¿Qué es eso del “propósito de enmienda”, del “dolor de corazón” y de la “reparación”? 

Con el santo, sabio y explícito propósito de urgir la profunda reforma de la Sagrada Liturgia demandada en la actualidad en la Iglesia, como necesaria por lo que respecta también al Sacramento de la Penitencia -confesión oral-, no resultarán ociosas reflexiones como las siguientes:

. Teólogos y teólogas, sin escatimar argumentos de procedencia no sólo bíblica y patrística, sino antropológica en general, y en consonancia con las más modernas conquistas y reconquistas en la diversidad de sus áreas y competencias, se afanarán por descubrir y definir el pecado como tal objeto del aludido sacramento.

. No todas las definiciones al uso, al igual que la intitulación de “pecadores” para los /as penitentes, candidatos a los confesionarios, son mínimamente aceptables a la luz de la fe y, en ocasiones, del sentido común.

. Hay pecados registrados en los manuales “oficiales -catequísticos- con toda clase de anatemas y descalificaciones, graves o leves, según, que no son pecados, pudiendo alcanzar algunos de ellos la categoría de virtudes.

. Lo de materia grave o leve, con sus sanciones casi “dogmáticas” de las llamas eternas del infierno, difícilmente cohonestan con la idea de Dios, por poco cristiana que se nos presente y evangelice.

. La identificación preferente, y aún exclusiva, en la confesión de pecado, con infracciones relativas a actos religiosos y de culto, con sus ceremonias, ritos y “mandamientos de la Iglesia”, y no con los de “la Ley de Dios” y su dimensión social en perjuicio de la colectividad -Común Unión- eclesial, desacraliza esencialmente el acto y el gesto de la confesión.

. El lenguaje empleado en los confesonarios, tanto en las preguntas como en las respuestas, está indefectiblemente condenado a la falta de entendimiento entre el confesor y el -la- penitente/a. En los confesonarios sobran preguntas. Todo lo que roce los linderos de la intimidad personal, no es materia propia de este sacramento. Quien tendría que confesarse – y arrepentirse- de ello, habría de ser el propio confesor.

. Más que “sacrílegas”, son muchas las confesiones inútiles, y poco o nada prácticas para recorrer el camino de la conversión. ¿Qué es eso del “propósito de enmienda”, del “dolor de corazón” y de la “reparación”, inherentes al propio sacramento?

¿Qué cristiano puede creerse hoy que el rezo de un rosario, de unas “Ave María” u otras oraciones, y la donación de una limosna, van a reparar los daños morales y aún económicos graves o leves que hayan podido provocar determinados bulos, invenciones, críticas o murmuraciones, carentes de veracidad y sobra de malas intenciones? ¿Qué decir de los corruptos, “católicos, apostólicos y también romanos?

La imposición de la “`penitencia” al recibir la absolución sacramental está falta de imaginación. Reducirla a recitar oraciones o efectuar promesas devotas que multipliquen las misas y las procesiones, y aún los ayunos y abstinencias, no es efectivo. Las “penitencias” habrán de afectar y reflejarse preferentemente en la cuenta corriente bancaria y en la disponibilidad de sonreír y de ser simpático, amable y respetuoso con los otros, con reducir sistemáticamente la velocidad al volante de los coches, con ser fieles cumplidores e intérpretes de las exigencias implícitas a las vocales y consonantes de las siglas del IBI, del IVA, de la ITV y de otras similares…

. El diseño de los artilugios llamados “confesionarios”, y su ubicación y distribución por las capillas de los templos, con profusión de los mismos, y “colas” adjuntas, no es de recibo ni espiritual ni material. Son rechazables el equipo de las rejas, rejillas y telas moradas con las que se intentan “defender” a confesores y a penitentes/as. En tales receptáculos no es posible impartir el perdón. Son de por sí recusables. Están de más en los templos y lugares adyacentes. Nadie podría imaginarse a Jesús impartiendo el perdón de semejante y rara manera…

. Una buena campaña contra estos confesionarios –jaulas, ex ataúdes y atalayas de vigilancia-, y el uso ascético y pastoral de ellos, se hará “comunitarizando” aún más el pecado. Desgajarlo del contexto de la comunidad a la que se pertenece, aminoraría elementos de solidaridad, concordia y colaboración para la edificación de la Iglesia.

Lo relativo a la “dirección espiritual” es otro “cantar” que merece capítulo aparte en el esquema-organigrama de la evangelización y de la pastoral “selecta” dentro de la Iglesia, con mención singular para algunos de sus movimientos más representativos en la misma. Su propia terminología es parte del verbalismo y de la altisonante palabrería que configura la relación consigo mismo /a, entre sí y con Dios. 

. Es deseable que lo antes posible se le vuelva a conferir pleno valor sacramental al “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa” del principio de las misas y, ya purificados, nadie se prive de recibir la Sagrada Comunión en la misma. Es imprescindible creer asimismo, que el pecado es ofensa a Dios, sobre todo cuando es ofensa a los hermanos en los que se encarna y concreta todo lo divino del universo. Liberar a muchos católicos de la cruz de los confesonarios, contribuirá a hacer menos pecadora a la Iglesia, integrando en ella lo mejor de la Sagrada Liturgia…