Con la mayor naturalidad, el Papa Francisco ha afirmado el miércoles que «no debemos tener miedo de nuestras miserias, cada uno de nosotros tiene las suyas». El motivo para no temerlas es que la misericordia divina las borra, y «cuando las confesamos en el sacramento de la Reconciliación tenemos la certeza de haber sido perdonados».

Ante más de cuarenta mil peregrinos que asistían a la audiencia general, el Santo Padre ha insistido en que «el Evangelio es de verdad el ‘Evangelio de la Misericordia’ porque Jesús es la Misericordia: es la misericordia de Dios hecha carne».

Con sentido pedagógico, el Papa hizo notar que «Jesús no se presentó al mundo en el esplendor del Templo, aunque podía haberlo hecho. Ni se hizo anunciar por sonido de trompetas, ni vino vestido de juez, aunque también podía hacerlo».

En asombroso contraste con esas posibilidades, «Jesús se fue al río Jordán, con mucha gente de su pueblo, y se puso en la cola con los pecadores. No tuvo vergüenza, estaba allí con todos, con los pecadores, para ser bautizado».

Como respuesta a la sorpresa de algunos peregrinos, el Papa comentó el contexto completo de los hechos: «quienes estaban en la orilla no se dieron cuenta del alcance del gesto de Jesús. Incluso Juan el Bautista estaba asombrado de su decisión. ¡Pero el Padre celestial no! Él, en cambio hace oír su voz: ‘Tu eres mío hijo muy amado, en ti me complazco’, mientras desciende el Espíritu Santo en forma de paloma».

Una vez más, Francisco invitaba a los peregrinos a «no tener miedo a reconocernos pecadores. ¿Cuántas veces decimos: este es un pecador, ha hecho esto o lo otro? Cada uno de nosotros tiene que preguntarse: ¿Y yo? Porque todos somos pecadores, pero todos hemos sido perdonados».

En realidad, el Papa se limitaba a repetir el mensaje principal de Jesús, que desconcertaba y causaba sorpresa entonces, igual que ahora.

JUAN VICENTE BOO (ABC)