
SEÑALES QUE PARECE LOS CIEGOS LAS VEN
En todo este camino de oración y de conocimiento propio pueden surgir las dudas sobre qué estamos haciendo, si es todo un autoengaño o pérdida de tiempo. Surgen dudas, pero no hay que tener miedo, ni dejar arrinconar el alma. Teresa dice que “hay una señales que parece los ciegos las ven”. La oración no se muestra en los rincones, sino en medio de las ocasiones de cada día. En nuestra actitud ante la vida y en ante los demás. Quien es libre no camina encogido.
Es lo básico de nuestra fe cristiana, el amor que se traduce en servicio concreto, ahí se muestra el grado de intensidad y verdad de la oración. Ahí no hay engaños de falso misticismo, éxtasis que alejan de este mundo. Se ponen los pies en la tierra y se trabaja con quienes más lo necesitan. Damos porque hemos recibido y sólo así se multiplica, es la seguridad de no engañarnos. La verdad nos hace libres, confiados en quien guía nuestros pasos por ese amor siempre hacia el otro.
La base de Teresa es siempre la misma: “andando con humildad, procurando saber la verdad”. Estas son sus claves: humildad que destierra “los demonios” de egoísmo, envidias y contiendas. Y la verdad que ilumina, porque el fruto de la contemplación es el amor y en él no puede haber engaño. Sobre estos ejes gira su discurso y todas las explicaciones sobre lo que es su experiencia de oración y la nuestra. Por eso insistimos sobre ellas, “sus demonios” todo egoísmo, hipocresía, envidia o violencia que aleja de estos ejes en los que se asienta la vida.
Esto se traduce en una persona alegre y serena, sin turbaciones, sin encogimientos, sin amarguras. Ese señorear el mundo del que nos hablaba Teresa. Y ella se desnuda con su propia experiencia y recuerda cuantas veces le hicieron dudar sus confesores de que los dones que tenia no eran de Dios, sino engaños ¿por qué no podemos creer en la misericordia que da sin que se merezca? Hay que aprender a recibir y acoger sin miedo. Porque Dios ha querido “comunicarse con los pecadores” ¿todavía no hemos aprendido a leer el evangelio? Jesús vino a sentarse en medio de los pecadores y comer con ellos. Buscar otro camino es engañarse.
El que ama se comunica libre y con verdad, es una persona serena y confiada, no teme, no anda encogido ni apocado. Tiene grandes deseo y pone alta sus metas. Cuidado con la imagen de la persona de oración, es una persona sana, íntegra, sincera, transparente, llana, honesta… y sobre todo afable, con quien da gusto tratar. No huye la compañía, busca agradar.
Textos para la lectura.
CAPÍTULO 40, 1. Pues, buen Maestro nuestro, dadnos algún remedio cómo vivir sin mucho sobresalto en guerra tan peligrosa. El que podemos tener, hijas, y nos dio Su Majestad es «amor y temor»; que el amor nos hará apresurar los pasos; el temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies para no caer por camino adonde hay tanto en que tropezar como caminamos todos los que vivimos. Y con esto a buen seguro que no seamos engañadas.
C 40,2. Diréisme que en qué veréis que tenéis estas dos virtudes tan grandes. Y tenéis razón, porque cosa muy cierta y determinada no la puede haber; porque siéndolo de que tenemos amor, lo estaremos de que estamos en gracia. Mas mirad, hermanas: hay unas señales que parece los ciegos las ven; no están secretas; aunque no queráis entenderlas, ellas dan voces que hacen mucho ruido, porque no son muchos los que con perfección las tienen, y así se señalan más. ¡Como quien no dice nada: amor y temor de Dios! Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios.
C 40, 3. Quien de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden. No aman sino verdades y cosa que sea digna de amar. ¿Pensáis que es posible quien muy de veras ama a Dios amar vanidades? Ni puede, ni riquezas, ni cosas del mundo, de deleites, ni honras; ni tiene contiendas ni envidias. Todo porque no pretende otra cosa sino contentar al Amado. Andan muriendo porque los ame, y así ponen la vida en entender cómo le agradarán más. ¿Esconderse? -¡Oh, que el amor de Dios, si de veras es amor, es imposible! Si no, mirad un San Pablo, una Magdalena: en tres días el uno comenzó a entenderse que estaba enfermo de amor; éste fue San Pablo. La Magdalena desde el primer día, ¡y cuán bien entendido! Que esto tiene, que hay más o menos; y así se da a entender como la fuerza que tiene el amor: si es poco, dase a entender poco; y si es mucho, mucho; mas poco o mucho, como haya amor de Dios, siempre se entiende.
C 40, 4. Mas de lo que ahora tratamos más, que es de los engaños e ilusiones que hace el demonio a los contemplativos, no hay poco; siempre es el amor mucho -o ellos no serán contemplativos-, y así se da a entender mucho y de muchas maneras. Es fuego grande, no puede sino dar gran resplandor. Y si esto no hay, anden con gran recelo, crean que tienen bien que temer, procuren entender qué es, hagan oraciones, anden con humildad y supliquen al Señor no los traiga en tentación; que, cierto, a no haber esta señal, yo temo que andamos en ella. Mas andando con humildad, procurando saber la verdad, sujetas al confesor y tratando con él con verdad y llaneza, que, -como está dicho-, con lo que el demonio os pensare dar la muerte os da la vida, aunque más cocos e ilusiones os quiera hacer.
