La semana pasada terminamos el comentario de los capítulos que tratan de la oración del libro Camino de Perfección, centrándose en el comentario del Padrenuestro. Teresa nos propone un camino sencillo y al alcance de todos.

Con frecuencia se compara la mística de las distintas religiones porque tienden a la interiorización, a la iluminación, a la experiencia de lo trascendente. Y así es, sin embargo hay diferencias y Teresa propone un camino hacia una mística acompañada. No se trata del bienestar personal, la armonía, el equilibrio, el autocontrol, etc. de la propia persona, el camino de la oración cristiana en la experiencia teresiana parte de una relación de amistad, del descubrimiento de alguien que nos habita y quiere dialogar con nosotros y llega a la experiencia del encuentro personal con el Resucitado. Se trata por tanto de una presencia, de un trato, de una persona concreta: Jesús.

Y esta experiencia de Teresa es como la experiencia de San Pablo y del resto de discípulos que nos cuentan los Hechos de los Apóstoles, se trata de dejarse transformar por el Espíritu Santo y vivir esa vida en el Espíritu donde el mandamiento es el amor. Pero no un amor espiritualizado que no es real, sino un amor concreto a cada ser humano, a cada persona con la que me encuentro por mucho o poco tiempo. Es vivir para los demás, vivir desde la entrega con una actitud diferente. Se aprende a escuchar, primero a uno mismo, luego a Dios y desde el seguimiento de Jesús de Nazaret se descubre al otro, se le acoge, escucha y sirve.

Por eso la mística de la contemplación cristiana no es abstraerse en el propio mundo, ni trascender hacia otro nivel espiritual más elevado. Se trata de un descenso a las realidades humanas, tocar al pobre, enfermo, a los que están muertos para crear vida a nuestro alrededor.

Se trata de ser felices, vivir con una alegría contagiosa, ayudar a sanar heridas, vivir en paz, serenos, confiados y con esperanza. Eso es lo que hizo el de Nazaret: Jesús pasó haciendo el bien a todos, y eso hace el que se encuentra con él y le sigue. La humanidad de Cristo enseñó a Teresa el servicio, así concluye el libro de Camino de Perfección: “sed afables, agradar y contentar”, y así acabarán las séptimas Moradas:mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir”.

Esto rompe los esquemas preconcebidos y nos descoloca. Aquí empieza a construir el Espíritu Santo la nueva persona.

Textos para la lectura.

EXCLAMACIONES DEL ALMA A DIOS 2. Muchas veces, Señor mío, considero que si con algo se puede sustentar el vivir sin Vos, es en la soledad, porque descansa el alma con su descanso, puesto que, como no se goza con entera libertad, muchas veces se dobla el tormento; mas el que da el haber de tratar con las criaturas y dejar de entender el alma a solas con su Criador, hace tenerle por deleite. Mas ¿qué es esto, mi Dios, que el descanso cansa al alma que sólo pretende contentaros? ¡Oh, amor poderoso de Dios, cuán diferentes son tus efectos del amor del mundo! Este no quiere compañía por parecerle que le han de quitar de lo que posee; el de mi Dios mientras más amadores entiende que hay, más crece, y así sus gozos se templan en ver que no gozan todos de aquel bien. ¡Oh Bien mío, que esto hace, que en los mayores regalos y contentos que se tienen con Vos, lastima la memoria de los muchos que hay que no quieren estos contentos, y de los que para siempre los han de perder! Y así el alma busca medios para buscar compañía, y de buena gana deja su gozo cuando piensa será alguna parte para que otros le procuren gozar.

2. Mas, Padre celestial mío, ¿no valdría más dejar estos deseos para cuando esté el alma con menos regalos vuestros y ahora emplearse toda en gozaros? ¡Oh Jesús mío!, cuán grande es el amor que tenéis a los hijos de los hombres, que el mayor servicio que se os puede hacer es dejaros a Vos por su amor y ganancia y entonces sois poseído más enteramente; porque aunque no se satisface tanto en gozar la voluntad, el alma se goza de que os contenta a Vos y ve que los gozos de la tierra son inciertos, aunque parezcan dados de Vos, mientras vivimos en esta mortalidad, si no van acompañados con el amor del prójimo. Quien no le amare, no os ama, Señor mío; pues con tanta sangre vemos mostrado el amor tan grande que tenéis a los hijos de Adán.

