Mi querida Andrea:

Ya no sufres. Desde mi fe en el Padre de Jesús el de Nazaret, estoy seguro de que estás entre los ángeles. Entre los ángeles que no tienen alas. Los ángeles en los que creo son como tú. Han sufrido mucho como tú. Aunque ninguno nació para sufrir, sino para vivir y reír. Pero no pudieron. Unos por una enfermedad como la tuya; otros por el crimen de campos de guerra; otros por el egoísmo de muchos que no les dimos ni agua ni pan. O por la poca vergüenza de curas, obispos y cardenales que los violaron, marchitando sus sonrisas para siempre. Lo seguro es que ninguno nació para sufrir. El Padre Dios no les dio la vida para eso. Pero el mundo es imperfecto. Está sin terminar. Bello, pero sin terminar. Por eso, el otro mundo en el que tú estás se está llenando de ángeles, que murieron sin deber morir. No estarás sola. A lo mejor hay contigo más ángeles como tú que viejas y viejos como yo.

No creo en los angelitos de las Iglesias. Pero salto de alegría al pensar que ese otro mundo en el que tú vives tiene que estar lleno. Prepárale un sitio a papá y a mamá. ¡Han sufrido tanto, te han amado tanto!

Lo que sigue no es para ti. La llamada moral católica derramada a granel en santones clérigos, médicos y códigos de leyes salva principios construidos por ellos. Algunos creen obedecer al mismo Dios antes que ayudar al niño o a sus padres. Dicen que Dios es el dueño de la vida. ¡Por supuesto que la vida viene de Dios, origen de la vida! Pero nos la dio, como toda la tierra, para que la administremos como dueños y señores. En concreto, la Iglesia Católica parece que sigue preocupándose más de Dios que del dolor de los hombres.

¿Cómo es que tardan tanto en proclamarte santa ángel protectora de los niños que sufren en los Hospitales?

Luis Alemán Mur (Un amigo)