Concluimos hoy antes de la fiesta de Santa Teresa que será el próximo día 15. Y lo hacemos con un resumen de lo que son las dos últimas Moradas, porque en ellas se condensa todo lo que Teresa nos quiere enseñar sobre la oración. 

De las Moradas sextas podemos resumir que son el momento de la irrupción de la verdad de Dios que actúa como protagonista absoluto. Se comienza a tener una nueva visión de sí mismo, de Dios y de todo lo demás. Se comprende todo de un modo diferente. Porque todos los esquemas que habíamos ido adquiriendo se derrumban ante la verdad de Dios. Teresa explica los distintos fenómenos místicos que pueden acontecer, o no, eso no es lo importante. Lo que realmente cuenta son los efectos que deja: una persona radicalmente nueva, centrada en la verdad de sí misma, sin absurdas máscaras de falsedad, ha llegado al propio conocimiento, sabe quién es y eso le da seguridad. Se impone el amor que agranda y dilata. La pasividad de esta oración, donde se recibe todo de Dios, engendra la más potente actividad para vivir el día a día.

De las Moradas séptimas ya hemos dicho que concluyen en el servicio, porque Dios no nos aleja de la realidad de nuestro mundo, Él nos ha enseñado el camino para sumergirnos en nuestra humanidad. “El amor nunca está ocioso”, Dios siempre actúa. Es el momento de mayor interiorización que coincide con la máxima expansión, porque el interior conquistado se abre verdaderamente al otro. Las séptimas moradas son la revelación más grande de la persona. En los últimos números Teresa presentan un resumen, ¿para qué son todas estas “mercedes”? es decir, para qué sirve la oración, cuál es su finalidad, cuál es su objetivo. Por eso nos preguntamos ¿para qué orar? Para ser como Cristo, la identificación total con él, ser como él para vivir y actuar como él. implantar el Reino de Dios entre nosotros, es decir, sanar a los enfermos, hacer oír a los sordos y ver a los ciegos, comer con todos los marginados, estar al lado de todo ser humano que sufre y tender una mano, eso es “ser espirituales de veras”, pasar haciendo el bien.

No podemos cansarnos de hacer oración, porque es lo que nos lleva al conocimiento propio. Teresa nos cuenta su experiencia para que “nazcan alas”, es decir, ser valientes, arriesgados, nada de cobardías, pusilanimidad, falsas humildades, ni temores infundados. La vida merece vivirla y vivirla con toda su anchura y plenitud. Esa es la invitación que nos hace Teresa, porque ella la descubrió en un Cristo humanado, a pie de calle y no quiso que viviéramos en las fantasías de una mística solo de espiritualidad desencarnada.

La oración construye a la persona, hace que entre dentro de si y se conozca para coger las riendas de la propia vida y salir a la calle con la cabeza bien alta, con la seguridad en sí misma que da reconocer la propia dignidad. No estamos huecas, en nuestro interior está Dios que nos invita a renacer a nuestra verdadera personalidad, tan oculta con falsas imágenes. Nos invita a ser una persona nueva, plena, libre, sin egoísmo, generosa y con disponibilidad para servir a todos cuantos nos necesiten.

Se nos invita a ser y vivir en plenitud, “no temáis, aventuremos la vida“. Las Moradas es una biografía que puede ser de todos porque fue de una. Empecemos por creer para verlo por experiencia.

Textos para la lectura:

MORADAS SEPTIMAS CAPITULO CUARTO

4. Bien será, hermanas, deciros qué es el fin para que hace el Señor tantas mercedes en este mundo. Aunque en los efectos de ellas lo habréis entendido, si advertisteis en ello, os lo quiero tornar a decir aquí, porque no piense alguna que es para sólo regalar estas almas, que sería grande yerro; porque no nos puede Su Majestad hacer mayor, que es darnos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado; y así tengo yo por cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza -como aquí he dicho alguna vez- para poderle imitar en el mucho padecer.

6. ¡Oh hermanas mías, qué olvidado debe tener su descanso, y qué poco se le debe de dar de honra, y qué fuera debe estar de querer ser tenida en nada el alma adonde está el Señor tan particularmente! Porque si ella está mucho con El, como es razón, poco se debe de acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle, y en qué o por dónde mostrará el amor que le tiene. Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras.

7. Esta es la verdadera muestra de ser cosa y merced hecha de Dios -como ya os he dicho-, porque poco me aprovecha estarme muy recogida a solas haciendo actos con nuestro Señor, proponiendo y prometiendo de hacer maravillas por su servicio, si en saliendo de allí, que se ofrece la ocasión, lo hago todo al revés. Mal dije que aprovechará poco, que todo lo que se está con Dios aprovecha mucho; y estas determinaciones, aunque seamos flacos en no las cumplir después, alguna vez, nos dará Su Majestad cómo lo hagamos, y aun quizá aunque nos pese, como acaece muchas veces: que, como ve un alma muy cobarde, dale un muy gran trabajo, bien contra su voluntad, y sácala con ganancia; y después, como esto entiende el alma, queda más perdido el miedo, para ofrecerse más a El […] que dentro de estos rincones no faltarán hartas ocasiones en que lo podáis hacer.

8. Mirad que importa esto mucho más que yo os sabré encarecer. Poned los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si Su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras? ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras?
Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como El lo fue; que no les hace ningún agravio ni pequeña merced. Y si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho, porque todo este edificio -como he dicho– es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo. Así que, hermanas, para que lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas y esclava suya, mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir; pues lo que hiciereis en este caso, hacéis más por vos que por ellas, poniendo piedras tan firmes, que no se os caiga el castillo.

9. Torno a decir, que para esto es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea sólo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece, descrece; porque el amor tengo por imposible contentarse de estar en un ser, adonde le hay.

12. Esto quiero yo, mis hermanas, que procuremos alcanzar, y no para gozar, sino para tener estas fuerzas para servir: deseemos y nos ocupemos en la oración; no queramos ir por camino no andado, que nos perderemos al mejor tiempo; y sería bien nuevo pensar tener estas mercedes de Dios por otro que el que El fue y han ido todos sus santos; no nos pase por pensamiento; creedme, que Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer. ¿Cómo se lo diera María, sentada siempre a sus pies, si su
hermana no le ayudara? Su manjar es que de todas las maneras que pudiéremos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben.

15.En fin, hermanas mías, con lo que concluyo es, que no hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen; y como hagamos lo que pudiéremos, hará Su Majestad que vayamos pudiendo cada día más y más, como no nos cansemos luego, sino que lo poco que dura esta vida -y quizá será más poco de lo que cada una piensa interior y exteriormente ofrezcamos al Señor el sacrificio que pudiéremos, que Su Majestad le juntará con el que hizo en la cruz por nosotras al Padre, para que tenga el valor que nuestra voluntad hubiere merecido, aunque sean pequeñas las obras.

Por el gran deseo que tengo de ser alguna parte para ayudaros a servir a este mi Dios y Señor, os pido que en mi nombre, cada vez que leyereis aquí, alabéis mucho a Su Majestad.

Mª Rosa Bonilla