Domingo 2º de Cuaresma – Ciclo A.

Mateo 17,1-9:
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Palabra del Señor

“Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”

Hemos cometido, desde antiguo y seguimos cometiendo, el error de leer los evangelios como si fuese una hoja de periódico de la vida de Jesús. Y ese error ha fomentado desde siempre muchos errores o desenfoques. Los libros de los evangelistas se llaman “evangelios” (buenas noticias); y quienes los escriben son “evangelistas”, es decir: mensajeros de un gran acontecimiento. No son periodistas. Este evangelio de hoy “se funda en la reflexión que hace la comunidad cristiana israelita para comprender el sentido global de la misión de Jesús, y toma como base su tradición sobre la revelación de Yahvé en el Monte Sinaí”. En los evangelios sinópticos los autores describen a un Jesús a quien ya han visto vivir después de morir, con un rostro resplandeciente de sol. Al que visitan Moisés y el siempre esperado Elías.

«Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Pedro siempre queda como el impetuoso que cree que ya llegó el reino de Dios anunciado. Pero una vez más se equivoca.

Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo

La fe no debería desvirtúa o desenfocar la realidad cuotidiana. No está en nuestras manos adelantar acontecimientos ni modificar la historia. Quizá lo más duro sea aceptar la realidad aburrida, y a veces cruel, de vivir.

No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Siempre fue un peligro que el pueblo siguiera soñando con una sociedad utópica. El seguidor de Jesús no debe engañarse con la utopía.

Luis Alemán Mur