“El jesuita es un servidor de la alegría del Evangelio”, proclama el Pontífice

El Papa, a la Compañía de Jesús: “La Iglesia los necesita, cuenta con ustedes, sigue confiando en ustedes”

Francisco invita a la CG36 a “caminar juntos -libres y obedientes-, yendo a las periferias donde otros no llegan”

Jesús Bastante

Que la Compañía tenga y pueda tener siempre más el rostro, el acento y el modo de todos los pueblos, de cada cultura, metiéndose en todos ellos, en lo propio del corazón de cada pueblo, para hacer allí Iglesia con cada uno


La Iglesia los necesita, cuenta con ustedes y sigue confiando en ustedes, de modo especial para llegar a los lugares físicos y espirituales a los que otros no llegan o les resulta difícil hacerlo”. El Papa Francisco visitó a primera hora de la mañana el aula de la 36 Congregación General de la Compañía de Jesús, respondiendo a la invitación que el nuevo general, Arturo Sosa, s.j, le hizo el pasado viernes, durante la audiencia concedida tras su elección.

A nadie escapa la cercanía entre el primer Papa jesuita en la historia de la Iglesia, y el primer “Papa negro” (aunque a él no le guste que le denominen así) no europeo de la Compañía de Jesús. Los gestos, las miradas, las sonrisas… Hay mucho en Arturo Sosa que recuerda a Bergoglio. Y Francisco se encuentra, más que ningún otro, en “casa” siempre que visita el hogar jesuita en Roma.

Así lo dejó ver Bergoglio en su discurso a los miembros de la Congregación General. Desde el comienzo, en el que usando palabras de sus antecesores en el solio pontificio animó a los jesuitas a “proseguir por el camino de la misión con plena fidelidad a vuestro carisma originario”. La Iglesia cuenta, tal vez hoy más que nunca, con los “soldados de Dios”, y Francisco así lo siente, clamando -e incluyéndose- por “caminar juntos -libres y obedientes- caminar yendo a las periferias donde otros no llegan, bajo la mirada de Jesús y mirando el horizonte que es la Gloria de Dios siempre mayor, el que nos sorprende siempre”.

“El jesuita está llamado para discurrir -como dice Ignacio- y hacer vida en cualquiera parte del mundo donde se espera más servicio de Dios y ayuda de las ánimas” porque “para la Compañía, todo el mundo le ha de ser casa“.

Bergoglio recordó con cariño el espíritu fundacional de Ignacio de Loyola, siempre en camino “para correr por la vía de Cristo Nuestro Señor”, y con el especial voto de obediencia al Papa para “seguir la dirección del Espíritu”.

“El caminar, para Ignacio, no es un mero ir y andar sino que se traduce en algo cualitativo: es aprovechamiento y progreso, es ir adelante, es hacer algo en favor de los otros“, recordó el Papa, quien destacó el término “aprovechamiento” utilizado por Ignacio y los primeros jesuitas. Una fórmula que “no es individualista, es común”, pues “el fin de esta Compañía es no solamente atender a la salvación y perfección de las ánimas propias con la gracia divina, mas con la misma intensamente procurar de ayudar a la salvación y perfección de las de los prójimos”.

Siguiendo el pensamiento de Fabro -al que Bergoglio está muy unido- “la armonización de todas las tensiones (contemplación y acción, fe y justicia, carisma e institución, comunidad y misión…) no se da mediante formulaciones abstractas sino que se logra a lo largo del tiempo mediante eso que Fabro llamaba nuestro modo de proceder”.

Un camino que “no es elitista” y que provoca la lógica diversidad de los miembros d ella Compañía. Y un camino marcado por las obras de misericordia. “Las obras de misericordia -el cuidado de los enfermos en las hospederías, la limosna mendigada y repartida, la enseñanza a los pequeños, el sufrir con paciencia las molestias…- eran el medio vital en el que Ignacio y los primeros compañeros se movían y existían, su pan cotidiano: ¡cuidaban que todo lo demás no fuera óbice!”.

“La Compañía es Fervor”, recordó el Papa. Y para “reavivar el fervor en la misión”, Francisco reflexionó sobre tres aspectos acerca de la presencia y “nuestro modo de proceder”. “Tienen que ver con la alegría, con la Cruz y con la Iglesia, nuestra Madre, y miran a dar un paso adelante quitando los impedimentos que el enemigo de natura humana nos pone cuando vamos, en el servicio de Dios, de bien en mejor subiendo”.


