Kike, en la fábrica textil para los discapacitados

Prefecto apostólico de Battambang: “Mi misión es la inclusión de los excluidos”

Kike Figaredo: “La fe en Asia nos enseña a saber ser minoría”

Me llena de orgullo ver a los jóvenes discapacitados resolver los retos de la vida diaria

“Existimos no para quedarnos en nuestra iglesia, sino para dar servicio a la gente afuera”na familia camboyana acogida


(José Manuel Vidal, Battambang).- Kike Figaredo es un jesuita asturiano, prefecto apostólico de Battambang (Camboya) desde 2001. Fiel a este país en el que el catolicismo es como un grano de mostaza, nunca se ha desviado de servir a los últimos. Líder natural y a la vez misionero de la sencillez, ha levantado multitud de proyectos solidarios para sus “mutilados”, las víctimas de las minas antipersona.

Con él hablamos de la silla de ruedas que diseñó, de la belleza de la liturgia camboyana, de un Papa que entusiasma a cualquiera y de un Dios que bendice las periferias -existenciales y geográficas- que trascienden su iglesia. Hablamos, en definitiva, de misericordia.

¿Cuántos años llevas aquí ya?

Voy para 31, aunque he vuelto a España muchas veces, para acabar los estudios. Estoy aquí desde el año 85.

Empezaste en Tailandia.

Yo era residente en Tailandia pero los campos estaban en la frontera, ya en la parte camboyana. Allí estuve tres años, hasta el 88. Ése año vine por primera vez aquí, al interior de Camboya. Después de estar aquí seis meses, volví a España para hacer la Teología en Comillas. Y, como ya estaba destinado aquí, las vacaciones españolas, que son bastante amplias, casi hasta septiembre, desde junio, las pasaba aquí en Camboya, iniciando la misión jesuita. En el año 92, ya ordenado, me volví permanentemente.

Esta misión jesuita en la que estamos está totalmente renovada. Tu predecesor, el obispo anterior, ¿fue un obispo mártir?

Yo llegué aquí después de su asesinato. Él era camboyano y lo mataron en la revolución de Pol Pot. Después de eso, la sede quedó vacante durante mucho tiempo. En el año 91, pudo volver a Camboya el administrador de Battambang, y en el año 2000 me nombraron a mí prefecto apostólico y él pudo descansar de Battambang hasta que se jubiló.

Es una prefectura apostólica comparable en extensión a Andalucía.

Un poco más que Andalucía. Ochenta y dos mil kilómetros cuadrados: más similar a Portugal. Nueve provincias, cinco millones de habitantes. Es una región rural -la gente vive del arroz- y en el centro de ella, el corazón de Camboya es un lago. Da vida a todos esos arrozales y permite la pesca. La prefectura de Battambang es famosa por sus ricos pescados, por su arroz y su templo más destacado, pero también por las minas anti-persona, que es una herencia que nos ha dejado aquí la guerra y que no se ha terminado todavía.

Precisamente empezaste a trabajar en ese campo: eres una personalidad reconocida en todo el mundo por el combate de las minas anti-persona. ¿Sigues en esa lucha?

Sí. En los años ochenta y noventa, incluso en la primera década del 2000, las minas han hecho estragos en la población camboyana. Sobre todo en la más pobre, la del medio rural, así como en el desarrollo del país. Hoy en día, tenemos sólo cinco accidente a la semana, mientras que en los tiempos más crueles, de la posguerra, había veinte accidentes al día.

Eso significa que todavía hoy hay muchos mutilados.

Continuamente tenemos accidentes que, si no matan, dejan malherida a mucha gente. Y, claro, cuando una persona queda mutilada por una mina, la persona está destrozada, pero su entorno también: como esto les sucede siempre a personas sencillas que trabajan en el campo, a su pobreza se le suma una razón de pobreza mayor; un accidente que se lleva un pie, un brazo, los dos pies… y deja a la persona impedida, teniendo sus familiares que cuidar de ella. De alguna manera se rompe la paz en la familia.

Al ver eso, creas una silla de ruedas especial. ¿Cómo fue?

