El Papa Benedicto hizo enormes esfuerzos para atraer a los ultraconservadores de Lefebvre. Estos señores se declaran opuestos, entre otras muchas cosas, a las reformas litúrgicas del Vaticano II. Siguen con su latín, con sus casullas, dando la espalda al pueblo para elevar sus manos y oraciones al Altísimo. (Algo parecido a lo que hoy ha querido defender el cardenal Robert Sarah) No se acepta el último concilio, ni nada de lo nuevo.

Fueron excomulgados de la comunión católica. Benedicto quiso librarles de la excomunión. Les mandó un sobre lacrado y en mano con un posible acuerdo sobre mínimos con el fin de integrarlos de nuevo en el seno eclesial. El antiguo teólogo de santo oficio se sintió comprensivo con la ultraderecha.

La excomunión es una figura jurídica, a la que se quiere dar sentido teológico y fundamento evangélico. Fue un invento en circunstancias históricas ya anacrónicas. No soy profeta de futuros, ni vidente. Pero calculo que estos sistemas no durarán más allá de dos generaciones: La generación de los Rouco, los Ratzinger, y la generación de los hijos de los Rouco y los Ratzinger. La sociedad no aguanta más tiempo a esta Iglesia Clerical, engendrada por el Derecho Canónico Romano. Hoy, la “excomunión” es un producto devaluado. Es moneda fuera del mercado.

Hoy el problema es muy distinto. No se trata de que Roma pueda o no excomulgar a sus miembros. Lo frecuente, hoy, es encontrarse a grupos o individuos que se quieren auto excomulgar y no encuentran el modo.

20 años. Estudioso. De buenas costumbres. Familia de atmósfera cristiana. Sin conflictos conocidos. Pregunta si se puede desapuntar de católico. Su abuela le explica que el bautismo es un sacramento, que no se borra. No sé si me produce más tristeza el deseo del joven o la respuesta de la abuela.

¿No tiene responsabilidad la Institución Iglesia católica para que sean frecuentes  los que desean desapuntarse?

La enfermedad eclesiástica es de tal profundidad que resulta comprensible que los ultraconservadores prefieran seguir dando la espalda al pueblo, y celebren sus santos sacrificios al modo del Antiguo Testamento. Al menos allí, en el altar que mira al Altísimo y no al pueblo, queda lo misterioso.

Es muy difícil seguir yendo a la misa de los domingos, celebrada con restos de un Vaticano II a medio fraguar, con la rutina de siempre, con esos sermones a los que llaman homilías, con el protagonismo de cleros ignorantes, -casi siempre- de lo que hacen. Ni las vestimentas, ni los movimientos tienen sentido. A veces hasta se comprende que más de uno y de dos se auto excomulgue

Luis Alemán Mur