Tras los pasos del Señor en el Vía Crucis, Jerusalén


Visita a Cesarea y Jerusalén

El asalto a los sentidos de la Vía Crucis

Las vistas, sonidos y olores de la Pasión de Jesucristo

Cierras los ojos… escuchas… hueles… y te transportas hasta los tiempos de Jesús


Lugar de la crucifixión de Jesús, Iglesia del Santo Sepulcro

Lugar del descubrimiento de la cruz verdadera, Jerusalén

Lo habíamos estado imaginando desde primera hora, mirando las aguas turquesas de Cesarea. Pero no ha sido hasta esta tarde que lo hemos podido ver. Jerusalén: ciudad que como muy pocas en el mundo te conquista desde la primera vez que la avistas en el horizonte.

Ni sentir, ni vivir, ni experimentar: aún no. Los cuatro periodistas invitados a Tierra Santa por el Ministerio de Turismo israelí hoy solo hemos podido tener nuestra primera degustación de la ciudad sagrada. Urbe que te das cuenta desde el momento en que la pisas que tardaría más de una vida en saborear, y no digo ya en entender.

La visita que hemos hecho esta mañana a las ruinas de Cesarea Marítima -ciudad portuaria que construyó Herodes desde el año 22 a.C.- ha sido la preparación perfecta para nuestra visita a la capital. El acueducto, el teatro, el hipódromo, el palacio que da directamente al mar… pero sobre todo las aguas tan tranquilas y claras sobre las que imaginas ver llegando los barcos. O los trazos de las calles antiguas en las que ves andando a Pablo, Felipe el diácono o Cornelio el centurión: el primer gentil -según los Hechos- en ser bautizado en la nueva fe.

Pero ya allí en la costa me encontré pensando en lo que iba a encontrar en Jerusalén. Y menos mal que lo hice, ya que ha sido un verdadero asalto a los sentidos desde que subimos en el coche hacia el monte. La explanada del Templo con el Muro de las Lamentaciones, el Monte de los Olivos, la Puerta Dorada por la que entró Jesucristo el Domingo de Ramos… todo me llegó a los ojos de repente y no sabía, al principio, ni dónde mirar. Nuestro guía excelente nos orientó y enseñó las iglesias de Getsemaní y la Dormición a los pies del Monte de los Olivos. Después subimos andando a la Puerta de los Leones para empezar nuestro recorrido de la Vía Dolorosa.

Y resulta que la cosa que más poderosamente me llama la atención sobre la Jerusalén vieja -al menos de entrada- es lo pequeña que es. No tanto por el espacio que ocupa -unos 900 metros cuadrados en total- sino por lo íntima que resulta. Aunque te hayan dicho que forzaron a Jesús a llevar la cruz por las callejuelas de la ciudad, después de condenarlo, para humillarlo aún más– no es hasta que lo ves en primera persona que te das cuenta qué fácil es que corra de boca en boca una noticia, algún rumor.

El recorrido desde la quinta estación -donde donde Simón cargó con la cruz- se encuentra, desde tiempos inmemoriales, dentro de un mercado. Sitio donde sientes los ojos de todo el mundo encima, especialmente si eres turista: blanco fácil para los mercaderes. Pero cierras los ojos… escuchas… hueles… y te transportas hasta los tiempos de Jesús. Y hay que entrar de esta forma en el drama de sus últimas horas para prepararte para lo que viene después del mercado: las seis estaciones del Vía Crucis que están en el Santo Sepulcro, el lugar donde fue crucificado y enterrado el Señor.

Aunque decir que Cristo murió y fue sepultado en esta iglesia tan única y especial engaña un poco. La sorpresa para mí ha sido, para explicarme, que el templo está dispuesto en varios niveles. Arriba la roca, en lo que un momento fue el Monte del Gólgota donde erigieron la cruz. Abajo la piedra donde fue ungido, a la esquina de donde finalmente fue enterrado. Y abajo del todo, el aljibe donde Helena, madre de Constantino, encontró en el siglo IV la cruz verdadera.

Por supuesto impresiona ver el Edículo, los recién limpiados y restaurados restos de la cueva donde Jesús fue enterrado, que hoy en día se compone de dos capillas: una donde el ángel apareció a las mujeres para decirles que había resucitado, y otra la tumba en sí. Pero a mí lo que más me gustó de la experiencia ha sido -aparte de los olores del perfume con el que ungen todavía la piedra donde expusieron el cadáver del Señor para rendirle su último homenaje terrenal- ha sido ver la devoción de la gente. Las creencias de las personas -se crea o no en las muchas tradiciones (o supersticiones) que hay aquí en esta ciudad- también son sagradas. Especialmente si te inspiran a vivir una vida un poco más parecida, a tu manera, a la del Salvador.