La oración no acobarda el alma, hay que tener grandes deseos. Los deseos mueven a esta oración, pero también son fruto de la verdadera oración. Pasamos del deseo que motiva al deseo que se hace vida concreta. Porque ya sabemos lo que Teresa nos ha enseñado: que la oración no se muestra en los rincones sino en medio de las ocasiones “se entiende en las ganancias con que queda el alma”.

Así comienza este capítulo, hace una recopilación de lo visto, Dios ha enseñado el camino de la oración y todo se condensa en la brevedad del padrenuestro que nos enseña Jesús, con la que quiere que siempre nos dirijamos al Padre. Ahora, comenzará a explicar esos efectos que deja la verdadera oración, en ellos podemos discernir con claridad si estamos orando o perdiendo el tiempo.

Empieza a enumerar los efectos de la oración, la huella que deja en la persona que persevera en esta relación de amistad con Dios. Por un lado lo que Dios hace y da: es buen pagador, da sin tasa, da más de lo que le pedimos.

De otro lado lo que hacemos nosotros: querer estar con Él, desearlo, procurarlo y permanecer a su lado pase lo que pasa. Tratar con llaneza, es decir, con naturalidad, sin falsas posturas místicas y, por supuesto, sin doblez, con verdad, esto es esencial y Teresa lo sabe y lo defiende a capa y espada. No se trata de no decir mentiras, se refiere a no vivir en la mentira, algo muy habitual, mucho más de lo que pensamos. A poco que empecemos este trato de amistad y entremos en nuestro mundo interior nos sorprenderá el absurdo de la mentira sobre el que la hemos montado. Vivimos de engaños, de falsas máscaras y de ideas falsas. Hemos creado una gran mentira para ocultar la verdad de nuestra realidad. Todo eso que no queremos aceptar porque no nos gusta. Ahora toca destaparla y ser auténticos, honrados, limpios y transparentes, ese es el principal fruto de la oración, del trato con quien es la Verdad.

¿Cuántas veces decimos o pensamos una cosa y hacemos otra?

Meditar la respuesta sincera es fundamental para la oración que se hace servicio en la vida de cada día. Porque ya no hay miedo a que nos arranquen la máscara de nuestra gran farsa: no temen ni deben, tienen el mundo debajo de los pies“. La Verdad nos hace libres.

Textos para la lectura

CAPÍTULO 37 Dice la excelencia de esta oración del Paternóster, y cómo hallaremos de muchas maneras consolación en ella.

1. Es cosa para alabar mucho al Señor cuán subida en perfección es esta oración evangelical, bien como ordenada de tan buen Maestro, y así podemos, hijas, cada una tomarla a su propósito. Espántame ver que en tan pocas palabras está toda la contemplación y perfección encerrada, que parece no hemos menester otro libro sino estudiar en éste. Porque hasta aquí nos ha enseñado el Señor todo el modo de oración y de alta contemplación, desde los principiantes a la oración mental y de quietud y unión, que a ser yo para saberlo decir, se podía hacer un gran libro de oración sobre tan verdadero fundamento. Ahora ya comienza el Señor a darnos a entender los efectos que deja cuando son mercedes suyas, como habéis visto.

C 37,2. Pensado he yo cómo no se había Su Majestad declarado más en cosas tan subidas y oscuras para que todos lo entendiésemos. Hame parecido que, como había de ser general para todos esta oración, que porque pudiese pedir cada uno a su propósito y se consolase, pareciéndonos le damos buen entendimiento, lo dejó así en confuso, para que los contemplativos que ya no quieren cosas de la tierra, y personas ya muy dadas a Dios, pidan las mercedes del cielo que se pueden por la bondad de Dios dar en la tierra; y los que aún viven en ella y es bien que vivan conforme a sus estados, pidan también su pan, que se han de sustentar y sustentar sus casas, y es muy justo y santo, y así las demás cosas, conforme a sus necesidades.

