Veíamos en el capítulo anterior que la verdadera oración deja unas claras señales: humildad y verdad, amor y temor de Dios. La persona que realmente se ha dejado transformar por el Espíritu Santo tiene un talante diferente, señorea el mundo y lo tiene bajo sus pies, es libre, afable, alegre, serena, pacífica. Hoy diríamos que es una persona unificada, armónica, de pensamiento y perspectiva holística; por eso es de trato agradable, no repele, sino que por su capacidad de escuchar y acoger al otro crea fácilmente relaciones y amistades.

¿Corresponde esta descripción con la imagen de la persona espiritual?

Aquí ha habido y aun hay, demasiada confusión, la experiencia de Teresa fue clara, ella sufrió las más duras críticas porque se le calificaba como mujer santa, orante, espiritual y sin embargo la veían reír, cantar, hablar, tener amistades innumerables, rodearse de la nobleza, viajar, fundar conventos, hacer tratos con los comerciantes judíos, escribirle al rey Felipe II, tener varios confesores, dirigir una orden de frailes y monjas y un largo etc. de actividades.

Por eso se ganó el insulto de “inquieta y andariega”, que después vino a convertirse en una conocida frase con la que describir su personalidad y alabarla. Pero fue un insulto de parte del Nuncio Sega en 1578: “Fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz” ¿Por qué? Simplemente porque no encajaba en la idea de monja contemplativa, “fuga mundi”, decían, clausura rigurosa para tratar con Dios.

Una gran equivocación. La oración no conduce a alejarse de la realidad de este mundo que a cada uno nos toca, sino que es para insertarse más profundamente en él, hasta enfangarse con las necesidades más bajas del ser humano. La experiencia de Teresa es un encuentro personal con Cristo, su Maestro, su Señor, su Dechado del que todo lo aprende y Cristo vino a ponerse a los pies del hombre, hacer la función del esclavo que lava los pies y luego dar la vida para que tengamos vida.

Cristo comía con publicanos y pecadoras, se rodeaba de las multitudes y se dejaba tocar por ellas. Sanaba, hablaba, tocaba la realidad humana. Así hemos de ser quienes entrando en nuestro interior, conociéndole a él y a nosotros queremos seguirle. Ese es el verdadero contemplativo, el que sabe amar en el servicio concreto y real de cada día, procurando hacer más agradable la vida a todos cuanto le rodean. Se trata de disfrutar de la vida, gozarla, vivirla en plenitud sin miedo a ser feliz.

Esta es la humanidad de Cristo que tanto defendió Teresa. La de aquel Jesús de Nazaret de la que nos habla el evangelio y que sigue siendo tan desconocido. Y la oración que encierra en sí todo el proceso espiritual es el Padrenuestro, tan sencillo y tan breve que nos olvidamos de él. Si lo tenemos tan a nuestro alcance ¿por qué no emprender el camino y buscamos otros más difíciles y complicados?

Textos para la lectura

C 41 7. Así que, hermanas, todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios procurad ser afables y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A religiosas importa mucho esto: mientras más santas, más conversables con sus hermanas, y que aunque sintáis mucha pena si no van sus pláticas todas como vos las querríais hablar, nunca os extrañéis de ellas, si queréis aprovechar y ser amada. Que es lo que mucho hemos de procurar: ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos, en especial a nuestras hermanas.

C 41 8. Así que, hijas mías, procurad entender de Dios en verdad que no mira a tantas menudencias como vosotras pensáis, y no dejéis que se os encoja el ánima y el ánimo, que se podrán perder muchos bienes. La intención recta, la voluntad determinada, como tengo dicho, de no ofender a Dios. No dejéis arrinconar vuestra alma, que en lugar de procurar santidad sacará muchas imperfecciones.

C 41 9. Veis aquí cómo con estas dos cosas -amor y temor de Dios podemos ir por este camino sosegados y quietos, aunque, como el temor ha de ir siempre delante, no descuidados; que esta seguridad no la hemos de tener mientras vivimos, porque sería gran peligro. Y así lo entendió nuestro Enseñador cuando en el fin de esta oración dice a su Padre estas palabras, como quien entendió bien eran menester.

