¿TIENEN ALGO QUE VER NUESTRAS MISAS CON AQUELLA CENA?

Confieso que no es fácil responder a esta pregunta. Nuestras misas son un conglomerado de ritos con muy diferentes intenciones. Y en medio, algunos gestos y recuerdos de aquella cena. Y es que en la nostálgica “Cena del Señor” ha metido mano demasiada gente devota, ignorante e incluso política. El primer cambio radical se sufrió al abandonar los hogares familiares para trasladarse a los Templos. Convertida la cena en acto de culto aparecieron ritos como hongos. Pronto se hizo muy difícil mantener el espíritu de la cena.

Hablar o escribir de las “misas” de hoy es meterse en un lio. No corren tiempos de derruir, y sin embargo habría que derruir mucho. La sociedad moderna elimina muchos signos externos de cristiandad. El peligro es que si también la misa dominical desapareciera a fuerza de criticarla ¿qué manifestación exterior de su fe interior le queda al cristiano?

Pero es obligado reconocer que ni el clero ni siquiera el concilio Vaticano II ha sabido hoy servir la mesa de Jesús. Y soy consciente de que al analizarlo
me meto en un lío. Se ruega comprensión, abróchense los cinturones, y no se muevan de sus asientos. Si al final del trayecto, no les convence el viaje ni la estación término, vuelvan al lugar de procedencia.

Hablaba yo, en Madrid, con una persona culta y misionera que formaba (ya murió) parte de una comunidad de base. Se me ocurrió proponer para algunas charlas o convivencias, el tema de la liturgia. En principio me sorprendió su reacción: “¿tú crees que le puede interesar a alguien el rito, la liturgia?”

Cuando comenzó el Concilio Vaticano II, fui yo el sorprendido y casi me indigné de que el primer tema, el primer “esquema” a estudiar fuese La liturgia.
El mundo se partía en pedazos, Sudamérica hervía de hambre y revolución. África sangraba de Norte a Sur, vivíamos a espaldas de todo Oriente: China, la India…Europa respiraba asco de sobre alimentación, harta de clérigos con sotana, con una suma teológica que ya ni ellos entendían, ni aportaba nada creíble a la vida. ¡Y se reúne un concilio para hablar de liturgia!

“Sacrosanctum Concilium”. Así se llamó la primera criatura: se trataba de la liturgia. El resultado nos gustó. En las misas se empezó a hablar la lengua de cada país. El sacerdote dejó de darnos la espalda. Empezábamos a darnos la paz. La comunidad de hermanos pasaba a ser teóricamente, como el centro del culto divino…etc.

¡La Iglesia se renovaba! Costó mucho abandonar el latín. Algunos padres del Concilio, hoy muertos la mayoría, temblaron: temían que ese destape del culto y liturgia traería males. (Y todavía lo piensan, no sólo aquellos santos padres conciliares sino algunos piadosos seglares nostálgicos. Es curioso que el autodenominado ateo, Federico Jiménez Losantos haya pedido para su muerte una misa en latín.) Aquella decisión conciliar produjo divisiones y separaciones heréticas.

Hoy somos muchos los que pensamos que el Concilio abrió ventanas, pero sólo dio pasos de estética. Algo parecido a una liposucción que, a la larga, se mostró muy insuficiente.

En los muy primeros antiguos tiempos, la cena del Señor era una comida de familia para celebrar:

  • que nuestro Dios ha sido Padre, es Padre y nos espera como Padre;
  • que nos ha dado a Jesús y con Él tiene sentido el mundo y la historia;
  • que nos dejó su Espíritu para moldearnos por dentro
  • que en la mesa fabricamos fraternidad y perdón.

Cualquier religión de cualquier tiempo separa el ámbito de lo sagrado y el ámbito de lo profano. Sin embargo, en Jesús se funden divinidad y humanidad, sagrado y profano, cielo y tierra, Dios y hombre. Con Jesús, se produce un cambio tan radical que aún no ha calado ni en el pueblo ni en los jerarcas. La eucaristía sigue siendo no sólo víctima sino escaparate de este desenfoque pagano de dividir el mundo en profano y sagrado. (Castillo)

Con la Cena del Señor, cayó el andamiaje de altares, sacerdotes, ritos, liturgias, sacrificios. Según Jesús, Dios nuestro Padre no está en los altares, ni en los templos, ni en oratorios reservados, ni en montes sagrados, ni en grutas mágicas.