Nosotros teníamos ya un taller de Formación Profesional para los chavales jóvenes que habían pisado minas. Dentro de los talleres para esos chicos discapacitados, diseñamos una silla de ruedas. Hoy sigue dando muchísima ayuda a todo el país, porque ayudar a un discapacitado es ayudar a todos, siendo la que es la realidad. Es una silla de ruedas muy bonita, de madera, con ruedas que se adaptan al medio camboyano y de bajo coste. Es muy fácil, además, poner los recambios, siendo de madera. Es barata por eso. Porque técnicamente es una silla sencilla, nada compleja. Para diseñarla, un grupo de caridad inglés, que se llama Motivation, estuvo un año ayudándonos. Después, ya a partir del diseño, nosotros desarrollamos lo que tenemos ahora.


Pero no son sólo sillas. Ahora es mucho más: trabajo, vivienda… Todo para los discapacitados.

Trabajo por la inclusión de los excluidos. Las personas discapacitadas fácilmente quedan excluidas de la sociedad; primero por vergüenza propia (ellos no se sienten iguales a los demás físicamente) y luego por dificultad (estudiar si son niños, trabajar si son adultos, les cuesta; la vida cotidiana…). Entonces, aquí trabajamos para que estén incluidos activamente en la sociedad. Trabajamos en educación, en formación técnica (enseñanza de oficios) para que las comunidades puedan acogerles, y creando empleo también, o ayudando a pequeñas iniciativas o inventando iniciativas propias. También, cuando tenemos discapacitados que son, por llamarlo de alguna manera, indigentes, para integrarles en lo laboral tenemos que empezar por darles un lugar: tenemos pueblos donde les ofrecemos parcelas, con vivienda y seguridad alimentaria, para que se vayan integrando poco a poco a la comunidad.

La prefectura, por lo que he visto estos días, funciona como una especie de reducción jesuítica paraguaya; y después está el otro polo, que es tu parroquia.

Sí. Intentamos que la sede central de la prefectura sea un lugar de tanta acogida como los centros parroquiales. Irradiar fuerza para fortalecer la vida de estas personas y sus familias. En nuestros lugares de acogida queremos crearles confianza en sí mismo, ya a través de los estudios, de la formación… Para mí es muy importante que en la iglesia de Battambang, en la prefectura o en la parroquia de Tajén no nos cerremos en nosotros mismos: existimos para dar servicio a lo que nos espera afuera, viviendo con muchísimas limitaciones. Hay una interacción muy bonita siempre. El centro no es lo central; lo central es la periferia. La gente que vive en el campo y que tiene derecho a vivir lo mejor posible allí o, si no puede, venir a nuestros centros.

Tienes iniciativas tan novedosas como una fábrica textil en la que trabajan discapacitados.

La idea es tener una fábrica que se mantenga por sí misma -que no cueste- y en la que se puedan integrar personas con discapacidad y sin ella. No es una fábrica para personas discapacitadas: es una fábrica donde trabajan juntas las que tienen una discapacidad y las que supuestamente no tienen ninguna. Creemos que es lo pertinente. Intentamos dar trabajo y que, después de realizarlo, haya una producción que les produzca orgullo sobre todo y también les dé unos ingresos para sus familias. Si después de eso quedan beneficios, que los beneficios reviertan sobre nuestros proyectos sociales. Por ejemplo, tenemos una cafetería donde formamos para el empleo hostelero y, como aquello va muy bien, obtenemos beneficios que van siempre íntegramente a nuestros otros proyectos.


La cafetería está en pleno corazón de la ciudad y en la parte de abajo vendéis ropa.

Esa ropa que vendemos es artesanía producida por nuestros discapacitados. Yo, hoy mismo, he estado en casa de una de las chicas que tienen su máquina de coser y hace carros de ropita que nos manda, mientras sigue estando en el pueblo con su niña o lo que sea.

Ése es otro proyecto, que también vengo de visitar: casitas con una tierra, para que viva una familia… Cuéntanoslo.

El concepto es crear viviendas para familias con el fin de incoporarlas a una comunidad. En un pueblo que está en el campo, a unos kilómetros de la carretera general, hemos comprado unas hectáreas: seis para familias y dos para un centro social. Cada casa tiene una hectárea de tierra. Ahí tienen una casa con todo lo básico: depósitos para el agua, un baño adaptado a sus necesidades y habitaciones muy sencillas pero que acogen a la familia sin problema. El resto de la tierra -el 80% de esa hectárea- es para la producción agrícola. Cercanas a un pueblo mayor, estas viviendas también están cerca del colegio que tenemos, pequeñito y de educación básica. Después, tenemos tierra común: allí se produce para el mantenimiento de la comunidad. Este modelo funciona: lo hemos reproducido ya tres veces. Perseguimos esa sencillez: seguridad alimentaria, construcción de comunidad, dignidad en definitiva. Que los niños puedan crecer con los servicios básicos proporcionados. Como has visto esta mañana, son listos, avispados y valoran lo que se les da.

