Reglas de urbanidad. De todo colegio de pago que se preciara, el alumno tenía que salir sabiendo comer. Para integrarse en la sociedad hay que saber comer. Dominar el arte de la servilleta, los cubiertos, los diferentes tipos de vasos, los diferentes tipos de cuchillos, hasta el saber masticar forma parte de una ciencia. A mayor nivel de desarrollo mayor dominio de los secretos para saber estar y saber comer. A eso se le llama Reglas de Urbanidad.

Un pobre de poca cultura y pobre educación, aunque tenga hambre, no podría comer en la mayor parte de las mesas de sociedad.

Saber comer, parece ser hoy una exigencia de cualquier cultura. El progreso nos va igualando a los hombres. Aunque siempre habrá que conocer y respetar las diferentes “Reglas de Urbanidad” propias de los diferentes pueblos. No es lo mismo saber comer en Pekín que en París. No comen de igual manera un Cardenal en Roma que un monaguillo en Vallecas. No come igual un árabe que un europeo.

Es decir, comer en comunidad conlleva someterse a reglas y costumbres. Ese es el fundamento de las reglas de urbanidad. Saber comer tiene mucho de ceremonia y es un signo de desarrollo humano.

La comida en recuerdo de Jesús (la eucaristía) está, también, sujeta a unos ritos, unas maneras, un modo concreto de comer. Es evidente que no toda comida es eucaristía.

Pasados los tres primeros siglos vino la Cristiandad, con sede oficial en la capital del imperio. Al estructurarse la Cristiandad sobre los moldes de Imperio Romano incorporó su derecho; se desplegó sobre su geografía; asumió su estructura organizativa; copió ritos, ceremonias, costumbres.

Triunfó el rito, la ceremonia, el Templo. Para configurar la eucaristía se pensó más en el culto a los dioses romanos que en la comida de Jesús.

En los templos, era fácil regular el culto o encorsetar la fe de los fieles y, de paso, controlar al Espíritu que sopla sin orden. Un comedor es mucho más peligroso que un templo.

Por otra parte, la ingenuidad profética de las primeras comunidades dio pie a que aparecieran, en las comidas del Señor, desmanes y demás “glosolalias”. Ya S. Pablo denunció el desorden y la falta de “educación” de algunos. La nueva religión sabía mucho más del culto a la divinidad que de comer juntos.

Volvamos a comer juntos. Guardemos las reglas de urbanidad propias de una comida. A veces, comida muy solemne, a veces comida íntima, a veces como de diario, a veces como en los días de fiesta. Pero siempre comida entre hermanos.

Hay signos para descubrir que una comida es eucaristía.

  • Primero, se verá que es una comida de familia. El ADN de esa familia es la fe en Jesús. No la misma sangre, sino la misma fe.
  • Segundo, en esa familia se palpa el amor. Si hubiera grietas, se reparan, antes de comer. Es más importante manifestar perdón a los hermanos que pedir perdón a Dios. Sin el perdón mutuo no puede haber amor. Dios no puede amarnos si hay rencor entre nosotros. Jesús no puede acudir a la mesa en la que hay rencor o simple distancia.
  • Tercero, las lecturas de la Biblia no son clase de escritura, sino una forma de comprender, cada día mejor, la vida de Jesús. Comemos con Jesús y como Jesús, para vivir hoy la vida de Jesús. Como sarmientos que brotan de un mismo tronco.
  • Cuarto, nos basamos en un recuerdo. Recordamos lo que nos transmitieron los primeros testigos de Jesús. Hacemos lo mismo que Él hizo. Lo mismo que, mal-regular-o bien, ha llegado hasta nosotros a través de los siglos.
  • Quinto, bendecimos al Padre de Jesús, por habernos dado a Jesús. Y con Él la plenitud humana. En Él, por Él y con él, le decimos al Padre: Amén
  • Sexto, juntos, en paz, con una inmensa alegría, oramos al Padre, con las mismas palabras que nos enseñó Jesús.
  • Séptimo, nos repartimos y compartimos la comida y la bebida como hizo Jesús. En ella está su vida hasta la muerte. Defender nuestra libertad y dignidad dio sentido a su vida y su muerte. Comer como nos dijo Jesús llena de sentido nuestra vida. Ya no somos esclavos de nadie ni de nada, sino amigos e hijos de un mismo Padre. Cuando comemos, comulgamos su forma de vivir, cueste lo que cueste.

Postdata.

Por supuesto que podéis añadir cosas. El yo pecador, el gloria, el credo de Nicea, el ofertorio, oraciones… Todo dependerá de la solemnidad que queramos darle a la celebración de la comida del Señor.

Y también dependerá de lo barrocos que sean los comensales y su comunidad. Pero las añadiduras no deberían enturbiar lo esencial.

En la mesa será conveniente guardar algunos ritos. Pero el ritual no nos da de comer. No vivimos para el rito. La finalidad de cualquier rito es ayudar.

Hay que vivir la fe en libertad. La comunidad de Jesús se hizo a base de comer con Jesús. La iglesia de Jesús, si quiere seguir siendo fiel, deberá volver a la mesa con Jesús. Sin esto, lo demás se queda en teatro, rito, paganismo o “Cristiandad”.

Luis Alemán Mur