CAPÍTULO 4 1. Parece, Señor mío, que descansa mi alma considerando el gozo que tendrá, si por vuestra misericordia le fuere concedido gozar de
Vos. Mas querría primero serviros, pues ha de gozar de lo que Vos, sirviéndola a ella, le ganasteis. ¿Qué haré, Señor mío? ¿Qué haré, mi Dios? ¡Oh, qué tarde se han encendido mis deseos y qué temprano andabais Vos Señor, granjeando y llamando para que toda me emplease en Vos! ¿Por ventura, Señor, desamparasteis al miserable, o apartasteis al pobre mendigo cuando se quiere llegar a Vos? ¿Por ventura Señor, tienen término vuestras grandezas o vuestras magnificas obras? ¡Oh Dios mío y misericordia mía!, ¡y cómo las podréis mostrar ahora en vuestra sierva! Poderoso sois, gran Dios. Ahora se podrá entender si mi alma se entiende a sí mirando el tiempo que ha perdido y cómo en un punto podéis Vos, Señor que le torne a ganar. Paréceme que desatino, pues el tiempo perdido suelen decir que no se puede tornar a cobrar. ¡Bendito sea mi Dios!

2. ¡Oh Señor!, confieso vuestro gran poder. Si sois poderoso, como lo sois, ¿qué hay imposible al que todo lo puede? Quered Vos, Señor mío, quered, que aunque soy miserable, firmemente creo que podéis lo que queréis, y mientras mayores maravillas oigo vuestras y considero que podéis hacer más, más se fortalece mi fe y con mayor determinación creo que lo haréis Vos. ¿Y qué hay que maravillar de lo que hace el Todopoderoso? Bien sabéis Vos, mi Dios, que entre todas mis miserias nunca dejé de conocer vuestro gran poder y misericordia. Válgame, Señor, esto en que no os he ofendido.

CAPITULO 5 2. Acuérdome algunas veces de la queja de aquella santa mujer, Marta, que no sólo se quejaba de su hermana, antes tengo por cierto que su mayor sentimiento era pareciéndole no os dolíais Vos, Señor, del trabajo que ella pasaba, ni se os daba nada que ella estuviese con Vos. Por ventura le pareció no era tanto el amor que la teníais como a su hermana; que esto le debía hacer mayor sentimiento que el servir a quien ella tenía tan gran amor, que éste hace tener por descanso el trabajo. Y parécese en no decir nada a su hermana, antes con toda su queja fue a Vos, Señor, que el amor la hizo atrever a decir que cómo no teníais cuidado. Y aun en la respuesta parece ser y proceder la demanda de lo que digo; que sólo amor es el que da valor a todas las cosas; y que sea tan grande que ninguna le estorbe a amar, es lo más necesario. Mas ¿cómo le podremos tener, Dios mío, conforme a lo que merece el amado, si el que Vos me tenéis no le junta consigo? ¿Quejaréme con esta santa mujer? ¡Oh, que no tengo ninguna razón, porque siempre he visto en mi Dios harto mayores y más crecidas muestras de amor de lo que yo he sabido pedir ni desear!

CAPÍTULO 8 2. Decís Vos: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que yo os consolaré. ¿Qué más queremos, Señor? ¿Qué pedimos?
¿Qué buscamos? ¿Por qué están los del mundo perdidos, sino por buscar descanso? ¡Válgame Dios, oh, válgame Dios! ¿Qué es esto, Señor? ¡Oh, qué lástima! ¡Oh, qué gran ceguedad, que lebusquemos en lo que es imposible hallarle! Habed piedad, Criador, de estas vuestras criaturas. Mirad que no nos entendemos, ni sabemos lo que deseamos, ni atinamos lo que pedimos. Dadnos, Señor, luz; mirad que es más menester que al ciego que lo era de su nacimiento, que éste deseaba ver la luz y no podía. Ahora, Señor, no se quiere ver. ¡Oh, qué mal tan incurable! Aquí, Dios mío, se ha de mostrar vuestro poder, aquí vuestra misericordia.

3. ¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío, que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad! Vos decís, Señor mío, que venís a buscar los pecadores; éstos, Señor, son los verdaderos pecadores. No miréis nuestra ceguedad, mi Dios, sino a la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por nosotros. Resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad, Señor, que somos hechura vuestra. Válganos vuestra bondad y misericordia.

Mª Rosa Bonilla.