Son encantadores y guapísimos. Me decías que te sentías especialmente orgulloso porque tres o cuatro de tus primeros niños están ya en el otro lado, el de los que ayudan. Tienen una vida digna y dan clase.

Lo que más llena de satisfacción es pensar que hemos ayudado enseñando a que los unos se ayuden a los otros. Ver que los niños que ayudamos después se convierten en jóvenes y tienen liderazgo a la hora de ayudar a otros. Hoy, donde hemos ido hemos estado con tres chicos, dos de ellos discapacitados, que son líderes ahí en el centro. Son los que resuelven los retos porque, después de veinte años, de niños han pasado a adultos y son responsables. Lideran, ayudan a los demás, ponen todo de su parte; son impresionantes. Puede que en otros sitios se busque tener grandes líderes, pero aquí tenemos al líder de la comunidad, el líder intermedio, cercano a la gente. Muchas veces pensamos que el desarrollo de la gente tiene que ser según el modelo europeo: “el gran desarrollo”. Pero aquí no es eso lo que necesitamos, sino que la gente con pocos medios pueda ser feliz. Es un bienestar más modesto.


¿A cuánta gente pueden estar beneficiando estos proyectos?

Si pensamos en toda la prefectura, estaremos llegando con facilidad desde hace tiempo a unas sesenta mil personas, y entre todas las obras -colegios que hemos construido en otros lugares y a los que seguimos haciendo el seguimiento centros de salud, guarderías, proyectos de desarrollo rural…-, creo que rebasamos las doscientas mil. Es mucho pero, como lo hacemos a base de comunidades pequeñas, se controla mejor. Unos grupos salen a partir de la parroquia que, además de ser un centro de oración, celebra la vida que se está construyendo fuera. La comunidad católica ayuda al pobre. A la gente sencilla que necesita apoyo. Cuando vamos a pueblo remotos, todavía no existe una comunidad, una Iglesia. La comunidad es la gente, su campo, sus sentimientos. Dios está vivo en la gente y, cuando nos hablan, es Dios mismo el que nos está dando las gracias y sonriendo.

Un budista te decía eso: que estaba tan agradecido a vuestra amistad que en otra reencarnación de su vida iba a seguir estando agradecido y en otra vida más lejana, iba a estar feliz de ayudarte…

Es muy bonito. Me dijo que en esta vida era pobre, pero que en otra vida en la que seguiría agradeciendo nuestro apoyo y quizá podría ayudarme, esperaba verme.

Precioso. Eres el obispo de Battambang, la levadura minoritaria de una masa budista.

Claro. Aquí somos insignificantes: la prefectura de Battambang tiene cinco millones de habitantes y sólo siete mil bautizados. Pero somos fermento para que crezca el amor de Dios por todos los sitios. Cuando a mí la Santa Sede me eligió para ser prefecto, yo no me sentí pastor sólo de los católicos, sino de todos. Cada uno a su manera, pero yo soy obispo para todos. Para el discapacitado, para la viuda, para el budista, para el musulmán. Cada uno tiene sus necesidades especiales y por eso nuestra misión aquí rebasa el número de los bautizados. Por supuesto que celebro a la gente de nuestra comunidad, la catequesis y esas cosas que marchan. Pero lo que me hace feliz es estar en diálogo continuo con las necesidades de todos. La comunidad católica tiene su prioridad en los más pobres…

¿La relación budismo-catolicismo es aquí complicada?

No. La gente nos quiere y nos acepta también la que no se ve afectada por nuestra fe. A veces vienen y nos respetan: nuestras iglesias están llenas de gente que no es católica que viene a rezar porque nuestra liturgia es bonita y encuentran un espacio para su oración. No sé a quién rezan, pero lo hacen escuchando el Evangelio… Están con nosotros y siempre hay alguno que lo descubre y nos dice que quiere seguir a Jesús. A alguna gente le he escuchado decir: yo soy hijo de Buda pero seguidor de Jesús. Es muy bonito.


