculante con las creencias religiosas, bíblicas, míticas, tradicionales (Sylvestre, 2008)… en favor de una opinión pública laica, crítica… que apuesta decididamente por la ciencia.

– un ministerio de educación laico, en manos laicas, sin confiar a las Iglesias la misión privilegiada de configurar las mentes de las nuevas generaciones según su mentalidad bíblica y doctrinal y su tradicional devoción piadosa.

– una adhesión al conjunto de libertades sociales, según una decisión política democrática, adultamente decidida, que no asume apriorísticamente, por fe cristiana, la moral católica en general, ni la moral sexual y reproductiva en particular, que tan pesadamente gravaron sobre la conciencia social.

Este ha sido, en síntesis, el fenómeno socio-político-cultural de la RT, que puede ser considerado como una de las variadas formas del proceso histórico general de la secularización.

A pesar del carácter único (Baum, 2014, 38) o muy peculiar que el caso de Québec reviste, lo estamos afrontando con una perspectiva desde la que aparece como un caso más, semejante a los que se han dado ya en Europa, como los de Francia [«exculturación del cristianismo»: Hervieu-Léger, 2003], Francia, Alemania, España…

En América Latina hace años que los teólogos/as estamos debatiendo si este fenómeno ya consumado en Europa y en América del Norte, es (o no) el futuro próximo para algunos sectores de nuestro Continente. Las opiniones están divididas: unos dicen que sí, otros que no, y otros dicen que ese futuro ya se está dando.

JUZGAR desde la perspectiva religiosa

Doble pertenencia de los cristianos comprometidos con la RT

El proceso sociopolítico de la RT fue llevado adelante por personas que eran simultáneamente ciudadanos y fieles cristianos participantes. La cosmovisión cultural que fue emergiendo y siendo elaborada en el proceso de la RT fue chocando crecientemente con la cosmovisión cristiana tradicional, hasta hacerse ambas cosmovisiones prácticamente incompatibles.

Los quebequense vivieron personal y colectivamente este conflicto de cosmovisiones, de objetivos sociopolíticos, de inspiración espiritual. Parece que el nivel del debate sociopolítico fue hegemónico en el proceso de la RT, mientras que no se dio paralelamente un debate doctrinal-religioso en el ámbito de la comunidad cristiana eclesial. Hasta entonces los debates religioso habían sido zona reservada y controlada por la jerarquía eclesiástica, y ésta no abrió la puerta a la posibilidad de una «opinión pública en la Iglesia» [Pío XII, 17 de febrero de 1950] que permitiera a los fieles/ciudadanos digerir desde la fe las sucesivas propuestas ideológicas de la RT. Tradicionalmente, la Iglesia no dialoga, no debate democráticamente, sino que se declara fiel a un «depósito» (estático) de verdades recibidas (reveladas) de las que no es dueña, y de las que su jerarquía eclesiástica se autoproclama único intérprete autorizado, e indiscutible.

Fue imposible que el debate ideológico democrático con el que la sociedad quebequense elaboraba y conducía su RT, se diera también en la Iglesia, para debatir/digerir/decidir qué révolution (religieuse) tranquille podría llevarse a cabo tal vez también en su seno. La conciencia religiosa de la sociedad quebequense quedó bloqueada, no pudo acompañar religiosamente la transformación sociopolítica que supuso la RT.

La consecuencia fue una esquizofrenia socio-religiosa en los ciudadanos creyentes que fueron y se sintieron fervorosamente protagonistas de la RT. Experimentaron una verdadera revolución en su cosmovisión sociocultural, y experimentaron a la vez en el ámbito de su fe un radical inmovilismo ideológico, justificado teológicamente por parte de su Iglesia. Al final, llevados por la fuerza y la pasión con que vivieron la aventura de la transformación social global que la RT suponía, se vieron como obligados a abandonar una vida eclesial comunitaria que cada vez sentían menos suya. Ello se tradujo en el abandono progresivo de la hasta entonces pujante vida eclesial de las comunidades cristianas, las parroquias, las fraternidades, asociaciones religiosas de todo tipo, y sobre todo la participación en el culto diario y sobre todo dominical. El dato más visible y simbólico es el de los templos sin fieles, los templos entregados a fieles diferentes de los de la comunidad local que lo construyó, o templos ya reconvertidos para usos no religiosos (restaurantes, viviendas, mercados, museos, estaciones de bomberos…).

La RT quedó en la memoria colectiva sobre todo como un fenómeno sociopolítico y cultural, no como fenómeno religioso. Véase esto confirmado por la abundante bibliografía científica que la registró y comentó: prácticamente nadie ha estudiado su dimensión y sus implicaciones religiosas. La RT quebequense se ha dado en la sociedad civil; el cristianismo quebequense ha sido testigo de la misma, y la ha sufrido, pero él mismo no ha hecho ninguna RT.