Con Jesús no es válida la afirmación de los especialistas en religiones, al afirmar que “el hombre entra en conocimiento de lo sagrado cuando lo sagrado se manifiesta como diferente de lo profano”. Eso pudo ser antes de que llegara la plenitud de los tiempos. Tiempos en los que la “Palabra” del Padre se tradujo al lenguaje humano, acampada entre nosotros: Jesús. Lo sagrado se hizo profano, o en lo profano se manifestó lo sagrado.

Antes, lo “sagrado” era lo “separado”. Lo sagrado necesitaba un espacio sagrado: el templo; una persona sagrada: el sacerdote; unos utensilios sagrados; unos ropajes sagrados; un tiempo sagrado, un lenguaje sagrado. Para entrar en contacto con lo sagrado era imprescindible ausentarse de lo profano, purificarse de lo profano, distanciarse de la vida vulgar y cotidiana. Lo sagrado acontecía lejos y al margen de lo profano.

El Concilio Vaticano II, ¡ya tan antiguo!, llegó a decir -siguiendo a Santo Tomás- que la “eucaristía era una acción sagrada por excelencia”. Si esto es así, la eucaristía pertenece a un nivel distinto en el que se desarrolla la vida. Desde ese punto de vista la eucaristía sigue situada en el nivel de lo sagrado, separada de la vulgaridad profana del día a día.

Y si la eucaristía pertenece a un “orden sagrado por excelencia” el hombre tiene que hacer un paréntesis en su vida profana en la que trabaja, ama, sufre, para poder entrar, con otra cara, lavado y purificado, en el mundo sagrado, distinto y superior.

He ahí una razón por la que la vida sacramental y litúrgica, y en concreto la eucarística está tan lejos de la vida real. La eucaristía como “culto”, o “santo sacrificio” o precepto dominical, no soluciona conflictos personales ni familiares, ni guerras, ni abismos entre hambres y riquezas. La eucaristía es, hoy día, un artículo decorativo adosado a la vida profana de los cristianos. Lo sagrado va por un camino, y lo profano sigue su cuenca.

José María Castillo pregunta: ¿es la eucaristía un ceremonial sagrado, separado y ausente de la vida, o es un símbolo secular y connatural a la experiencia humana?

Es evidente que ese acto profano de reunirse unos creyentes, alrededor de una mesa para comer y beber juntos, es invadido por Alguien muy sagrado. Allí reunidos, creen y viven la presencia de Jesús y con Jesús está el Padre.

Esto no lo discutimos ni lo discutiremos los creyentes. Algo tan profano como el comer juntos se ve transcendido por el Padre en Jesús.

Lo que discutimos y negamos es que eso sagrado lo proporcione el lugar, o unos ritos, o unas personas con poderes sagrados, o unos reglamentos, o unos objetos con algún tipo de poder o brujería que nos traigan lo sagrado “ex opere operato”. Es decir, por un mecanismo proporcionado por alguna extraña autoridad.

La eucaristía es una acción profana, vulgar de la vida de los hombres, vivida en nombre de Jesús, y con Jesús en medio, esa mesa se convierte en la mesa sagrada de los hermanos de un mundo nuevo.

De todo esto escribiremos en adelante. Cómo empezó eso de la eucaristía. Cómo se fue transformando. Nuestra eucaristía es un eslabón de una larga historia. A veces, de tan sagrada se hizo pagana. A veces, de tan pagana se convirtió en farándula. Y es importante la eucaristía. Ella hace a los cristianos. Ella es cuna de iglesia y anuncio del Reino. Es fábrica de hermanos. Somos herederos de una historia, que hay que conocer.

Para estas reflexiones he repasado un librito de José María Castillo que recomiendo a todos los que quieran profundizar en lo dicho aquí: EUCARISTÍA Y VIDA, HOY. Editado por la Fundación Santa María.

Luis Alemán Mur