Conocer su herencia budista haciéndose presencia cristiana.

Es que el budismo tiene algunos valores muy buenos: de tolerancia, de cariño, de compasión. Fácilmente se pueden asumir desde el cristianismo. La comunicación no es difícil porque la gente es muy sencilla y se dejan sorprender por el Evangelio a través de lo que hacemos. Tenemos del orden de cien a doscientos bautizos al año. De adultos, de niños, de bebés… Tampoco podríamos tener más, con el sistema de catequesis que tenemos. Del primera paso hasta el bautismo pueden pasar tres o cuatro años. Es un proceso lento, porque tiene que calar en el corazón de la gente. Vamos al ritmo que podemos en nuestra comunidad pequeña. Cuando yo llegué, éramos tres mil y ahora somos siete mil. Seguiremos creciendo lo que podamos.

¿Cuánta gente te ayuda? ¿Cuántos curas tienes?

Cuando empecé en el año 2000 éramos tres y ahora somos quince, los máximos sacerdotes que hemos sido hasta el momento. Con todo el apoyo que hemos tenido, tenemos vocaciones -ya tenemos tres sacerdotes camboyanos, diocesanos- y religiosos tenemos unos cuarenta, de diversas familias religiosas: salesianos, maristas y jesuitas; así como, once órdenes femeninas.

He visto que cuidas mucho la liturgia. ¿Para que haya espiritualidad tiene que haber símbolos?

Sí. Yo creo más en los signos que en los discursos. Nuestra tradición católica está llena de simbología y nosotros intentamos recrear también la cultura camboyana, que es riquísima. Su música, su poesías, sus bailes, sus ropas, nos ayudan a hacer una liturgia más camboyana.

Hay una inculturación evidente en la liturgia. Por ejemplo, me llamó mucho la atención que celebráis sentados. El altar es una mesa baja y lo hacéis todo sentados…

Sí. La gente también está sentada.

¿Eso no rompe alguna norma litúrgica?

No. Tenemos permiso de la Santa Sede desde el Vaticano II, cuando se puso en marcha la inculturación para actualizar la liturgia. Aquí en Camboya se hizo en esfuerzo muy grande para hacerlo verdad: se pidió permiso para que la liturgia estuviera inculturizada y, ya ves, la gente se siente en esterillas porque no hay ni taburetes, poniéndose de rodillas durante la consagración. Ponen las manos juntas y cierran los ojos para orar. Lo hacen con mucha devoción porque esa suavidad está en los modos camboyanos; la entienden muy bien. Ellos muestran, como la devoción, el respeto con el cuerpo: aquí la gente es muy religiosa porque es muy buena. Me enseñan muchísimo.

¿Se podría decir que son culturalmente religiosos?

Viven la dimensión de lo místico con mucha más naturalidad que los occidentales, que somos más racionales pero que nos hemos hecho por eso, también, más ruidosos. Que haya silencio aquí no es un problema: es lo normal. Incluso los niños no lo rompen.

Las celebraciones son largas, y a los niños se les ve absolutamente concentrados.

Sí, son una maravilla. Nos enseñan. Europa está en un contexto de diálogo con el no creyente, y a veces se hace duro, se crea tensión. Aquí es diferente: la gente es muy religiosa, cree en todo, y por eso hay comprensión. Nosotros lo que hacemos es purificar esa creencia haciéndoles ver a un Dios que les ama y les quiere. Es muy bonito que algunos que se convierten van buscando “el buen espíritu”; la protección de Dios. Y, cuando encuentran a la persona de Jesús en su religiosidad, se les ensancha el corazón, porque ven que hay un Dios que es bueno, que se ha rebajado a ser humano, para ejemplo de todos. Su fe se redimensiona.

¿Te dan más de lo que tú les das?

Por supuesto que estoy recibiendo muchísimo más.

Pues es mucho decir, porque a ti se te ve pendiente al doscientos por cien. Sabes el nombre de cada persona, empatizas especialmente con ellos…

Vivo entregado porque vivo enamorado de la gente de aquí. Me tienen robado el corazón porque son muy buenos y cariñosos. Es agradable que también ellos estén pendientes de mí. Me quieren, piden por mi salud y me dicen que necesitan mi sonrisa. Hoy, cuando fuimos a la fábrica, la directora me dijo qué bien que estás aquí padre. Se ponen alegres si me ven a menudo.