C 40 5. Mas si sentís este amor de Dios que tengo dicho y el temor que ahora diré, andad alegres y quietas, que por haceros turbar el alma para que no goce tan grandes bienes, os pondrá el demonio mil temores falsos y hará que otros os los pongan. Porque ya que no puede ganaros, al menos procura hacernos algo perder, y que pierdan los que pudieran ganar mucho creyendo son de Dios las mercedes que hace tan grandes a una criatura tan ruin, y que es posible hacerlas, que parece algunas veces tenemos olvidadas sus misericordias antiguas.
C 40 6. ¿Pensáis que le importa poco al demonio poner estos temores? – No, sino mucho, porque hace dos daños: el uno, que atemoriza a los que lo oyen de llegarse a la oración, pensando han también de ser engañados. El otro, que se llegarían muchos más a Dios, viendo que es tan bueno -como he dicho-, que es posible comunicarse ahora tanto con los pecadores. Póneles codicia -y tienen razón- que yo conozco algunas personas que esto los animó y comenzaron oración, y en poco tiempo salieron verdaderos, haciéndolos el Señor grandes mercedes.
C 40, 7. Así que, hermanas, cuando entre vosotras viereis hay alguna que el Señor las haga, alabad mucho al Señor por ello, y no por eso penséis está segura, antes la ayudad con más oración; porque nadie lo puede estar mientras vive y anda engolfado en los peligros de este mar tempestuoso. Así que no dejaréis de entender este amor adonde está, ni sé cómo se pueda encubrir. Pues si amamos acá a las criaturas, dicen ser imposible y que mientras más hacen por encubrirlo, más se descubre, siendo cosa tan baja que no merece nombre de amor, porque se funda en nonada; ¿y habíase de poder encubrir un amor tan fuerte, tan justo, que siempre va creciendo, que no ve cosa para dejar de amar, fundado sobre tal cimiento como es ser pagado con otro amor, que ya no puede dudar de él por estar mostrado tan al descubierto, con tan grandes dolores y trabajos y derramamiento de sangre, hasta perder la vida, porque no nos quedase ninguna duda de este amor? ¡Oh, válgame Dios, qué cosa tan diferente debe ser el un amor del otro a quien lo ha probado!
C 41 1. Mas cuando ya llega el alma a contemplación – que es de lo que más ahora aquí tratamos-, el temor de Dios también anda muy al descubierto, como el amor; no va disimulado, aun en lo exterior. Aunque mucho con aviso se miren estas personas, no las verán andar descuidadas, que por grande que le tengamos a mirarlas, las tiene el Señor de manera que, si gran interés se le ofreciese, no harán de advertencia un pecado venial.
C 414. Mirad, por amor de Dios, hermanas, si queréis ganar este temor de Dios, que va mucho entender cuán grave cosa es ofensa de Dios y tratarlo en vuestros pensamientos muy ordinario, que nos va la vida y mucho más tener arraigada esta virtud en nuestras almas. Y hasta que entendáis muy de veras que le tenéis, es menester andar siempre con mucho mucho cuidado, y apartarnos de todas las ocasiones y compañías que no nos ayuden a llegarnos más a Dios. Tener gran cuenta con todo lo que hacemos, para doblar en ello nuestra voluntad, y cuenta con que lo que hablare vaya con edificación; huir de donde hubiere pláticas que no sean de Dios. Ha menester mucho que en sí quede muy impreso este temor; aunque si de veras hay amor, presto se cobra. Mas en teniendo el alma visto con gran determinación en sí, que -como he dicho- por cosa criada no hará una ofensa de Dios, aunque después se caiga alguna vez, porque somos flacos y no hay que fiar de nosotros; (cuando) más determinados, menos confiados de nuestra parte, que de donde ha de venir la confianza ha de ser de Dios); cuando esto que he dicho entendamos de nosotros, no es menester andar tan encogidos ni apretados, que el Señor nos favorecerá, y ya la costumbre nos será ayuda para no ofenderle; sino andar con una santa libertad, tratando con quien fuere justo y aunque sean distraídas.
C 41 6. Y viene otro daño de aquí, que es juzgar a otros: como no van por vuestro camino, sino con más santidad por aprovechar el prójimo tratan con libertad y sin esos encogimientos, luego os parecerán imperfectos. Si tienen alegría santa, parecerá disolución, en especial en las que no tenemos letras ni sabemos en lo que se puede tratar sin pecado. Es muy peligrosa cosa y un andar en tentación continuo y muy de mala digestión, porque es en perjuicio del prójimo. Y pensar que si no van todos por el modo que vos, encogidamente, no van tan bien, es malísimo. Y hay otro daño: que en algunas cosas que habéis de hablar y es razón habléis, por miedo de no exceder en algo no osaréis sino por ventura decir bien de lo que sería muy bien abominaseis.
Mª Rosa Bonilla