C 37,3. Mas miren que estas dos cosas, que es darle nuestra voluntad y perdonar, que es para todos. Verdad es que hay más y menos en ello, como queda dicho: los perfectos darán la voluntad como perfectos y perdonarán con la perfección que queda dicha; nosotras, hermanas, haremos lo que pudiéremos, que todo lo recibe el Señor. Porque parece una manera de concierto que de nuestra parte hace con su Eterno Padre, como quien dice: «haced Vos esto, Señor, y harán mis hermanos estotro». Pues a buen seguro que no falte por su parte. ¡Oh, oh, que es muy buen pagador y paga muy sin tasa!

C 37,4. De tal manera podemos decir una vez esta oración, que como entienda no nos queda doblez, sino que haremos lo que decimos, nos deje ricas. Es muy amigo tratemos verdad con El. Tratando con llaneza y claridad, que no digamos una cosa y nos quede otra, siempre da más de lo que le pedimos. Sabiendo esto nuestro buen Maestro, y que los que de veras llegasen a perfección en el pedir habían de quedar tan en alto grado con las mercedes que les había de hacer el Padre, entendiendo que los ya perfectos o que van camino de ello, -que no temen ni deben, como dicen-, tienen el mundo debajo de los pies, contento el Señor de él (como) por los efectos que hace en sus almas pueden tener grandísima esperanza que Su Majestad lo está), embebidos en aquellos regalos, no querrían acordarse que hay otro mundo ni que tienen contrarios.

C 37, 5. ¡Oh Sabiduría eterna! ¡Oh buen Enseñador! Y qué gran cosa es, hijas, un maestro sabio, temeroso, que previene a los peligros. Es todo el bien que un alma espiritual puede acá desear, porque es gran seguridad. No podría encarecer con palabras lo que importa esto. Así que viendo el Señor que era menester despertarlos y acordarlos que tienen enemigos, y cuán más peligroso es en ellos ir descuidados, y que mucha más ayuda han menester del Padre Eterno, porque caerán de más alto, y para no andar sin entenderse, engañados, pide estas peticiones tan necesarias a todos mientras vivimos en este destierro: «Y no nos traigas, Señor, en tentación; mas líbranos de mal.

C 38,1. Grandes cosas tenemos aquí, hermanas, que pensar y que entender, pues lo pedimos. Ahora mirad que tengo por muy cierto los que llegan a la perfección que no piden al Señor los libre de los trabajos ni de las tentaciones ni persecuciones y peleas. Que éste es otro efecto muy cierto y grande de ser espíritu del Señor, y no ilusión, la contemplación y mercedes que Su Majestad les diere; porque, como poco ha dije, antes los desean y los piden y los aman. Son como los soldados, que están más contentos cuando hay más guerra, porque esperan salir con más ganancia. Si no la hay, sirven con su sueldo, mas ven que no pueden medrar mucho.

2. Creed, hermanas, que los soldados de Cristo, que son los que tienen contemplación y tratan de oración, no ven la hora que pelear; nunca temen mucho enemigos públicos; ya los conocen y saben que, con la fuerza que en ellos pone el Señor, no tienen fuerza, y que siempre quedan vencedores y con gran ganancia; nunca los vuelven el rostro. Los que temen, y es razón teman y siempre pidan los libre el Señor de ellos, son unos enemigos que hay traidores, unos demonios que se transfiguran en ángel de luz; vienen disfrazados. Hasta que han hecho mucho daño en el alma, no se dejan conocer, sino que nos andan bebiendo la sangre y acabando las virtudes, y andamos en la misma tentación y no lo entendemos. De éstos pidamos, hijas, y supliquemos muchas veces en el Paternóster que nos libre el Señor y que no consienta andemos en tentación; que no nos traigan engañadas, que se descubra la ponzoña, que no os escondan la luz y la verdad. ¡Oh, con cuánta razón nos enseña nuestro buen Maestro a pedir esto y lo pide por nosotros!

Mª Rosa Bonilla