Esa alegría que les das tú la tienes. Me da la sensación de que la misión te crece, como al Papa.

Es que mi vocación no está en mi despacho. Está entre los problemas de la gente. Con ellos me expreso y me entrego a la alegría de Dios, que muchas veces está mezclada con pobreza.

Y esa sencillez la tienes que compaginar con la fama internacional, porque ya eres toda una figura tanto aquí como España u otros sitios.

Es cierto que podemos llamar la atención o causar inspiración, pero la fama es buena y también mala, cuando causa envidias en los demás o nos hace perder el horizonte a nosotros. Yo le pido al Señor que no me pierda en estas cosas. Que me proteja para que siga aferrado a la gente más pequeña, que es estar aferrado a Él.

¿Te sientes orgulloso de todo lo que hiciste?

Me pone muy contento, sí. Encuentro que Dios me ha bendecido abriéndome los caminos. De joven tomé la decisión de seguir al Señor y siempre sentí su llamada, pero hasta que llegué a aquí, a Camboya, no se me entregó con esta pasión. Descubrí una misión increíble estando con los discapacitados. Tampoco busqué estar aquí en Battambang y ahora me siento bendecido por ello por Dios. Cuando tenemos nuevos proyectos, es como si los pasos los fuera dando yo pero los caminos me los pusiera delante Dios. Por supuesto que no dejo de buscar, pero cuando encuentro siempre tengo la certeza de que ha sido porque Dios ha ido por delante. Siento que soy una persona con muchísima suerte.

Hoy visitando la fábrica me contabas que fue un empresario que vino a verte el que te dijo que la montarais, para los discapacitados.

Vicente Laborda, así es. Yo había oído hablar de él porque llevaba unos tres años trabajando por aquí con sus fábricas. No nos conocíamos pero me habló, supimos yo de su vida y él de la mía, y se interesó por venir a ver esto. Me dijo que le mandara algunos chicos discapacitados a trabajar con él, y que les formaría. Fueron seis meses una docena de chavales y volvieron encantados. El siguiente paso fueron los talleres ya aquí, en Battambang. Dios me puso, en este proceso, cerca a Vicente, y aquí seguimos. Con su tenacidad, su cariño y su conocimiento del sector, cree en la sencillez de la gente camboyana. Él lo es: tiene un gran corazón y cree que los discapacitados también pueden tener un sitio.

También cuenta tu capacidad de imán: atraes a multitud de gente que te ayuda, desde España o aquí, los benefactores permiten que tus obras se mantengan en pie.

Sí. La gente realmente se siente afectada por lo que hacemos y por eso tengo que cuidarla. Esta labor que estamos haciendo no es personal, es de todos. Muchísima gente nos está apoyando y yo soy simplemente el director de la orquesta que intenta coordinar lo que ya es fenomenal de por sí. Si no están ellos, las cosas no van para adelante. Dependo muchísimo de la bondad de la gente, sobre todo de los voluntarios que están aquí con nosotros.

Me han encantado: cuatro o cinco españoles entregados de forma impresionante.

Lo son. Ponen todo al servicio de los pobres y tengo que decir que hay muchos que vinieron con la fe fría y aquí se les refrescó… Su compromiso con el mundo se hace fortísimo y, cuando vuelven a España, ya sean profesionales de la educación, de las finanzas o médicos, haber estado aquí con la gente más sencilla les hace también muy fuertes.

¿Tu vida es esto?

Dios dirá y yo le seguiré, pero por mí no me planteo otra cosa. He montado mi tienda y me veo en ella porque es aquí donde soy válido. Mi itinerario con esta gente es precioso y hace que me considere un adoptado camboyano. Ahora tengo el pelo blanco, y cuando vine era moreno. También pesaba menos kilos… Me he hecho aquí. Me voy haciendo abuelo abierto a lo que Dios diga. Crezco en profundidad.

Te he visto muy preocupado por la estética: el arte, la fotografía… ¿Por qué?

