Casi siempre, ni el creyente de calle, ni el Papa saben nada de Dios.

Lesbos, Auschwitz, las zonas afectadas por los terremotos del Centro de Italia… Frente al sufrimiento Francisco eligió el camino del silencio y de la escucha. ¿Cuál es el mensaje profundo de esta elección?

Francisco no quiere explicar el dolor. Esto es algo que a mí me parece haber comprendido muy bien en su modo de actuar. Es decir, no quiere justificar a Dios, como la antigua teodicea, por el dolor del mundo. Eventualmente quiere mostrar que Dios está siempre cerca de la humanidad que sufre. Y, por tanto, estar en silencio significa no proponer respuestas que reflejan un poco el buenismo, un poco dulces, si queremos, pero de todos modos distantes del sufrimiento. Silencio significa estar cerca y poner la mano con un gesto, diría, terapéutico. Un gesto que el Papa hizo muchas veces y sigue haciendo con la gente, con las personas, y hemos visto, en los muros: en Belén y en Auschwitz… Por tanto, el Papa acaricia las heridas porque ese es el modo de curarlas. Y, en el fondo, la cruz de Cristo es exactamente esto: hacerse cargo de aquel dolor, de aquel sufrimiento que la humanidad vive. De modo que éste no es un silencio vacío: es un silencio lleno de cercanía, de proximidad.