Domingo 2º de Adviento – Ciclo C

Lucas 3,1-6

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»

Palabra del Señor

El llamado evangelio de Lucas se escribió entre el año 70 y el año 100 d. de Cristo. Tiempo suficiente como para tener que tener que recordar la historia para la tercera generación de creyentes.

“En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea,
y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás”.

Lucas reconstruye el mapa político y religiosos de Jerusalén y regiones adyacentes en los tiempos en los que comenzó a manifestarse la palabra de Dios.

“Vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”.

Quizá hemos minusvalorado la importancia que tuvo el bautista Juan para Jesús, no solo en su juventud sino en la misión que escogió Jesús. Juan fue para él como un maestro y un líder. No está claro cuándo empezaron a conocerse. Lo del parentesco parece más bien una ficción literaria del autor del evangelista. Sí está claro que fue Juan el que se lanzó el primero a la otra orilla del Jordán para sacudir conciencias con el recuerdo el viaje por el desierto en busca de una tierra nueva. Era un signo que el pueblo de Israel entendía. Ahora un pueblo perdido, agotado, sin esperanza.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto”: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos

El bautismo de conversión es, sin duda un signo heredado del Antiguo Testamento que si se copia miméticamente nos resulta extraño a los de nuestro tiempo. Si además se le interpreta como agua para lavar una mancha que traemos puesta al nacer se convierte en una injusticia. Pero la pastoral de la iglesia católica actúa con pereza y miedo a equivocarse. Pereza y miedo que la aleja del pueblo que no está dispuesto a rodear o fundamentar su fe con cuentos en vez de signos de vida.

“allanad sus senderos
Y todos verán la salvación de Dios.»

En cambio esta recomendación de “allanad sus senderos Y todos verán la salvación de Dios” es algo que deberían oír todas las naciones, pueblos y ciudades todos los días. Se supone que los que decimos creer en Dios preparamos los caminos del Señor. Si no hay justicia o alimento para el pobre, o trabajo para todos, no habrá salvación para los pueblos. Esa es nuestra fe. Esa es nuestra predicación. Ese nuestro Evangelio. Si no lo conseguimos, al menos ese es nuestro trabajo: Allanar el camino.

Luis Alemán Mur.