En primer término, “pedir insistentemente la consolación”, que está basada en la alegría, uno de los ejes el pontificado de Francisco. El “oficio de consolar”, uno de los más antiguos de la Compañía, uno de los más propios: “Consolar al pueblo fiel y ayudar con el discernimiento a que el enemigo de natura humana no nos robe la alegría: la alegría de evangelizar, la alegría de la familia, la alegría de la Iglesia, la alegría de la creación… Que no nos la robe ni por desesperanza ante la magnitud de los males del mundo y los malentendidos entre los que quieren hacer el bien, ni nos la reemplace con las alegrías fatuas que están siempre al alcance de la mano en cualquier comercio”.

Un servicio que “arraiga en la oración”. Y es que “practicar y enseñar esta oración de pedir y suplicar la consolación, es el principal servicio a la alegría”, porque “una buena noticia no se puede dar con cara triste. La alegría no es un plus decorativo, es índice claro de la gracia: indica que el amor está activo, operante, presente. Por eso el buscarla no debe confundirse con buscar un ‘efecto especial’, que nuestra época sabe producir para consumo, sino que se la busca en su índice existencial que es la ‘durabilidad'”. “El tiempo será lo que le da la clave para reconocer la acción del Espíritu”, añadió.

“Este servicio de la alegría fue lo que llevó a los primeros compañeros a decidir no disolver sino instituir la compañía que se brindaban y compartían espontáneamente y cuya característica era la alegría que les daba rezar juntos, salir a misionar juntos y volver a reunirse, a imitación de la vida que llevaban el Señor y sus apóstoles”, recalcó el Papa.

Una “alegría del anuncio explícito del Evangelio -mediante la predicación de la fe y la práctica de la justicia y la misericordia-” que “es lo que lleva a la Compañía a salir a todas las periferias”. Pues “el jesuita es un servidor de la alegría del Evangelio”, añadió Bergoglio.

En segundo lugar, “dejarnos conmover por el Señor puesto en cruz”. Citando a Arrupe, el Papa recordó que “allí donde hay un dolor, allí está la Compañía”. En este punto, recordó que este Año de la Misericordia “es un tiempo oportuno para reflexionar sobre los servicios de la misericordia. Lo digo en plural porque la misericordia no es una palabra abstracta sino un estilo de vida, que antepone a la palabra los gestos concretos que tocan la carne del prójimo y se institucionalizan en obras de misericordia”.

“El Señor, que nos mira con misericordia y nos elige, nos envía a hacer llegar con toda su eficacia esa misma misericordia a los más pobres, a los pecadores, a los sobrantes y crucificados del mundo actual que sufren la injusticia y la violencia”, apuntó Francisco, recordando cómo su lema episcopal (Miserando atque Eligendo) es todo un programa de Gobierno. “Sólo si experimentamos esta fuerza sanadora en lo vivo de nuestras propias llagas, como personas y como cuerpo, perderemos el miedo a dejarnos conmover por la inmensidad del sufrimiento de nuestros hermanos y nos lanzaremos a caminar pacientemente con nuestros pueblos aprendiendo de ellos el modo mejor de ayudarlos y servirlos”.

En tercer lugar, “hacer el bien de buen espíritu, sintiendo con la Iglesia”. En este punto, Bergoglio pidió “la gracia de discernir, que no basta con pensar, hacer u organizar el bien sino que hay que hacerlo de buen espíritu, es lo que nos enraíza en la Iglesia, en la que el Espíritu actúa y reparte su diversidad de carismas para el bien común”.

“Es propio de la Compañía hacer las cosas sintiendo con la Iglesia. Hacer esto sin perder la paz y con alegría, dados los pecados que vemos tanto en nosotros como personas como en las estructuras que hemos creado, implica cargar la Cruz, experimentar la pobreza y las humillaciones, ámbito en el que Ignacio nos anima a elegir entre soportarlas pacientemente o desearlas”, reclamó Francisco.

“El servicio del buen espíritu y del discernimiento nos hace ser hombres de Iglesia -no clericalistas, sino eclesiales-, hombres ‘para los demás’, sin cosa propia que aísle sino con todo lo nuestro propio puesto en comunión y al servicio”, invitó el Papa, quien recordó a la Compañía que “no caminamos ni solos ni cómodos, caminamos con «un corazón que no se acomoda, que no se cierra en sí mismo, sino que late al ritmo de un camino que se realiza junto a todo el pueblo fiel de Dios». Caminamos haciéndonos todo a todos con tal de ayudar a alguno”.

Esto es lo que permite que la Compañía de Jesús, concluyó Francisco, “tenga y pueda tener siempre más el rostro, el acento y el modo de todos los pueblos, de cada cultura, metiéndose en todos ellos, en lo propio del corazón de cada pueblo, para hacer allí Iglesia con cada uno, inculturando el evangelio y evangelizando cada cultura”. Para, con la Virgen María, caminar “por estos caminos de la consolación, de la compasión y del discernimiento”.