“¡Ilumínalo, o elimínalo¡’ es ‘oración’ recitada por grupos conservadores” 

Del preanuncio de un atentado contra el Papa son ya muchos los vaticinadores

No hace falta ser experto en la elección y conjugación de los verbos tales como “presagiar”, “suponer”, “conjeturar”, “prenunciar”, “vaticinar” y otros, para expresar con todo el dolor del mundo y verosimilitud, la idea de que los riesgos que corre la vida del Papa en los últimos tiempos son muchos y graves.

A él mismo no les son desconocidos, y en diversas ocasiones así lo manifestó no sólo a sus más cercanos amigos, sino hasta en público. Tampoco él hace excesivos esfuerzos para eliminar, o mitigar, la posibilidad de ser objetivo de algún atentado, no sometiéndose severamente a la rígida disciplina que le imponen los encargados de su custodia personal, con insistencia, sobresaltos y miedos, y al dictado de las exigencias de su profesión y oficio.

Al margen de cualquier insensatez, imprudencia o atrevimiento, el Papa Francisco no dará jamás la impresión de tener que padecer limitaciones que dificulten o empañen su actividad e imagen pastorales, convirtiéndolo en un ser inaccesible, inalcanzable y distinto del resto de los mortales, con inclusión de personajes importantes con rango de Jefes de Estados.

Entre los riesgos que lleva consigo el cargo -ministerio en este caso-, siempre a la sombra de la protección divina, la posibilidad de que la muerte inesperada le salga al encuentro del Papa, no tiene por qué ser preocupación y objeto especial que alimente temores tan determinantes como para que influyan y condicionen la dirección y administración por su parte del mensaje evangélico, cuyo primer testigo -Jesús- asumió la muerte nada menos que en la cruz, signo y señal de la veracidad de cuanto predicaba y adoctrinaba.

El cambio- renovación- reforma en la Iglesia, con sus correspondientes e ineludibles repercusiones en la sociedad en general, que identifica y define a este Papa, es de tal profundidad, catadura y urgencia, que molestará y aterrorizará a no pocos, que vivían situaciones de privilegio y suculencia, y quienes, ante la seguridad de perderlas, no desecharán contribuir de alguna manera a su desaparición, cese o renuncia. “¡Ilumínalo, o elimínalo¡” es “oración” recitada por grupos conservadores, “en el nombre de Dios”, y de miembros de la Iglesia, que creen ser la verdadera, por serlo – o haber sido- a su imagen y semejanza.

Dentro de la propia estructura de la Iglesia, aún en sus más altas esferas, a los enemigos del Papa Francisco, dispuestos a todo, o a casi todo, les resultaría dramáticamente comprensible que, ante el falso e interesado convencimiento de ser y de estar actuando él como hereje, el deseo de su desaparición se acelerara, sin excesivas contemplaciones y problemas de conciencia. La historia de la Iglesia está repleta de capítulos en los que tales escenas se repiten, aún comprendiendo que la falsa prudencia y el sigilo sagrado habrían de celar -encubrir- los más enojosos episodios.

“Fundamentalistas” dentro de la Iglesia hay muchos. Y en todos sus niveles. Además, a algunos los apoyan, sostienen, consienten y sustentan grupo “espirituales” que creerán actuar por inspiración divina y como únicos intérpretes salvadores de la fe verdadera, recriados al calor de abstracciones y especulaciones en las que la ley -el Código de Derecho Canónico en este caso-, y tradiciones impertérritas, acaparaban toda la fuerza del dogma, que habrían de defender, sin ahorrarse los procedimientos propios de las Cruzadas y de la Santa Inquisición.

Las recientes palabras del Papa Francisco de que no son “a las ideologías, sino a las personas a las que la religión ha de consagrarse y servir”, echan más leña al fuego del fervor incombustible y funesto de algunos, que sin rubor, y en público, manifiestan ya su desagrado con sus ideas y procedimientos pastorales.

El Papa no ha de ceder en sus convicciones, ritmos y métodos, tal y como lo demandan la Iglesia y el mundo, al que ella ha de servir. El conflicto es tan patente como explicable y comprensible. La historia se encargará de dejar constancia de su gravedad, con mención y reseña para sus protagonistas, en unos tiempos como los actuales, en los que todo, o casi todo, se sabe, y, con la correspondiente documentación, se publica.

.Del preanuncio de un atentado contra el Papa son ya muchos los vaticinadores. Sus persistentes peticiones de que “recemos por él”, son interpretadas por la mayoría de los creyentes como señales inequívocas de aceptación de esta contingencia en el misterioso esquema de poder ser esta la “voluntad del Señor”.

Antonio Aradillas.-