Por lo mismo de antes: las imágenes son símbolos. En esa belleza, como en la naturaleza, también se vive la presencia de Dios. He tenido mucha suerte porque Camboya está llena de artistas: escultores, pintores, músicos. Desde la iglesia, podemos promocionarles. Ayudar a la gente creativa a que siga formulando nuestra fe. Un dibujo puede comunicar la fe lo mismo que cualquier otra emoción.


He venido con tres curas de Mensajeros de la Paz y están alucinados con la “Virgen inclusiva” que has creado.

Es una creación muy bonita porque no salió en un día, se ha ido conformando poquito a poco. Cuando estaba en los talleres trabajando con los discapacitados, fuimos capaces de crear el Cristo y la Virgen del amor inclusivo. Bajo su gran manto tiene cinco niños: uno con una flauta, para la alegría; otro con un libro, para la sabiduría; otro con unas flores, hablando del amor; otro dando un abrazo que representa la solidaridad y el último, en silla de rueda por la inclusión social, lleva en las manos la paloma que es la paz. ¿Qué identidades debían de estar bajo el manto de la Virgen, de la Iglesia? Yo pensé desde mi experiencia personal y los discapacitados desde su arte.

El Cristo mutilado es muy bonito.

Habla de un Cristo incompleto. Un Cristo roto aquí por las minas, en otros sitios por la falta de comprensión. También está roto porque no todo el mundo ha oído el mensaje de Dios, de que todos somos sus hijos. Sin esa llamada, el Cuerpo Místico está incompleto. Por eso también habla de sencillez: yo creo que lo pequeño es hermoso y lo sencillo es mejor. Esas coordenadas ayudan para todo.

¿Compartes la idea del Papa de que el catolicismo tiene que venir a la conquista de Asia, que será su futuro?

La vida de fe cristiana ya está aquí y está muy arraigada. Es minoría en la mayoría de los países, pero tiene una fuerza que hace que el catolicismo pueda sentirse en casa. La fe en Asia nos ayuda a saber ser minoría, a ser apostólicos -testigos de nuestra fe- de una manera sencilla y también a utilizar un lenguaje que no sea un discurso. En nuestra sociedad occidental nos gusta hablar y hablar; en el Extremo Oriente no hay que hablar tanto. Aquí, además de acciones -porque hay que hacer mucho- hay acciones simbólicas. Hay gesto que hablan y, a través de los símbolos, también se va creando la vida cristiana. Aquí hay una llamada a la compasión y la sencillez. Yo veo que aquí no hay tanto juicio, la gente no critica a los demás y es más tolerante. Escuchan al otro y absorben lo que tiene de bueno, y asumen lo que tiene de malo… Por supuesto que en Asia hay de todo, esto es muy plural, pero mi experiencia es que no existe un juicio moral excluyente, sino una bondad natural de la que aprender.

Esa sencillez se nota en la gente. Sobre todo en los niños, es impresionante.

Hay veces que es como si el Pecado Original no hubiera aparecido por aquí… La gente está alegre y sabe disfrutar en lo sencillo. Aquí hay que recobrar la ingenuidad y no estar tan resabiados como en Occidente.


¿Qué le dijiste al Papa y qué te dijo?

Le saludé con el saludo asiático y le dije “Santidad, vengo de Camboya”. Se interesó y me preguntó qué es lo que hago. Le dije que hacíamos lo que podíamos: reconstruir la iglesia… Me contestó que le pidiera al Padre General que me enviara más jesuitas, porque es el sitio donde hay que estar.

Él está empeñado en la presencia en Asia…

Me dijo también que estaría siempre con nosotros. En Camboya somos insignificantes, pero él se iba a acordar de nosotros. Estábamos los dos tan alegres… Y, a la salida, ya sí que juntó las manos para despedirme como había hecho yo.

¿Qué significa su llegada, no sólo como jesuita sino como primavera impresionante, como nueva entrada en la Iglesia de aire?

Yo creo que a nivel de la Iglesia universal nos ayuda a estar todos a una, a unir mundos y a que los que somos pocos y estamos por fuera, estemos más incluidos. Y ya personalmente, a mí me alienta muchísimo. Me sirvo de lo que dicen sus homilías cada día. Siempre tiene una palabra enriquecedora, que da una luz impresionante. También es inspirador por los gestos, y eso es lo más importante. Cuando sale los miércoles a la Plaza de San Pedro y abraza a todo el mundo, es precioso. Yo empatizo con él porque le encantan las personas con discapacidad. Yo he estado tres veces en la plaza, y ha sido impresionante: he disfrutado viéndole en acción. Me entusiasma. No es un papa-doctor ni un papa-profesor; su manera informal le convierte en pastor. Aquí es lo que necesitamos: no estamos en diálogo con montones de intelectuales, es gente con otros problemas.

