Ocurrió en Brasil. En la región de Salvador de Bahía. Zona más desértica que agrícola. Tierra de pobres. Los amos de la tierra vivían – y viven – muy lejos. No hay médicos, ni practicantes, ni curas, ni maestros. El médico se acerca a treinta Kms. cada quince días. El sacerdote, cuando puede. Sólo varias veces al año. La comunidad es muy cristiana. Se lee el evangelio todos los días. Pero todos echan de menos la eucaristía. Si tarda mucho en venir el sacerdote, brotan las rencillas, los pequeños rencores, las pequeñas envidias. Allí todo es pequeño. Son pobres hasta para pecar.

Alguien -¿quizá un profeta?- dice: “esta noche vamos a celebrar la cena del Señor a lo pobre.”

El vino era malo. El pan poco. No llegó para todos. El maíz rellenó huecos. Todos comieron “Fijao”, especie de potaje de judías pintas. Antes de comer se pidieron perdón unos a otros. Leyeron unos trozos del evangelio de Lucas. Lo comentaron entre todos. Cantaron muy bien, hasta con lágrimas en los ojos. Y mientras comían, la “Máma“- abuela y madre de muchos, responsable de la fe de todos – leyó despacio la última cena según Mateo. Puestos en pie, entrelazadas las manos, rezaron, como si estuviesen cantando, el Padre nuestro. Pidieron por el mundo, por el Papa de Roma, por su sacerdote ausente, por los enfermos de toda la tierra.

Y después de cantar, con la seguridad de haber participado en la Eucaristía, se fue cada uno a su casa. Ya sin esos pequeños rencores, sin rencillas. Todo estaba olvidado. Se había salvado una vez más la fraternidad: “Y cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía.”

Vd. puede pensar lo que quiera. Yo no le digo lo que pienso. Pero si piensa lo mismo que yo, recuerde también la última misa a la que asistió. Por ejemplo a la última boda. Muchas flores. Gran desfile de modelos femeninos y masculinos. Fotógrafos, cámaras de vídeo. Un coro especial canta el avemaría de Gounod. Arroz a la salida del Templo. Y un gran banquete con tarta, puro y copa. Los más jóvenes a la discoteca; los mayorcitos a sus casas, a criticar lo mal que estaban las croquetas y los mariscos congelados.

La primera cena la presidió la “Máma“. La otra cena – de no sé quién – la presidió un sacerdote. ¿Y con quién comió Jesús?

– Oiga, por favor, ¡que está Vd. minando los fundamentos de la Iglesia!

-Pero ¿de qué Iglesia me habla?

Luis Alemán Mur