Cambiando la interpretación usual

Queremos romper una lanza a favor del carácter religioso, o de la dimensión religiosa de la RT quebequense. El fenómeno sociopolítico cultural de la RT quebequense fue llevado a cabo fundamentalmente por personas creyentes, por una sociedad creyente, una sociedad confesional, cristiana, e incluso, como dirían algunos, originalmente «ultracatólica». Que como consecuencia de su participación en el proceso de la RT esas muchedumbres cristianas que otrora llenaban los templos, acabaran después abandonándolos (es un símbolo), nada resta de carácter religioso a su participación protagonista y entusiasta en el desarrollo de la RT.

Nos atrevemos a decir que para muchos/as cristianos/as quebequenses, su compromiso sociopolítico en la construcción de una nueva sociedad estuvo alentado por una fuerte vivencia religiosa, y que la reflexión teológica renovadora que tanto la Iglesia católica como las iglesias protestantes desarrollaron por aquellos mismos años a nivel mundial influenció notablemente en ese compromiso.

Más aún: nos atrevemos también a decir que el abandono de su participación en la vida comunitaria eclesial (culto, parroquia, templo, asociaciones…) no fue para muchos un abandono de su fe, sino una exigencia de la nueva visión de su fe transformada y madurada. El abandono masivo de la participación eclesial, por parte de la población anteriormente «ultracatólica» quebequense, no puede ser considerado como un fenómeno simplemente cultural, no religioso. Fue un fenómeno realmente religioso, incomprendido por las jerarquías eclesiásticas, y –lo que es más extraño– desatendido por la teología quebequense. Pero fue un fenómeno que podemos adivinar como muy rico, de mucha densidad teológica (aunque informal). Un sector masivo de cristianos y cristianas, profunda y sinceramente creyentes, herederos de una educación conservadora fijada sobre modelos sociales eclesiales medievales, de cristiandad, evolucionaron, desde su fe tradicional, hasta ser capaces de apoyar un proyecto de sociedad radicalmente nuevo, y lo hicieron con un proceso de «reflexión teológica» informal [todo cristiano que desde su fe
trata de entender está haciendo teología, fides quaerens intellectum] que, a partir de lo que apoyaron, nos permite de alguna manera deducir la transformación que experimentaron en su fe.

Estuvieron apoyando:

– una sociedad emancipada de la tutela y de la dominación eclesiástica que sufrió tradicionalmente; unos servicios sociales y un sistema de salud separados de la Iglesia, en manos ahora del Estado, de la propia sociedad política y civil, democrática;

– una persona emancipada en su subjetividad e individualidad, dueña de sí misma, no sometida apriorísticamente a los límites morales dictados por la jerarquía eclesiástica;

– la superación del «sobrenaturalismo» de una sociedad en la que el cielo y el infierno, la otra vida, el más allá… eran preponderantes sobre las preocupaciones del más acá; una visión del mundo laica, secular, que deja el aura religiosa tradicional para el templo o para la vida religiosa privada;

– una educación laica, preferida frente a la educación cristiana tradicional confiada institucionalmente a la Iglesia;

– una sociedad democrática, sin privilegios concedidos a la Iglesia, sin interferencia de ésta en el Estado, sin clericalismo, sin estados religiosos «de primera clase» (considerados la única forma de entrega radical)…

– una sociedad sin exclusivismo religioso, sin privilegios sociales para una religión concreta; un reconocimiento de la legitimidad de la participación de las diferentes religiones y de la pluralidad misma de religiones, una opción por la interculturalidad…

– una laicización epistemológica de la sociedad, una opción por un tipo de conocimiento más racional y riguroso, sin creencias, milagros o mitos… lo que ponía en crisis la vida cristiana devocional tradicional heredada de la Edad Media y del Barroco, e incluso la liturgia tradicional… y que llevaría exigir una reconversión global del relato cristiano, y de todo el patrimonio simbólico cristiano…

Éstas y otras referencias que movieron a los ciudadanos quebequenses cristianos militantes que fueron simultáneamente protagonistas de la RT, muestran que toda esta visión que les animaba, respondía a un «paradigma» religioso y cultural nuevo. No era el paradigma que habían recibido tradicionalmente de la Iglesia. Fueron militantes que estuvieron en contacto con las corrientes de renovación cristiana que en varias partes del mundo se dieron en simultaneidad con la RT (BOISVERT 2015, 10, 22). Desarrollaron una visión creyente diferente; su vivencia cristiana avanzó hacia un nuevo paradigma cristiano. Fueron muchos/as de ellos/as los se reivindicaban cristianos, sólo que en discrepancia con la jerarquía.