¿Aquí le conocen?

No estamos en otra galaxia: aquí el Papa es muy conocido y también por gente que no es de la Iglesia Católica. Su fama es de líder mundial. Juan Pablo II ya era popular y, cuando Benedicto XVI dimitió, aquí salió en todos los medios de comunicación camboyanos. Ahora, la presencia en los medios del Papa Francisco es enorme. Le escucha todo el mundo, católicos o no.

¿De alguna manera ayuda a vuestra presencia misionera?

Nos da mucha fuerza: es nuestro jefe y su ejemplo genera respeto a la institución de la Iglesia. Aquí no somos nada: un obispo en Europa es un señor muy importante, pero un prefecto apostólico en Camboya es un cero a la izquierda. El Papa es importante porque da cuenta a las autoridades de cuál es nuestra Iglesia. Aquí también hay bastantes protestantes: con ellos estamos en igualdad pero, cuando aparece el Papa, la gente nos mira con más simpatía porque le seguimos. Ese hombre vestido de blanco que tiene gestos impresionantes y le dice a la gente…

¿Qué se puede hacer desde España por las obras que tienes en Battambang?

Muchas cosas. La más sencilla, que se puede hacer desde casa, es rezar por esta misión. Yo creo en la oración y su poder para guiarnos por el camino, para no desviarnos del servir a la gente más sencilla. Hay que tener una presencia sólida, pero también sencilla. Rezar es eso. Lo segundo, es tener interés. Leer noticias, saber lo que pasa en este país. Camboya, Laos, Birmania, Nepal… son senderos que hay que estudiar. Yo recibo por Facebook mensajes de niños de los colegios que me preguntan por mi país, por la Iglesia aquí… Eso me encanta. Saben que estamos aquí. Después, para colaborar con los proyectos que tenemos aquí, se puede dar dinero. Nosotros tenemos una Fundación que se llama Sauce, desde la que muchos españoles nos ayudan. Cáritas España también nos ayuda muchísimo… Otra institución humanitaria fuerte que nos apoya es Manos Unidas.

A través de Sauce se puede saber de ti. También a través de las Redes Sociales, porque eres un obispo muy tecnológico.

Me han situado en las redes, sí. Yo comunico desde el Facebook de manera personal pero haciendo referencia a lo institucional. Qué pasa aquí, cómo vivimos, dónde estamos. Por su parte, Sauce es un grupo de antiguos compañeros míos y familiares que se han unido para apoyar estos proyectos. Su generosidad es increíble. Los voluntarios, por último, que vienen aquí, cuando vuelven a Europa muchos no lo hacen a España, porque no hay trabajo, así que nos conocen en Alemania, Suiza, Latinoamérica…

Toda una red de simpatizantes.

Según pasan los años, se hace más grande, porque los que vinieron de jóvenes se han hecho profesionales y han sido padres. También aquí en Asia nos ayudan desde Singapur, China… todas partes. Los antiguos voluntarios, a través de pequeñas fiestas de recaudación, siguen trabajando para Sauce. Mi sueño es ahora que Mensajeros de la Paz se involucre también en la familia que apoya los proyectos camboyanos. Que tengamos un proyecto común en Battambang. Es tan importante tener un servicio como colaborar con él; tan importante el proyecto como conocerlo.

Deberías proponer que cada año pasara una tanda de obispos españoles por aquí.

Por aquí han pasado obispos de otras nacionalidades. Francia, Australia, Filipinas, Estados Unidos, Inglaterra… De España todavía no, tal vez porque está muy vinculada a América Latina y después a África. Asia queda muy lejos… Cuando voy a España, resulto un poco exótico y eso hace que me sienta un paria, fuera de los círculos.

Pues es un orgullo haberte conocido. Haber palpado lo que haces. La ternura con que amas y trabajas. Despidámos como en Camboya: bendiciéndonos.

Aquí juntamos las manos e inclinamos la cabeza, para que el Señor nos dé salud y paz. Yo he aprendido a bendecir aquí. Aquí todo está bendecido.