24º del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Marcos 8,27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»

«¿Quién dice la gente que soy yo?». ¿Sabía Jesús quién era Él? Podemos dudarlo, sencillamente porque su misión se fue concretando a base de pequeños triunfos y fracasos en busca del reino de su Padre. Jesús no nació hecho. Se fue haciendo. Y este hacerse es quizá uno de los aspectos más bellos a descubrir en los evangelios.

“Tú eres el Mesías”. El Mesías era una promesa del Antiguo Testamento. Ante tantos fracasos y crisis de los israelitas, los profetas sembraron de esperanzas la historia del viejo pueblo de Israel. A excepción del reino del rey David, la historia de Israel necesitó siempre una promesa de un futuro glorioso para no hundirse del todo. Un sueño de un líder político que triunfaría sobre los enemigos La esperanza en Iahvé se materializaba en el mesías futuro, el elegido por Dios que haría triunfar a Israel. El Bautista y Jesús tenían otra idea distinta del Mesías de Iahvé.

Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.». Sin tener que acudir a presuntas sabidurías divinas, no era difícil intuir para Jesús, que su misión acabaría mal, sobre todo después de conocer lo ocurrido con el Bautista. Jesús sí sabía que ancianos, sumos sacerdotes y escribas dominaban el núcleo del poder. Y ninguno iba a aceptar su plan. El añadido de “ser ejecutado y resucitar a los tres días” el evangelista pudo concretarlo al escribir el evangelio, conocedor, como era, del final de la historia.

Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Nadie, y menos Pedro, podía interponerse entre Dios y Jesús. El mesías de los hombres no es igual al Mesías de Dios. Quien quiera seguirle, tendrá que seguir los pasos y el camino de Jesús. No es la cruz, sino ser como Jesús. Aunque haya que coger una cruz. ¡Difícil de entender para Pedro y cualquiera!

Luis Alemán Mur