C 42 1. Paréceme tiene razón el buen Jesús de pedir esto para Sí porque ya vemos cuán cansado estaba de esta vida cuando dijo en la cena a sus Apóstoles: «Con deseo he deseado cenar con vosotros», que era la postrera cena de su vida. Adonde se ve cuán cansado debía ya estar de vivir. A la verdad, no la pasamos tan mal ni con tantos trabajos como Su Majestad la pasó, ni tan pobremente. ¿Qué fue toda su vida sino una continua muerte, siempre trayendo la que le habían de dar tan cruel delante de los ojos? Y esto era lo menos; mas ¡tantas ofensas como se hacían a su Padre y tanta multitud de almas como se perdían! Pues si acá una que tenga caridad le es esto gran tormento, ¿qué sería en la caridad sin tasa ni medida de este Señor? Y ¡qué gran razón tenía de suplicar al Padre que le librase ya de tantos males y trabajos y le pusiese en descanso para siempre en su reino, pues era verdadero heredero de él!

C 42 2. ¡Oh Señor y Dios mío, libradme ya de todo mal, y sed servido de llevarme adonde están todos los bienes! ¿Qué esperan ya aquí a los que Vos habéis dado algún conocimiento de lo que es el mundo y los que tienen viva fe de lo que el Padre Eterno les tiene guardado?

C 42 3. El pedir esto con deseo grande y toda determinación es un gran efecto para los contemplativos de que las mercedes que en la oración reciben son de Dios. Así que los que lo fueren, ténganlo en mucho.

C 42 4. ¡Oh, cuán otra vida debe ser ésta para no desear la muerte! ¡Cuán diferentemente se inclina nuestra voluntad a lo que es la voluntad de Dios! Ella quiere queramos la verdad, nosotros queremos la mentira; quiere que queramos lo eterno, acá nos inclinamos a lo que se acaba; quiere queramos cosas grandes y subidas, acá queremos bajas y de tierra; querría quisiésemos sólo lo seguro, acá amamos lo dudoso: que es burla, hijas mías, sino suplicar a Dios nos libre de estos peligros para siempre y nos saque ya de todo mal. Y aunque no sea nuestro deseo con perfección, esforcémonos a pedir la petición. ¿Qué nos cuesta pedir mucho, pues pedimos a poderoso? Mas, por que más acertemos, dejemos a su voluntad el dar, pues ya le tenemos dada la nuestra. Y sea para siempre santificado su nombre en los cielos y en la tierra, y en mí sea siempre hecha su voluntad. Amén

C 42 5. Ahora mirad, hermanas, cómo el Señor me ha quitado de trabajo enseñando a vosotras y a mí el camino que comencé a deciros, dándome a entender lo mucho que pedimos cuando decimos esta oración evangelical. Sea bendito por siempre, que es cierto que jamás vino a mi pensamiento que había tan grandes secretos en ella, que ya habéis visto encierra en sí todo el camino espiritual, desde el principio hasta engolfar Dios el alma y darla abundosamente a beber de la fuente de agua viva que dije estaba al fin del camino. Parece nos ha querido el Señor dar a entender, hermanas, la gran consolación que está aquí encerrada, y es gran provecho para las personas que no saben leer. Si lo entendiesen, por esta oración podían sacar mucha doctrina y consolarse en ella.

C 42 6. Pues deprendamos, hermanas, de la humildad con que nos enseña este nuestro buen Maestro, y suplicadle me perdone, que me he atrevido a hablar en cosas tan altas. Bien sabe Su Majestad que mi entendimiento no es capaz para ello, si El no me enseñara lo que he dicho. Agradecédselo vosotras, hermanas, que debe haberlo hecho por la humildad con que me lo pedisteis y quisisteis ser enseñadas de cosa tan miserable.

Bendito sea y alabado el Señor, de donde nos viene todo el bien que hablamos y pensamos y hacemos. Amén.

FIN DEL CAMINO DE PERFECCIÓN.

Mª Rosa Bonilla