Apuntes de una mente japonesa sobre la última cena
Juan Masiá es un jesuita, doctor en teología, que se ha pasado su vida en JAPÓN.
En Oriente, el equivalente cultural del pan y vino en las culturas mediterráneas, es el arroz y el té.
Juan Masiá hace ver que si la última cena de Jesús con sus discípulos se hubiera celebrado en Vietnam, o en Beijing o en Nagasaki, Jesús habría tomando el cuenco de arroz en su mano izquierda y los palillos en la derecha, luego habría tomado con las dos manos la taza de té, diciendo: “Aquí pongo yo mi vida. Esto es mi vida, que se parte y se reparte, repetidla compartiendo, haced esto en memoria mía.”
La traducción castellana del versículo 20 del capítulo tercero del Evangelio según Marcos dice así: “Fue a casa, y se reunió de nuevo tal multitud de gente que no podían ni comer”. El original griego dice: “no podían ni siquiera comer pan” (arton faguein). Es tan básico en esa cultura el pan que para decir “comer” se dice “comer pan”. También en japonés, donde el arroz es alimento básico, para preguntarnos si hemos comido nos dicen: “¿Han tomado ya el arroz?”
Si en castellano decimos que alguien no tiene ni siquiera un pedazo de pan que llevarse a la boca, en japonés se dice de la persona pobre con hambre que “no tiene ni una bolita de arroz que llevarse a la boca”.
Haced esto e memoria mía no es literalmente “tomad pan y vino en memoria mía”, sino, “repetid lo que yo estoy haciendo, comed partiendo, repartiendo y compartiendo, y entonces me haré presente entre vosotros”.
Para las mentalidades obsesionadas con la literalidad, lo que llamaba la teología la “materia del sacramento” (“materia” es palabra tan escolástica como “transustanciación”, más vale dejarla de lado, junto con la concepción fisicalista de los sacramentos) tendría que ser exclusivamente pan y vino. Para una hermenéutica que se hace cargo de que billones de personas no tienen el pan como alimento básico sino el arroz o el maiz, etc., no presentaría ningún problema teológico celebrar con arroz y té la eucaristía. Hoy por hoy, todavía no lo hacemos, pero la iglesia podría cambiarlo sin el más mínimo problema. Lo importante es compartir comida y vida.