Podemos deducir que estos cristianos comprometidos con la RT estaban inspirados por una percepción espiritual distinta, una espiritualidad desplazada desde los lugares sagrados tradicionales (el culto, las devociones piadosas realizadas en el templo…) a los lugares de la transformación social y cultural: los derechos humanos y sociales de los individuos, de las minorías y de la sociedad como conjunto, pasaron a ser considerados el nuevo rostro de lo sagrado, «lo sagrado secular» (SOMERVILLE, 2000, 20).

Fueron cristianos y cristianas que se llevaron muy bien con la RT, formando parte de sus protagonistas más fervorosos y de sus partidarios más fieles, incluso a lo largo del tiempo.

Allí había una vivencia espiritual nueva, una expresión religiosa diferente, alejada de la religiosidad tradicional anterior al Concilio Vaticano II, un paradigma cristiano nuevo, una forma nueva de comprender la misión cristiana en este mundo, una forma diferente de vivir el compromiso eclesial. Esta múltiple novedad se debatió y se confrontó valerosamente con la jerarquía eclesial, pero se encontró con la respuesta del inmovilismo autoritario.

Allí había un cristianismo que se mostraba compatible con la RT, y que de hecho, varias décadas después, sigue siéndolo.

Aquella nueva forma de visión y de misión cristiana que vivieron los cristianos/as comprometidos con la creación de la nueva sociedad inspirados por la RT, no desapareció, no se acabó. Está ahí, en el corazón y en el alma de todos esos cristianos/as comprometidos, que no sienten contradicción entre cristianismo y RT, aunque hayan tenido que dejar los ambientes eclesiásticos de una Iglesia que se negó a renovarse y a cambiar. Estamos ante una realidad de gracia oculta, desconocida. Y significa sin embargo, una gran oportunidad, un Kairós: la oportunidad de renovar el cristianismo, de transformarlo, acogiendo aquella vivencia de gracia que tantos hermanos y hermanas experimentaron y acogieron generosamente.

Creemos que es una tarea urgente poner al descubierto aquella espiritualidad, aquella renovada cosmovisión cristiana, aquel nuevo paradigma cristiano que permitió a tantos cristianos y cristianas comprometerse en la realización de la RT y permanecer fieles a ella hasta el presente. En el Québec secularizado de la RT, no estamos ante una «sociedad descreída y sin fe», sino ante una Iglesia que no logra discernir las nuevas formas de la fe, que las descalifica y las ignora. No estamos ante un abandono del cristianismo, sino ante su profunda transformación en una sociedad nueva en la que no caben las formas de cristiandad medieval, ya periclitadas. Es urgente reconocer el nuevo rostro del cristianismo, presente en la sociedad secularizada y desmitificada. Es urgente reconocer la calidad cristiana de cuño nuevo en los militantes (ex)cristianos comprometidos en la RT, que mantienen una profunda convicción y entrega espiritual.

ACTUAR

Fueron muchos los cristianos/as que en aquellos años de la RT quebequense intentaron también al interior de la Iglesia realizar otra RT, una révolution (religieuse) tranquille, que transformara también la Iglesia quebequense en el contexto de aquella efervescencia de cambios que se daban por toda la geografía mundial de las Iglesias cristianas. Lucía Ferretti refiere detalladamente muchas de aquellas batallas, que en el interior de la Iglesia fueron principalmente derrotas para «los revolucionarios», como aquella decisión episcopal unilateral de la supresión de la Acción Católica Canadiense y todos sus organismos y sub-movimientos de ella dependientes. El pretexto económico que se adujo no convenció a nadie; la razón fue más bien la pujante participación laical y el creciente compromiso político de los movimientos de jóvenes, adultos y obreros en la emancipación social y nacional en curso en aquél decenio (FERRETI 1999, 165). Se podría señalar igualmente el movimiento feminista, el protagonismo asumido por las mujeres en la Iglesia, su lucha por la emancipación de la mujer, el replanteamiento de la moral sexual, principalmente de la moral reproductiva y de la paternidad responsable.

A la altura de 1999 Ferretti habla de «el gran contraste entre la atonía de la Iglesia institucional y su marginalidad en relación a la sociedad, por una parte, y el vigor del compromiso de los cristianos en el corazón mismo de los desafíos del momento, por otra» (ib. 178). Se libró también en la Iglesia quebequense la batalla por la révolution (religieuse) tranquille, aunque, como en tantas otras geografías eclesiales, el peso retardatario de la curia romana, sobre todo en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, abortó los intentos de renovación eclesial. La renovación conciliar del Vaticano II fue revertida. La frustración, el desánimo, y finalmente el abandono y el silencio, fueron el destino de muchos intentos de révolution tranquille en la Iglesia. Y los resultados están hoy a la vista en Québec y en tantos otros lugares del mundo.

