Galileos, ¿qué hacéis aquí mirando al cielo?

Hch 1,11

ANTES QUE MORIR, HAY QUE VIVIR.

La Jerusalén celestial, la futura Patria prometida, nuestra futura resurrección, la vida eterna, el Cristo de la fe, el Padre que está en los cielos y toda la amplísima literatura que a veces mística, o a veces pseudo invadió, desde el principio, la espiritualidad cristiana, se tradujo en monasterios y en una huida a bosques. Un efecto secundario maligno fue arrancar a los grupos cristianos de la realidad grosera y polvorienta del día a día.

Pero con esa realidad grosera y polvorienta se fabrican santos y mártires. No existe otra materia prima. Los imponentes órganos con chorros sonoros, los inciensos, los ritos y los ornamentos bordados en oro, no cabe duda de que nos podrían conducir a la Jerusalén celestial, pero difícilmente al reino del Padre del que predicaba Jesús de Nazaret. Al Padre no se llega huyendo de la tierra ni del polvo de sus caminos.

El Cristo de la fe ya no tiene fe, ni esperanza. “Está sentado a la derecha de Dios y coopera confirmando el mensaje de los suyos con las señales que les acompañan” Mc 16, 20

No podemos imitar al Cristo de la fe. Es a Jesús de Nazaret al único que podemos estudiar, imitar y seguir.

Luis Alemán Mur