¿Pero Dios dice algo?

La fe que da sentido a los cristianos se cimienta en creer que Dios ha hablado y sus palabras se hicieron audibles humanamente en un hombre llamado Jesús de Nazaret, el galileo. Este “revelarse” de Dios, es la base de todas las creencias cristianas. Por tanto quien no acepte a Jesús está fuera de lo cristiano y de la fe de los cristianos. El creyente cristiano está acostumbrado a llevar un montón de doctrinas, de dogmas sin masticar o sin digerir, en tanto y en cuanto esas doctrinas proceden de Dios. Desenfocar, maniobrar, utilizar esa revelación de Dios con fines bastardos crea grandes ignorancias o negruras que acompañan al creyente hasta el final, y que a veces, le ocasionan vómitos o conducen al abandono de toda fe o creencia.

Aceptar que Dios ha revelado todo el catecismo, el derecho canónico y la estructura misma de la Iglesia es mucho aceptar y mucho creer. Nadie debería exigirnos tanta fe. Además, ¿sería eso fe?

Empecemos por reconocer que a lo largo de la historia, los jefes eclesiásticos, desde los papas hasta el último párroco, pasando por los teólogos, se han aprovechado, o nos hemos aprovechado de la investidura o titulación académica para responsabilizar a Dios de nuestras ideas o de nuestras sabidurías. Escribimos, hablamos o decidimos como si el Espíritu Santo estuviese dictando nuestras palabras, o firmando decretos y encíclicas. La historia de la Iglesia mezcló un montón de posibles sandeces con un montón de posibles verdades. Hoy, por ejemplo, sabemos que en el Vaticano ha habido (no solo en el pasado de ayer, sino hoy) mucha más mierda que verdades.

Un gran teólogo muy libre y pensador nos hace reflexionar sobre qué eso de la revelación. Escribe: “La revelación se está produciendo constantemente, si es verdad que existe una realidad sobre la que nuestros ojos son invitados a abrirse. “Revelación” no quiere, pues, decir, que Dios, a través de una decisión suya y sólo en un tiempo determinado, habría manifestado una vez por todas a los hombres una realidad inédita.

Pretender que nosotros, los hombres -¡o al menos los teólogos!-, estamos preparados para ver el mundo con los ojos de Dios parece algo totalmente insensato. No tenemos posibilidad alguna de aprehender el “punto de vista” de Dios. No podemos, pues, afirmar lo que Dios habría decidido hacer. Sólo podemos hablar desde nosotros mismos acerca de Dios.

“A mi juicio, hablar de Dios sólo tiene sentido a condición de presuponer que Dios está siempre cerca, que no cesa de actuar. Imaginarse, por el contrario, un Dios que en su cielo pasa milenios adormilado, se despierta un buen días y sólo habla una vez, y de tal forma que sus palabras se prestan a todo tipo de malentendidos y querellas, para después retirarse de nuevo a sus aposentos durante otros tantos milenios y nunca más volver a hablar, es algo totalmente absurdo. Dios se revela por doquier, a través de todas las realidades y de todos los acontecimientos del mundo, de tal forma que nos solicita constantemente. La única cuestión de interés es saber si nosotros tenemos oídos y ojos para oírle y verle y un corazón abierto para acogerlo”.

“Por “revelación” se entiende, pues, que en la historia de los hombres siempre ha habido y siempre habrá individuos que abren sus ventanas, de tal forma que la luz del sol pueda iluminar su interior. Ellos viven de esa luz y comunican esta riqueza a los que viven en la oscuridad. La revelación así transmitida a los demás debería incitar a todos y a cada uno a airear su propia casa, a dejarse penetrar por la luz, guardándose mucho de hacerse dependiente del lugar o de la forma en que se produjo el acontecimiento de la revelación”.

El hecho de llamarnos cristianos debería incitarnos en primer lugar a vivir como el hombre de Nazaret. Jesús nunca quiso que le adorásemos como persona ni que le colocásemos entre Dios y los hombres. Él enseñaba a los hombres a asumir en sus vidas su manera de ver las cosas. Además, y es algo que creo firmemente, Dios no sólo se revela en el hombre sino en toda la naturaleza, que constituye una revelación grandiosa para el que sepa descifrarla.

En este sentido, me parece que la Iglesia ha hilado demasiado fino si cree en serio que la revelación de Dios está “cerrada” en la persona de Jesús o cuando menos que es definitiva e insuperable. Esta postura me parece incompatible con la idea de la evolución”.

Luis Alemán selecciona y comenta

Eugen Drewermann

Dios inmediato

Edicciones Trotta, pag. 38