Han comenzado los debates de los candidatos a presidente del Gobierno y tienen ya tan gastadas las pantallas de televisión que suenan a archiconocidos. Rajoy porque lleva de campaña medio año con la tabarra de su recuperación económica. Y los tres jóvenes aspirantes porque si algo hacen es chupar cámara. Total que a estas alturas el elector medio está saturado y más dudoso que nunca sobre quién votar.
Quizás por eso, los tres primeros aparecen en las encuestas casi empatados. Han pasado los tiempos en que el bipartidismo nos situaba a los españoles en dos bloques más o menos diferenciados y una pléyade de partidos secundarios. Ahora el deterioro de los dos grandes y la irrupción de nuevas alternativas lo pone más complicado, sobre todo porque para ganar votos todos se quieren situar en el centro y no asustar al personal sea por la izquierda sea por la derecha. Las dudas aumentan además al ver cómo los nuevos, tanto Ciudadanos como Podemos pactan indiscriminadamente unos con otros.
¿Y el llamado “voto católico”? Yo prefiero llamarle voto en cristiano. Es decir elegir de acuerdo a los valores del Evangelio. Porque voto católico evoca más que otra cosa a donde se ha inclinado la Iglesia como institución, y esta en general se ha alineado con la derecha.

Antes votar en cristiano suponía más o menos inclinarse por una de estas dos cosmovisiones: la de los valores de la familia, la educación y la moral tradicional (derecha) y la de los valores sociales o evangelio de los pobres (izquierda). Esto conllevaba tener que renunciar a algo si te inclinabas a un lado u otro. Ya se desenganchó el cardenal Tarancón cuando afirmaba que “ningún partido se adecua con los valores del evangelio”.
¿Y ahora? Está mucho menos claro. Votar a la derecha es apoyar sin duda la corriente imperante del capitalismo salvaje que está potenciado la pobreza y las enormes desigualdades. Pero también es votar seguridad y menos agresividad frente a la Iglesia como institución. La derecha hoy es la de Rajoy, el PP de toda la vida un poco más centrado que en tiempos de Aznar, y la más moderada y ambigua de Albert Rivera, que da la sensación de algo más nueva y dialogante. Votar izquierda es elegir entre Pedro Sánchez, una socialdemocracia que en lo económico está en la órbita del neocapitalismo y en lo social no parece que pueda hacer un gran despegue dado el marco europeo en que nos movemos. Además suena a muñeco de plástico, poco creíble. ¿Es la nueva izquierda la de Pablo Iglesias? Podemos ha perdido mucha credibilidad por la futilidad de sus dirigentes y la pérdida del radicalismo primero, por no hablar de algunas tonterías en que se han gastado sus alcaldes. Lo dicen las encuestas.
Entonces ¿abstenerse?, ¿votar en blanco? ¿cómo votar en cristiano? Creo que abstenerse y votar en blanco puede ser testimonial, pero no sirve de nada. Hay que ir al voto útil, el menos malo, el que en conciencia y contrapesando pros y contras, creas que se acerca más a tus ideales. Probablemente irás a votar tapándote las narices, o como cuando vas al dentista a sacarte una muela, porque no hay más remedio.
Cada uno pues ha de decidir según sus criterios. ¿A dónde me inclino yo? Ciertamente a un cambio, a un voto que rejuvenezca algo esta anquilosada maquinaria, una tercera vía entre los rojos y azules de siempre y que pueda solucionar o paliar las tres cuestiones más graves de nuestra actual democracia: la crisis económica, la corrupción política y la amenaza de secesión en Cataluña.
Pero sobre todo no nos vendría mal, como siempre, orar y consultar en silencio qué busco con mi voto: si mi seguridad y bienestar personal o el bien universal y el de los más pequeños, los preferidos de Jesús.