RAHOLA-DIOS

Bien, querida Pilar: no seré yo quien rompa esa tradición de nuestros intercambios. “Brillantes” decías tú. Quizá no tanto pero sí cariñosos. Y vamos a tu columna del pasado jueves santo, que oscilaba entre dos dioses: el “Dios de luz” y el del miedo.

1.– Yo no identificaría al primero con la razón porque cada día me sorprendo más de lo capaces que somos los humanos de poner esa joya de nuestra razón al servicio de las causas más irracionales (corrigiendo a Aristóteles, el hombre no me parece un “animal racional” sino un animal que racionaliza sus pulsiones). Quizá por eso Platón prefirió hablar del Dios de la belleza.

Pero ciertamente, el problema de la identidad de Dios es aún más serio e importante que el de su existencia. La obsesión de la Biblia contra la idolatría significa que creer en un dios falso o creer falsamente en Dios, es peor que no creer en Dios.

2.- El Dios del miedo evoca un verso de Lucrecio en su obra De rerum natura: el miedo creó a los dioses (“timor fecit deos”). Cuando el miedo nos hace creer en algún salvador nos aferramos a él hasta dejar de ser nosotros
y quizás ahogarnos con él. Pero hay otra fe resumible en la frase: la bondad encontró a Dios. Ahora ya no se trata de crearlo sino de descubrirlo.

Cuando descubres la Bondad con mayúscula, la primera consecuencia es que te desarma y ya no puedes agredir ni menos matar en nombre de Dios; ni podemos herir a nadie en nombre de nuestros diosecitos. La monstruosidad del estado islámico, de Boko-Haram (y, por honestidad, añadamos también: de la inquisición medieval) blasfema por sí misma contra el Dios al que dice defender. Jesús, en cambio, enseña: “amad a vuestros enemigos para que seáis hijos de vuestro Padre”. Y, según los evangelios, hay dos conductas que ponen fuera de sí a Jesús: oprimir al ser humano en nombre del dinero (el máximo enemigo de Dios, según Jesús), y oprimirlo en nombre de Dios: ese modo de ver le costó la acusación de blasfemo.

Por eso comparto contigo lo que tú decías casi como objeción contra la fe: “¿y si la trascendencia espiritual es un camino bifurcado que tanto puede llevar a la iluminación como al fanatismo?” Pues sí, querida Pilar: lo es. La Biblia expresa eso mismo diciendo que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza (“trascendencia espiritual“). Pero añade que esa imagen quiso ser igual a Dios, con lo que se destruyó a sí misma (“fanatismo”).

Desde entonces esa nuestra trascendencia espiritual lleva un virus mortífero que obliga a cuantos decimos creer en Dios a proceder con exquisito cuidado. Tanto que no me asusta decirte que creer en Dios es como llevar un explosivo en la mano: servirá para sacar de una cantera valiosas esquirlas del mejor mármol; pero será fatal si lo llevas descuidadamente y te estalla en las manos.

Ya hacia el siglo XVI los teólogos acuñaron la expresión “rabia teológica” (rabies theologica en latín), y decían que era la peor de todas las antipatías. De ella existen ejemplos hoy, a veces incluso en autoridades eclesiásticas. Y otras en algunas rabias idolátricas.

3.– Acabemos en la frase con que concluías tú la columna citada del pasado 2 de abril:“al fin y al cabo, dudar sobre Dios es una forma de honrarlo”. Sí y no: depende de si dudar de Dios se identifica con dudar de la bondad.

Como intenté decirte el día en que hablamos en el local de CVX, hay una duda que sólo es huida cómoda (la de Pilatos), o desconfianza, como la de santo Tomás. Pero hay otra duda respetuosa que es la de quien sabe que él no merece aquello y por eso se pregunta “si será verdad tanta belleza”.

Al revés de Pilatos, esta otra duda acaba siendo apasionadamente respetuosa. En conclusión: el problema de Dios no consiste en afirmar o negar algo exterior a nosotros, sino en afirmar o rechazar la batalla por sacar siempre lo mejor de nosotros mismos. Si me dejas decírtelo, creo que en tu columna del pasado 17 de junio contra Teresa Forcades, faltaste al respeto y sacaste lo peor de ti. No te lo diría si no estuviese convencido de que todos tenemos nuestro lado peor y nuestro lado mejor y que, ante el Dios cristiano, las personas nos la jugamos no en si le afirmamos o negamos, sino en si sacamos eso mejor de nosotros, sobre todo frente a todas las víctimas y necesitados de esta tierra cruel.

Por eso tú y yo podemos seguir hablando fraternalmente de Dios, aunque disintamos en otras cosas: porque en la atracción de la Bondad, todas la personas podemos coincidir. De Dios no podemos decir nada, por válido que sea, que no contenga más mentira que verdad: eso enseñó el IV Concilio de Letrán. Sólo podemos saber que estamos ante un Misterio, enormemente sobrecogedor y enormemente acogedor. La fe en esa inmensa acogida es fuente de libertad, de radicalidad social, de paz y de sentido. Pero esa fe puede tenerla todo aquel que, aunque crea no creer en Dios, se decide seriamente a creer en la Bondad y el Amor. Un abrazo.

José Ignacio González Faus, sj.