INJUSTICIA en el tratamiento de la religiosidad/fe/renovación:

Este tema debe ser enfocado también en perspectiva de justicia. Hay una justicia que estamos desatendiendo al ignorar la reciente debacle religiosa y al no querer mirarla de frente: una injusticia para con todos esos millones de personas concretas que han sufrido descalificación religiosa, que han sufrido de hecho una expulsión forzada por causa del inmovilismo de los jerarcas; una injusticia para con todos esos hombres y mujeres que se han visto abocados a tratar de salvar desesperadamente el sentido de sus vidas y una nueva forma de vivenciar y expresar lo más sagrado, su espiritualidad.

La injusticia no sólo es económica, social, de género… También existe la injusticia en el campo religioso, teológico y hasta en el espiritual. Forzar a que zonas enteras de población –a veces de millones de fieles–, no puedan evolucionar en su desarrollo de conciencia, porque quienes detentan el poder en las instituciones religiosas autoritarias presentes en esa sociedad no entiendan la necesidad imperiosa de abordar el cambio epistemológico en curso en la sociedad, e impongan sus creencias por intereses personales carrerísticos o por miedos institucionales, o por ceguera, «expulsando» de hecho a quienes buscaban sinceramente una renovación de la fe y una fidelidad más profunda, es una injusticia que también clama al cielo, y que también hay que denunciar, encarar y reparar.

El derecho a vivir una religiosidad abierta y humanizante, ha de ser reconocido en una nueva generación de derechos humanos.

La Iglesia no puede decir: el que no esté de acuerdo, que se marche y funde su propia Iglesia»«. No tiene derecho a considerar que ella tiene un «depósito» que haya de conservar intacto… Debe considerar más bien que a la altura de estos tiempos esa visión fixista estática se revela como un error craso, fruto de las limitaciones filosófico-epistemológicas del pasado… Por un error fundamentalista que generalmente no es considerado como tal, aun sin mala voluntad, se está cometiendo una grave injusticia contra la humanidad que ve y siente que esa vieja visión ya no tiene lugar y está superada.

Sencillamente, todo tiene que cambiar, porque cada vez son más quienes ven que todo es de manera diferente a como habíamos estado pensando. Quien accede a la nueva visión –y son cada vez más numerosos– ya no puede continuar en el viejo orden, porque para esa persona implicaría comulgar con ruedas de molino. Mientras la Iglesia no afronte la posibilidad de que esto está ocurriendo, mientras lo ignore y mire para otro lado, estará cometiendo una grave injusticia para con esos millones de personas concretos y contra la humanidad en su conjunto. Y mientras la teología tampoco aborde esta problemática, por falta de claridad, o por comodidad, o por quedar absorbida en luchas liberadoras teológicamente más claras, menos vanguardistas, más cómodas… no estará respondiendo a la parte actualmente más misionera de su vocación profética.

También estas «víctimas» tienen derecho a la reparación. Todavía esperan que la teología reivindique la justicia de las propuestas de renovación que hicieron, y la legitimidad de su forma nueva de entender el cristianismo, su «nuevo paradigma cristiano».

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BAUM, Gregory, Amazing Church. Catholic Theologian Remembers a Half-Century of Change. Novalis, Saint Paul University, Ottawa, Canada 2005, and OrbisBooks, Maryknoll NY. Printed in Canada.

BAUM, Gregory, Vérité et pertinence. Un regard sur la théologie catholique au Québec dépuis la Révolution tranquille, Fides, 2014, Canada, en accorde avec la McGill-Queen’s University Press, 332 pp. En anglais: Truth and Relevance. Catholic theology in French Quebec since the Quiet Revolution.

BOISVERT, Dominique, Québec, tu negliges un trésor!, Novalis 2015, Montreal, 111 pp

FERRETTY, Lucia, Brève histoire de l’Èglise Catholique au Québec, Boreal, Québec 1999, 206 pp, 2me impression.

HERVIEU-LÉGER, Danielle, La fin d’un monde, Bayard 2003.

RAPPORT LARROCHETE, Risquer l’avenir: bilan d’enquête et prospectives, Montréal, Fides 1992.

SYLVESTRE, Marcel, La peur du Mal. Le conflict science et religion au Québec: l’affaire Laurendeau, Presses de l’Université Laval, Québec 2008.

SOMERVILLE, Margaret, The Etical Canary, Toronto, Penguin Books, 2000, p. 20.