“Dogma y catequesis, sermón, plática, homilía y evangelio”

A las misas -a las nuestras- les faltan textos de autores que no tienen por qué ser, o haber sido, necesariamente cristianos

La reforma- renovación de la Iglesia, compromiso urgente y primordial del papa Francisco y de sus más sinceros devotos, depende en gran proporción y carisma de la propia liturgia.

Esta fue, es y seguirá siendo fuente de adoctrinamiento y revelación. Dogma y catequesis. Sermón, plática, homilía y evangelio, -palabra de Dios- que se parte e imparte en mesas-altares y en cátedras sagradas, en consonancia con las necesidades del pueblo, con su cultura y como respuesta de salvación y de vida, en la rica pluralidad de sus circunstancias de lugar y de tiempo.

Resulta ocioso destacar la importancia que en todo planteamiento litúrgico alcanza la palabra como signo de comunicación con Dios, con los demás y aún consigo mismo, tanto en su pronunciación sonora, como en la administración de sus silencios. La palabra es pan, paz, enseñanza, verdad y camino. La palabra en cristiano se escribe y describe con las letras mayúsculas del “Verbo del Padre” que, en Cristo Jesús, expresó y expresa a la perfección su sacrosanta misión creadora y regeneradora de salvación universal del género humano. La palabra `prevalece sobre otras referencias litúrgicas tales como los gestos, los símbolos, ceremonias, colores, ornamentos y signos sacramentales o para- sacramentales, con inclusión de las imágenes y ritos sagrados.

De la importancia que tiene la palabra en el organigrama litúrgico da fe, por ejemplo, el esmero del que manifestó hacer uso la Iglesia en la selección de sus textos en las celebraciones de las misas ya desde los primeros pasos de su historia, en los ritos orientales y occidentales, y en las Iglesias locales de mayor consideración y prestancia. El “canon- leccionario” que enmarcó la celebración de la Eucaristía fue respetado con rigor sagrado, hasta tornarlo inamovible e inalterable, con obligada inclusión en el mismo de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Tan solo en lugares y en circunstancias contadas y excepcionales, algunos “Obispos Ordinarios de sus respectivas diócesis” permitieron la inserción, lectura y comentarios de determinados textos en las misas, como en los que se referían a las “Actas de los Mártires” y vidas ejemplares de santos y santas patronos.

La inmovilidad de los textos sagrados, que todavía se conserva con tanta atención en las celebraciones eucarísticas, pudiera y debiera y ser cuestionada, si de verdad se intenta renovar la liturgia y, por tanto, la Iglesia. Sobran no pocos textos procedentes del Antiguo Testamento, cuyo adoctrinamiento acerca de Dios apenas si se asemeja al del Dios-Padre, predicado, evangelizado y vivido en los evangelios. Preceptos, ritos, mandamientos, interpretación de lo religioso y ejemplos ético- morales de vida y de la convivencia familiar, social y política, difícil -imposiblemente, encajan en los esquemas “cristianos”, aun cuando se intente lograr con comprensión y benevolencia.

Por ejemplo, todo cuanto se relaciona con la mujer, como protagonista en la vida social, familiar y más en la religiosa, demanda renovación profunda, resultando inmerecedora de la calificación de “palabra de Dios” la lectura de algunos textos incluidos en el esquema de las misas. El hecho de que su lectura se efectúe ahora en lengua vernácula, y no en latín, como antes del Vaticano II, le añade a la posibilidad del escándalo y del rechazo un plus ciertamente notable.

A las misas -a las nuestras- les faltan textos de autores que no tienen por qué ser, o haber sido, necesariamente cristianos. Otras religiones aportan doctrinas y formas de adoctrinamiento profundamente ejemplares. Las noticias distribuidas por los medios de comunicación, con su vibrante actualidad, son también “palabra de Dios” y lecciones de vida y de creencias serias y veraces.

Toda “colonización” por parte del mundo cristiano, de otros pueblos, en cuestiones y comportamientos “religiosos” y santos, “por el hecho de no ser nuestra y de los nuestros”, jamás justificará el olvido y el rechazo de todos, o de una buena parte, de sus propios valores. “Colonizaciones” y “colonizadores” en ámbitos religiosos son de por sí términos sometidos a culta, sana y penitente revisión. Para alcanzar categoría de “dogmáticas”, las definiciones debieran recorrer inexcusablemente caminos evangélicos, es decir, evangelizadores.

A muchos les parecerá tal tarea poco menos que imposible. Otros la tacharán de “frívola”, con lo que pretenderán tranquilizar su conciencia a costa de lo que sea, aunque en ello se comprometan el mismo evangelio y la esencia de la propia Iglesia. Felizmente no faltarán otros, convencidos de que también en libros -lecturas- no cristianos, será posible descubrir la figura y la imagen del auténtico Jesús de nuestras misas.